Capítulo XXXI

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Lucius

Todos la rodeaban, desde el momento que libere su alma del Hades y la traje hasta su cuerpo no vi cambios en ella, Helena era más fuerte que muchos mortales con los que me vi involucrado en el pasado. Ella era distinta, pero eso mismo pensé de Esmeralda hace mucho tiempo, la diferencia entre ambas era sencilla: Helena no estaba sola y ella sí. Quería irme de este lugar y vagar entre mis pensamientos por las calles de una ciudad vacía bajo la cortina de agua que había traído la tormenta, seguro alguien me vería caminar bajo la lluvia y pensaría que estaba loco, que algo malo me pasaba para andar vagando buscando una posible enfermedad. Aunque deseaba eso, irme y dejarla con todos aquellos que la amaban, pero mi cuerpo se negaba a moverse, parecía un cuadro pegado a la pared de su habitación, un cuadro que reflejaba a un chico de apariencia normal, con sus propios demonios internos, pero en lugar de un demonio, era una parte de un dios que lo obligaba a moverse día tras día para poder sacarlo de su exilio.

— ¿Por qué no despierta? — La voz de Nix me atrajo a la realidad, estaba preocupada por ella, su mirada reflejaba miedo, su rostro preocupación, Amor tomó su mano delicadamente dándole una sonrisa. — ¿Despertara?  — Asintió una sola vez, aquella acción de la mujer que me llevó a este estado por sus ideas parecía tranquilizarla. — Él debería irse.

Sonrió para mi mismo, no era tonto para saber que mi presencia les molestaba y no los culpaba.

— ¿Por qué sigues aquí? — Apolo me miraba por el rabillo de su ojo, desvío la mirada hacía el rostro de su hija, no podía negar que ambos tenía un cierto parecido, pero sin ese brillo odioso que emitían los dioses sin darse cuenta. — Te agradecí por traerla, pero quiero que te largues.

— Me iré cuando despierte. — No deseaba decir mis pensamientos en voz alta, pero sin darme cuenta ya lo había hecho, todos me miraban como el loco al que temían tomará un cuchillo y los amenazara de muerte, quizás Caos lo haría, pero yo no, al menos no estaba loco como él. — Quiero asegurarme que ella este bien.

— Lucius. — Amor se alzó de su asiento, era la primera vez que nos veíamos de frente después de tanto tiempo, veía en su forma de sujetar fuertemente el pliego de su camisa que estaba nerviosa de estar frente a frente conmigo. — ¿Podemos hablar?

Quería decirle que no me apetecía hacerlo, por una vez no tenía ánimos de una discusión y tener que oír excusas entre gritos. Simplemente suspire y salí de la habitación seguido por ella. Me recuesto de la pared del pasillo, no había notado que la pared era de un color blanco perlado y adornado con cuadros pequeños de paisajes de cada una de las estaciones del año, pero había una pintura en especial que llamó mi atención, eran  las ruinas de Atenas después de que deje el fuego las consumiera.

— Yo pensé que llevar a Esmeralda era una buena idea.  — No entendía sus palabras, después de muchos años se arrepentia de ello. — Creí que podría contenerte si lograba que sintieras amor por alguien y así la oscuridad de tu corazón podría desaparecer.

No respondo, sólo podía mirarla,  sentía su vulnerabilidad estando ante mi, a pesar de que era consciente de mi posición, no podía hacerle daño alguno en cambio si ella lo deseará podría hacerme polvo con sólo un chasquido sus dedos.

— Fue un error intentar cambiarte, yo tengo parte de la responsabilidad de todo lo que pasó en el pasado, de tu odio por cada uno de nosotros, soy la razón por la que no confías en nadie más que en ti mismo. — Alza la vista hacia mí. — Te pido perdón.

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