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Esto no es tu cara (sino de tu corazón el deseo)

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Harry Potter había vuelto a hacerse invisible. Lo necesitaba.

En cuanto había salido de la consulta del doctor Matthews, se había vuelto a colocar la capa invisible que tanto le había ayudado. Sentía que no podía soportar las miradas de la gente aquella noche, que se derrumbaría en frente de todo el mundo. Por esa misma razón, no se sentía capaz de regresar a los dormitorios de Gryffindor aquella noche.

Paseó por los jardines, se sentó un tiempo en el lago y se apoyó en el tronco del mismo árbol en el que había visto a Mione y a Draco Malfoy hace unos días. Hace mucho tiempo, paseando por aquellos mismos jardines, pensó que vivir lejos de los Dursley era todo lo que necesitaba para ser feliz. Pero llevaba un año y medio sin verles y se sentía más juzgado que nunca.

Regresó al castillo y bajó hasta las cocinas, donde pidió amablemente a los elfos algo para comer. Al pasar junto a la clase de pociones, recordó cómo de felizmente había recibido la noticia de que sí podría seguir cursando la asignatura porque la necesitaba desesperadamente para convertirse en auror. Ahora ni siquiera estaba seguro de eso.

Cuando subió las escaleras y pasó junto a la entrada principal, rememoró la victoria de aquel partido de quidditch en el que por fin se había besado con Ginny Weasley. Nunca la había amado, si bien sintió hacia ella un cariño especial, pero siempre creyó que estaban predestinados a casarse. Al parecer, también se había equivocado en ello.

Conforme iba subiendo escaleras y atravesando pasillos, pensó en lo fervientemente que había creído en que la desaparición permanente de Voldemort por fin traería paz a su corazón. Pero no había sido así. Tom Riddle se había ido, de una vez por todas y para siempre, pero él se sentía incluso más vacío que antes.

En ese instante, se detuvo en seco junto a una puerta que había atravesado mucho, mucho tiempo atrás.

Tal vez solo necesitase encontrar de nuevo lo que más ansiaba su corazón.

Abrió la puerta, se internó en la oscuridad y la cerró suavemente, provocando que titilasen las llamas de las velas del pasillo del tercer piso.

Contuvo la respiración. Casi que esperaba encontrarse allí, frente a él, babeante y peligroso, a Fluffy, el perro de tres cabezas que antaño guardaba el lugar, dispuesto a arrancarle la cabeza de un mordisco a cualquiera que no le tocara una serenata. Entró en pánico al pensar que no había traído ningún instrumento.

Pero nada, en la sala ahora vacía y silenciosa solo había una trampilla oscura, negra como el tizón, que en su momento le había parecido su gran salvadora pero que ahora, años después, parecía descender a los niveles más profundos del infierno. Avanzó.

Se tiró con la seguridad de que le recogería un mullido colchón de Lazo del Diablo, una planta maléfica que amaba la oscuridad y la humedad  y que estaba diseñada de tal forma que asfixiaba y estrangulaba hasta la muerte a todos aquellos intrusos que cayesen entre sus ramas.

No se esperaba que la planta se hubiese extendido tanto porque, aunque bien sabía que las plantas crecen y se reproducen para subsistir, en su mente aún tenía el infantil deseo de que nada hubiese cambiado, de que todo siguiese como antes.

La Magia de tu Sonrisa (o cómo descubrir a tu admirador secreto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora