Capítulo 4: ¿Otra vez sal?

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Han pasado dos semanas, lo que significa que hoy es 16 de diciembre. He pasado mucho tiempo con Lukas, mi casi mejor amigo. La realidad es que, después de ese día, no volvimos a hablar sobre nada relacionado con nuestra atracción mutua o cuál sería el siguiente paso en nuestra relación. También he pasado un poco de tiempo con los vecinos, aunque las cosas con Aiden no cambian, más bien empeoran.

Hoy empiezan las novenas y creo que nos llega visita. Según mi mamá, mi tía vendrá con mi sobrina y mi tío, así que TENGO QUE IR a las novenas por obligación para llevar a mi sobrina.

Mi mamá estaba haciendo el desayuno junto a Lukas mientras yo me estaba bañando.

Al salir del baño, me vestí al estilo scene: una blusa verde fosforescente, un jean oscuro entubado y unos tenis Puma blancos. Sí, digamos que mis padres de vez en cuando me dan gustos caros. Cepillé mi cabello y me apliqué labial rosa, sonriéndole al espejo por la linda imagen que reflejaba.

—Listo.

Bajé a la cocina y el delicioso olor a crepes llegó a mis fosas nasales.

—¿A qué hermosura se le ocurrió hacer crepes? —pregunté mientras olfateaba el lugar.

—Lukas fue quien propuso que hiciéramos crepes —dijo mi mamá.

—Eres un amor, Lukas. —Lo cogí de las mejillas y le di un besote. —Es mi desayuno favorito.

—Ya lo sé, y por eso lo propuse. —Lukas me miró de pies a cabeza. —Si eso es verde, ¿cómo será maduro?

—Idiota. —Lo empujé suavemente.

—Sabes que ese color es demasiado chillón y doloroso para los ojos de un pobre mortal.

—Lim, espero que no te niegues. —Me señala con la espátula untada de crema de crepes. —Hazme de nuevo el favor de ir donde los vecinos y pedirles un poco de sal.

—¿Ya se acabó la otra? —Abrí los ojos impresionada.

—Digamos que un chico, —Miró a Lukas. —La derramó mientras cocinaba.

—Lukas, de verdad que no cambias. —Masajeé el puente de mi nariz, preguntándome cómo voy a volver donde Isaac a pedirle descaradamente sal. Pensará que no tenemos dinero ni para algo tan básico como eso.

—Puedo comprar una. —Refuta Lukas avergonzado.

—Por acá no hay tiendas, el supermercado queda a media hora de aquí a allá y tengo afán porque ya estoy haciendo el almuerzo, como ves. —Mi madre me señaló una olla de presión.

—Vale, ya vuelvo. —Respondí a regañadientes.

Salí de casa, crucé la calle y golpeé.

—Otra vez me pondrán a esperar. —Le di una patada a una piedra que estaba cerca a mi pie, pero la piedra le dio a un perro y el can se me lanzó furioso.

Comienzo a correr por toda la cuadra, huyendo del maldito perro que no se daba por vencido, sintiendo como mis pulmones están a punto de estallar debido a mi ya pésimo físico actual. Los ladridos del perro detrás mío me advertían que no debía detenerme.

—¡Maldito perro, vete a casa, shuuu! —Intento ahuyentarlo mientras corro y corro, hasta que fijé mi vista en la casa de los vecinos y vi a Aiden riéndose a carcajadas.

Siento ganas de retorcerle el cuello a Aiden al verlo casi estallar de risa en el umbral de su puerta mientras yo corría para evitar ser mordida.

¿Dónde se quedó la empatía de la que hablaba?

𝐕𝐞𝐜𝐢𝐧𝐨, ¿𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐬𝐚𝐥?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora