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Es verdad, Draco había hecho cosas malas. A lo largo de toda su vida había errado tanto que el karma debía haberle jurado ya venganza.

Había insultado de formas horribles a hijos de muggles desde que aprendió a hablar, había humillado a otros tantos «traidores a la sangre» y había hecho lo posible para que gente buena, gente inocente, sufriera un infierno en la escuela.

Había maldecido a Katie Bell y por poco envenenaba a Ronald Weasley, se había burlado hasta la saciedad de cada león de la escuela, había utilizado a los magos y brujas como a juguetes desechables y había tatuado su piel con tinta de demonio.

Y aún así nadie nunca le había hecho sentir tan horrible al acusarle de algo que no había hecho.

Tampoco se había reído de él ningún fantasma.

Se lavó la cara mientras Myrtle reía en su cubículo, y aún así las lágrimas no cesaban.

—¡Mira quien llora ahora! — reía tan fuerte y tan alto que, de no tratarse de un fantasma, habría temido por su vida. —¡Draco el llorón, te dirán ahora!

Incapaz de cortar la fuente que se le había roto dentro, resbaló por la pared de azulejo blanco mientras la aparición de la chica de gafas volaba por el techo desternillándose de él. Cuando esta se hubo calmado un poco y se dio cuenta de que iba en serio, se le acerco mucho y sonrió compasivamente.

—Lo siento, es que no lo supero. Aun no puedo creer que sigas llorando por ese tío.

Si no estuviese deshidratándose a lágrima viva, el también se reiría. De vergüenza. Tan solo se había cruzado un segundo con él en el pasillo y apenas había podido mantener la compostura. Había tenido que apresurarse al baño de las chicas del segundo piso porque los ojos le habían empezado a escocer ya.

Giró la cabeza y su mirada se encontró con la de su propio reflejo. Unos ojos tristes, rojos y rotos le devuelven la mirada, rodeados de un rostro demacrado por el llanto. Su piel, tan pálida o incluso más que la de Myrtle, brillaba por la humedad.

"Draco Lucius Malfoy Black, eres gilipollas."

Si no estuviese deshidratándose a lágrima viva, el también se reiría. De vergüenza. Tan solo se había cruzado un segundo con él en el pasillo y apenas había podido mantener la compostura. Había tenido que apresurarse al baño de las chicas del segundo piso porque los ojos le habían empezado a escocer ya.

—Ya lo sé, Myrtle, ya lo sé.

—¿Sabes que es lo que creo? Que deberías ponerle un fin a todo esto.

—¿Qué?

—Deberías decirle lo que sientes.

El rubio se levantó con dificultad y se alisó la camisa en un movimiento repetitivo. Intentaba prepararse para que, cuando saliera al pasillo, nadie sospechase que había estado llorando. Mientras, la fantasma de gafas le animaba a tener un momento de valor.

—¿Pero tu estás loca?

—Sí, pero esto lo digo en serio. Te lo mereces. Eso te permitirá pasar página. No es bueno guardar esas cosas dentro toda una vida.

—Lo sé. —Miró a los ojos fantasmales de su interlocutora. —Es lo mismo que dice el doctor Matthews. Pero no sé como hacerlo, Myrtle. No sé como.

Y, cansado de no poder controlar sus emociones, sacó la varita e hizo un hechizo para que no se le viese llorar. Cerró la puerta de golpe al salir y la fantasma, sola otra vez, volvió a su cubículo de siempre.

La Magia de tu Sonrisa (o cómo descubrir a tu admirador secreto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora