Hoy es martes 18 de diciembre, y me levanté con mucha hambre.Bajé a la cocina y saludé a mi papá, quien aún no se había ido a su trabajo. Luego, fui a la cocina y saludé a mi madre. Fijé mi vista en la loza; todo estaba en orden, pero noté que el salero tenía poca sal.
¡Genial!
— Mamá, no hay sal. Iré a pedirle a los vecinos.
— Pero amor, aquí hay otra libra de sal...
Subí rápidamente a mi habitación, me bañé, me puse una licra negra, una blusa manga larga verde y las chanclas a juego. Solté mi cabello, me coloqué un pasamontaña negro y salí a la calle.
Golpeé la puerta de los vecinos, pero nadie salió.
— Maldita sea, abre — murmuré.
Cogí una pequeña piedrecilla y la lancé en dirección a la ventana de Aiden.
— ¡Auuu! — gritó Aiden. Luego, se asomó por la ventana, y yo comencé a hacerle señales de que bajara a abrirme. — ¿Por qué demonios me andas agrediendo a esta hora de la mañana?
Sonreí.
Al rato, la puerta se abrió, y tras de ella apareció Aiden, siendo tan maravillosamente guapo a estas horas de la mañana; con una pantaloneta caqui y un esqueleto que seguramente se acaba de colocar.
Aiden me haló hacia el interior de la casa y me preguntó qué quería y por qué lo había golpeado.
— Es que me preguntaba si mi vecino tiene sal.
Aiden carcajeó y me miró divertido.
— ¿Es verdad o es una excusa para verme?
— Ja, ya quisieras tú — respondí con ironía, pero algo dentro de mí me decía que lo que él decía era cierto.
Aiden sonrió y se dirigió a la cocina, cogió el tarro de la sal y me lo brindó.
— Para que puedas volver a verme, te doy el tarro. Así puedes venir de nuevo a traérmelo, y te doy las llaves para que no me vayas a volver a tirar una piedra.
— Ok — asentí. Miré a mi alrededor y no vi a nadie. — ¿Y tus padres?
— Están en un viaje de negocios.
— ¿Y tus hermanos?
— Salieron a comer helado. — Se encogió de hombros.
— Ya veo... oye, yo me preguntaba si... es que he escuchado que en Sierras de Baja California... me preguntaba si quisieras ir. — Tartamudeé. Era típico en mí que siempre que iba a invitar a un chico a salir, tartamudeara.
Y es que no sabía por qué específicamente lo invitaba a él cuando también podría hacerlo con Lukas o Isaac, pero en mi mente algo me decía que solo me divertiría si fuera con él. Estamos en época de invierno, y es allí donde la gente más sale a esquiar o simplemente a admirar la nieve.
— ¿Qué? ¿No te entiendo? — sonrió divertido. Estaba segura de que él sí sabía a lo que me refería.
— Me pregunto si quieres ir conmigo a Sierras de Baja California — dije más segura y desviando la mirada.
— ¿Para qué quieres que vaya? Tú puedes ir sola. Ni siquiera nos llevamos bien — dijo con indiferencia.
— Lo sabía, me equivoqué cuando pensé que podríamos hacer las paces. Tú eres un chico arrogante y siempre serás así. Te lo dije, Limber, pero no me escuchaste — discutí conmigo misma.
— Aún no he dicho que no iré. Solo necesito saber para qué.
— Allí está nevando, me gustaría ir con alguien que conozca.
— Puedes ir con tu amiguito ese.
— Tú no entiendes — suspiré. — Lo que quiero decir es que quiero ir con alguien que se parezca a mí... con alguien único, además Lukas y yo... discutimos. — Desvié la mirada.
— ¿Y por qué me invitas así de repente o es por lo mismo que discutiste con tu amigo y solo me quieres como segunda opción? — Frunció el ceño.
— Porque... — vamos, Limber, inventa una excusa rápidamente —. Porque siempre me regalas sal y... de agradecimiento por haberme salvado ayer. Esto no tiene nada que ver con Lukas.
— No te equivoques, yo no te salvé a propósito, solo no me gustan las injusticias.
Rodeé los ojos y me di la vuelta.
— Ese será mi regalo de Navidad para ti. — Y salí de la casa sin mirar atrás.
Llegué a casa y le di el salero a mi mamá.
— Mira, aquí te traje sal.
— Cariño, no hacía falta. Hay otra libra en el estante. — Mi mamá me señaló el estante y, efectivamente, allí había otra libra.
— Eem, bueno, yo entonces volveré a entregarle la sal al vecino. — Avergonzada, salí de nuevo rumbo a la casa de los vecinos. Abrí con la llave que me dio Aiden, dejé el salero en su lugar y miré hacia las escaleras.
¿Qué estará haciendo Aiden?
No, no irás, Limber. Vuelve a tu casa.
Inconscientemente, caminé hacia las escaleras, y cuando me di cuenta, ya estaba frente a la puerta de la habitación de Aiden.
Empujé la puerta, y para mi suerte, estaba abierta.
Aiden estaba acostado, con sus audífonos puestos y los ojos cerrados.
— ¿Aiden? — pregunté por lo bajo.
No se percató de mi presencia, así que caminé a pasos lentos hacia él.
Cuando estuve lo suficientemente cerca, le quité el audífono y me lo puse en el oído.
Él se levantó sobresaltado y me quitó inmediatamente el audífono.
— Que pornográfico eres. — lo miré divertida, pero estaba decepcionada a la vez, él estaba escuchando gemidos y ni siquiera me atrevería a mirar para abajo por temor a ver una erección en él.
— No es lo que crees — posó su mirada en mis pies.
Mordí mi labio inferior, aguantando las ganas de reír ante su cara inocente, después de haberlo descubierto haciendo algo totalmente contrario a lo que dice su expresión.
Él levantó la quijada y miró mis labios. Este hecho me pone un poco nerviosa; no sé si lo hace porque estaba escuchando cosas estimulantes y su cerebro extasiado lo hace involuntariamente, o si realmente lo hace con intención, o si ni siquiera es lo que estoy pensando y solo me invento películas.
— ¿Qué miras? — pregunté un poco incómoda por su mirada.
— Nada... ¿sabes? Ya decidí sobre ir a las Sierras de Baja California, y sí, creo que me hará bien ir.
— ¿En serio? Entonces nos vamos el 23 de diciembre. Ve arreglando la maleta, porque duraremos por ahí 5 días allí — sonreí contenta.
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𝐕𝐞𝐜𝐢𝐧𝐨, ¿𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞𝐬 𝐬𝐚𝐥?
Non-FictionLimber y Aiden, vecinos que no podrían llevarse peor, ven sus destinos cambiar de manera inesperada. Una madrugada, Limber se encuentra en la inusual situación de tener que pedirle sal a su estúpido y mujeriego vecino. Este encuentro podría desencad...