Capítulo XII

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Una semana, ese era el tiempo que había transcurrido desde que estuve con él, desde el momento que me hizo salir de su departamento cuando ella apareció frente a nosotros, recuerdo que deseaba preguntar: ¿Quién es? Pero no pude hacerlo, me había quedado sin palabras al verla, era la primera vez que veía una diosa, además de Amor, pero era sumamente diferente a ella. Su cabello de un gris plata, ojos azules como zafiros, en su frente un pequeño fleco cubría una estrella que parecía estar adherida a su piel,  había contado cuantas puntas tenia, eran  doce en total cada una mas grande o pequeña que la otra, sus mejillas estaban sonrosadas, sus labios de un rosa pastel,  su cabello estaba trenzado con cintas de un bonito azul celeste, usaba un vestido que a mi parecer era único, quizás todas las diosas vestían así, recordaba que en los libros siempre habían esculturas o pinturas de diosas vistiendo iguales, su vestido estaba abierto hasta los muslos, de un color gris con bordados en hilos en oro, se ceñía a su pecho, un colgante descansaba en su cuello, de un color dorado, hacia juego con sus brazaletes y aretes.

Sus ojos estaban fijos en mi, me estaba estudiando con la mirada, quizás le intrigaba que una mortal estuviera con él, podría ser su novia y estaba celosa, fuera como fuera no entendía el porque de su mirada tan profunda.  Da un paso hacía mi sin vacilación, pero antes de acercarse, él sujeto su mano, la expresión de ella cambio al mirarlo, era como si se me hubieran olvidado.

— No tengo azúcar, puedes irte. — Sus palabras me sorprendieron, era una excusa para hacer ver que no me conocía, solo pude asentir e irme. Desde ese día no volví a verlo, sabía que estaba en su departamento, esperaba que viniera para acabar nuestra conversación pero no fue así, simplemente olvido todo. Mis días fueron monótonos, entre ir a clases, al super por algo que necesitará en casa, muchas veces esperaba salir y verlo en el ascensor y que acabaramos lo que empezamos, pero no era así, también estaba él hecho que Amor y Klaus no habían dado señales de vida, según Phobos estaban bien, me pedía no preocuparme, era imposible no hacerlo, ella me había cuidado, fuera o no mi abuela, diosa o mortal, era quien velo por mi seguridad y me había protegido desde hace muchísimo tiempo, por otro lado, él era un imbécil, un idiota, pero se preocupaba porque estuviera bien me hacía sentir segura y no podía decir que su presencia me  resultaba indiferente, Klaus me gustaba, no sabia cuanto, pero lo hacía.

— ¡Helena! — Alzó la mirada hacia mí profesor, al parecer tenia mucho rato parado frente a mi, estaba enojado. — Preste atención.

Asentí, el señor Domingo tenía unos 40 años, siempre vestía de trajes negros, me recordaba más a un hombre de negro, y de cierta forma imaginarlo correr por las calles de New York con un arma buscando alíens era divertido, era mi profesor favorito, uno de los tantos, se caracterizaba por ser alguien atento en su trabajo y es uno de los mejores en el área de historia me encantaban sus clases, pero hoy me encontraba distraída no podía prestar atención en nada de lo que decía, durante la última media hora trate de estar atenta. Pero aún seguía sumergida en mis pensamientos, apenas logre oír algo sobre una excursión a la playa que haría la clase.

— ¿Estás bien? — Romina estaba frente a mi, me parecía extraño verla hablarme, ella había sido mi mejor amiga desde el jardín de infancia, pero luego del accidente hice lo mismo que con los demás, pague mi enojo con ella y corte nuestra amistad, intento volver a ser mi amiga pero yo siempre acababa sacándola de casa. Romina era del tipo de amigos que nunca te dejaba sola aunque le hicieras daño, además de eso era la típica friki que le gustaba el anime, la música en inglés, el k-pop, sus monos coreanos como les decía para hacerla molestar, era una chica linda con todos, con la aspiración de ser actriz, enamorada de la serie diarios de vampiros, sobretodo del personaje de Katherine, no podía negar que era el mejor personajes de la serie. Ella no era muy alta, tenia el cabello castaño oscuro, su piel blanca y ahora usaba unos lentes de montura gruesa y oscura, siempre tenía la típica expresión de: estoy pensando, no molestar.

— Estoy bien. — Suspira y me sostiene de los hombros. — ¿Qué pasa?

— No dejes que te afecte, ese vuelve. — Me da una palmadita en mis hombros. — Podemos cuidar al bebé sin él.

— Espera... Espera, ¿Cuál bebé? — Aparta sus manos, rompe a reír al ver mi cara de confusión. — ¡Estas loca!

— Viendo como actúas últimamente, supuse que era eso. Oh...no me digas que, ¡Ya no eres virgen!

— ¡Cállate! — Cubro su boca con mis manos, miro a todos lados, al menos el profesor se había ido, pero nuestros compañeros aun estaban y comenzaban hablar sin dejar de verme. — ¡No digas tonterías!

— ¡Oye! — Me mira intrigada. — Soy tu mejor amiga desde que tengo memoria y como tu mejor amiga exijo que me digas; ¿Ya te la metieron?

— Aun soy virgen. — Susurro tan bajo que siento no logra escucharme, pero al ver su sonrisa sabia que si lo hizo. — ¿Aun te consideras mi mejor amiga?

Asiente.

— No importa que me lances a la calle, eres como mi hermana. Recuerda, en las buenas y las malas. — No pude evitar sonreírle, simplemente la abrazo dándole las gracias. — Ahora exijo saber que te pasa.

— Ojalá pudiera decirte, pero por ahora no puedo.

Supuse que por su mirada le habían preocupado mis palabras, aún así, asiente. Ambas tomamos nuestras cosas y salimos a la cafetería.

— De verdad, ¿Aún eres virgen?

— Eso parece ser lo único que te importa. — Miro la pantalla de mi móvil, tenia un mensaje de Klaus, mi corazón comenzó a latir con fuerza de solo ver aquel pequeño sobre parpadear. — Si, pero ya me dieron mi primer beso.

Al darme cuenta como se detiene, me arrepentí de decirle eso.

— ¡Mi amiga no es virgen! — Quería llorar, huir y meterme en una fosa y que me taparan, era el momento más vergonzoso de mi vida. No pude evitar caminar rápido al oír las risas, Romina venia corriendo detrás de mí. Me detengo al sentir que choco con alguien.

— Discúlpeme. — Me agachó a recoger mis cosas.

— Eres la chica del azúcar. — Eso último me sorprendió, al alzar la mirada me topo con la misma mujer que apareció frente a Lucius cuando estaba conmigo en su departamento.

— Usted... - Asiente a mi frase incompleta.

— Soy Selene.

No supe que decir, me quede como una idiota mirando a esa mujer frente a mi. Ese nombre me daba vueltas en la cabeza, si era una diosa, pero, ¿Cuál?

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