Prefacio

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El cielo estaba cubierto por esas finas y hermosas nubes de tormenta, algunos rayos caían a lo lejos iluminando las montañas, los truenos irrumpían entre los gritos de dolor de los aldeanos que corrían buscando huir del fuego que consumía el poblado, los arboles ardían, consumiendo toda vida en ellos, los animales escapaban de las llamas que el viento y la lluvia aumentaban, nadie podría detener todo este caos que amenazaba cada vida que fue envuelta por las llamaradas, todo quedaría hecho cenizas, mientras que los aldeanos suplicaban al cielo que apaciguará su tormento con aquellas frías gotas de lluvia que caían, no seria suficiente, no habría salvación para nadie.

Sonrió, este era mi caos, era mi don, para esto había nacido, para acabar con todo lo que fuera en contra de los míos, aunque, sinceramente me daban igual todos, hacia estas cosas porque lo disfrutaba.

- ¿Te parece que esto está bien? - No puedo evitar gruñir, ella estaba de nuevo aquí, regañándome como si fuera mi superior, cuando ella misma sabia mejor que nadie que un solo chasquido de mis dedos podría acabar para siempre con su existencia. Me giro para verla, su cuerpo cubierto por una fina túnica blanca, su rostro cabizbajo mirando las pequeñas piedras a sus pies, la hierba húmeda que acariciaba la planta de su pies desnudos. Su cabello blanco se adhería a su cuerpo a causa de la humedad producida por la lluvia, me detengo a mirar su cuerpo por un segundo, como aquella tela humedecida parecía otra piel, sus caderas, su busto... todo en ella me atraía a poseerla en esta noche de tormenta, a tomar lo que deseaba fuera mío sin importar nadie más, sin importarme sus quejidos para que me detenga, sin llegarme a preguntar ¿Por qué debo parar? Solamente un segundo sería suficiente para tenerla para mí. Me acerco a ella, no se atrevía a mirarme, con sumo cuidado la obligo alzar su rostro, mis dedos sostenían firmemente su mentón, sus ojos verdes se toparon con los míos.

- Ustedes me permitieron salir de mi exilio, ¿Cuáles fueron sus palabras? - Sujeto con fuerza su mentón al darme cuenta que quería alejarse de mi - Tú las sabes a la perfección, contesta.

- Castiga a los humanos por su pecados, por ofender a sus creadores, por creerse superiores... - su voz apenas era un débil susurro, su cuerpo temblaba y no era por el frio, era por el miedo que sentía hacia mí, sus ojos me lo mostraban, tenia miedo, temía morir como los demás.

- Eso hice. - La libero bruscamente causando que caiga de rodillas al suelo, tomo su cabello jalándola con fuerza para que me mirara. - Observa. - La empujo hacia el filo del risco y así pudiera ver como el bosque ardía en llamas, observo como cierra sus ojos negándose a mirar y cubre sus oídos para no escuchar los lamentos de aquellas almas.

- ¡No pedimos este caos! - Me sorprendo al oírla gritarme. - Te pedimos que los reprendieras, pero no la muerte de miles de inocentes.

- ¿Inocentes? ¿Ahora los llamas inocentes? - No puedo evitar reírme al escuchar sus palabras. - Ustedes se empeñaron en que debían pagar, ahora lo hacen y no me detendré hasta que el mundo entero pague.

- ¡Te matare, hare que mueras!

Se arrastra alejándose de mí, la observo fijamente, como la hierba que tocaba comenzaba alzarse tomando la forma de dos lobos gigantes de color blanco, los conocía, los había visto miles de veces en mis sueños, durante miles de noches oscuras los mire observándome a la distancia, fueron mis compañeros durante esa vigilia eterna.

- ¿Vas a matarme? ¿Me mataras a mí, tu único amor? - Le doy la espalda riéndome de ella, de sus tontas palabras, sin embargo al ver como un círculo de luz nos rodeaba supe que era en serio, ella lo haría, me acabaría en este momento aunque su vida acabará. - Esmeralda, vas a matarme entonces. No podrás hacerlo, no lo harás a menos que mueras en el proceso.

- Si es así, entonces moriré para proteger a los que amo.

Fénix oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora