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Después de la tormenta (nunca llega la calma)

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—Hace tiempo que no hablamos. La última vez, usted y yo no acabamos con buen pie.

El doctor Matthews rascó con suavidad el bigote canoso que se había dejado crecer estos meses. Su sonrisa afable  y su aspecto orondo contribuían a esa imagen de cría de oso tan característica. Sin embargo, dos perlas diminutas observaban con inquietud vigilante.

—Dijo usted que estaba huyendo.

En el diván de terciopelo rojo se arruga Draco Lucius Malfoy Black, de diecisiete años, sangre pura, estudiante de Hogwarts en la casa de Slytherin. Su mirada se clava en el techo de bloques de granito emohecido. No quería mirar al psicomago a la cara y que este descubriera lo que estaba pensando. Al fin y al cabo, un Black nunca daba un brazo a torcer sin una buena razón. Especialmente este Black. Y el doctor Matthews lo sabía.

—¿Y entonces? ¿Lo estaba haciendo?

Un quejido lastimero retumba en la consulta, y finalmente el doctor Matthews es capaz de ver los ojos metálicos de su (una vez más) paciente. Se hiela cuando encuentra el brillo húmedo de las lágrimas acariciando su rostro marmóleo. El horror es aún mayor cuando este asiente con lentitud, abandonando sus férreos muros y abriéndose como nunca antes lo había hecho.

—Tengo que escucharlo de ti. Con palabras.

Decide abordar una interlocución menos distante y añadir un poco más de presión. Ve cómo Draco Malfoy se tuerce y se enrrosca y se bate por dentro. Destruyéndose. Licuándose. Casi tiene miedo de verle convertido en un charquito de sí mismo.

—Sí, estaba huyendo.

Tiembla, titila y casi se desvanece en el aire. Zozobra como una barca en mitad de una galerna y se aferra a sí mismo en un burdo intento de usar su cuerpo como un tronco a la deriva. Pero la tormenta era interna y no había manera de salir a flote. Estaba a punto de romperse.

—Está bien huir a veces, cuando no podemos enfrentarnos solos a un problema. Es una retirada estratégica. Si todos tuviéramos que ser valientes todo el tiempo no habrían más casas.

Sigue llorando, como si en su alma se hubiese roto una tubería. Mira sus manos, empapadas de lloros, con extrañeza. No está acostumbrado a esto y no sabe como pararlo. Ni siquiera sabe cómo ha empezado. ¿Por qué eestá llorando? ¿Por qué siente cómo se muele por dentro?

—¿Podemos seguir huyendo un poco más?

El doctor le tiende un pañuelo de tela y le sonríe paternalmente.

—Claro, podemos hablar de otras cosas. Por ejemplo, lo mucho que has cambiado en el último año. Estás haciendo grandes progresos.

El llanto no cesó, pero el peso de su corazón se aligeró un poco. Hablaron durante horas de él y solo de él, sin mencionar a otras personas o a otros lugares o a otros sentimientos. el doctor Matthews parecía creer verdaderamente que había cambiado y que aún podía cambiar, que todo no había sido completamente en vano.

Solo eso necesitaba, un poco de confianza.

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Ya es primavera.

El pensamiento cruzó la mente de Harry en un segundo. Por la ventana de clase de Encantamientos, el pelinegro podía ver cómo los árboles del bosque prohibido florecían y resplandecían de felicidad. El lago refulgía con la luz del sol primaveral y unos cuantos alumnos de quinto saltándose las clases se bañaban en la orilla.

La Magia de tu Sonrisa (o cómo descubrir a tu admirador secreto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora