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     Mis esfuerzos, vaya ¿Cuántos fueron? Infinitos de números negativos. Nada resultaba, aunque me esforzaba, tal vez demasiado, puedo admitirlo con un poco de vergüenza que hice cosas, dije de más y creo que me sobrepasé en una que otra ocasión.

Por ejemplo, mis notas anónimas, que risa me causa recordarlas, alteraban cruelmente mi letra para que no te dieras cuenta de quién era. Ahora me pregunto ¿De quién creías que eran? Si de casualidad pensaste que fui yo no me extrañaría que pensaras que estaba loca, yo me sentía así minutos después de meterlas en su bolso y luego me daban ganas de retirarla, pero ya tú la tenías en tus manos o te llevabas el bolso y se iban mis chances de recuperar la dignidad.

Esa es una, tal vez de las menos vergonzosas; otras pueden ser las veces que te seguía con la mirada a donde salías y luego te casualidad me aparecía, pasaba por tu lado y te saludaba; cuando necesitabas ayuda y yo presente y a tu lado te asistía al tipo Flash; a la salida siempre esperaba a que te fueras primero para ser yo quien te despidiera; cuando estábamos hablando y alguien más venía y te solicitaban yo esperaba pacientemente de nuevo mi turno; joder, y no voy ni por el cuarto de cosas que hice.

Varias de mis ideas más ingenuas vinieron de la televisión y los libros, tan influyente los desgraciados, esas series e historias en donde las protagonistas escribían diarios, canciones de sus malos, buenos e imposibles amores, y luego lo arreglaban al acabar el drama y las peleas con un beso; todo eso había dejado marcas en esa niña que fui, amorosa, romántica, tímida y fantasiosa de un amor soñado.

Lástima, no sabía todavía que algunos sueños llevaban más tiempo en ser llevados a las estrellas fugaces, estas solamente te daban fuerzas y de uno dependía lograr el resto.

De nuevo ¿Cuántos intentos fueron? Y, sobre todo, ¿Valieron la pena? Creo que la soledad que siguió acompañándome después de todo puede responderlo fácilmente.

Recuerdos de un amor perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora