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     Para alguien que siempre tuvo consuelo en la soledad que de un instante a otro el apoyo ajeno al suyo llegara sin invitación fue algo bastante especial y reconfortante, las mañanas se hacían menos grises y el transcurso de las horas en el mismo plantel más tolerable.

Era maravilloso al igual que desastroso, mejor ni que contar, mis amistades no fueron de las que describen en los libros, ni las que presumen en las series, conocí a muchas personas que valían la pena y otras que no, varias que me dieron un hombro en que llorar, como también otras que solo veían y se iban en silencio.

Incluso así, pasé a tener un grupo estable del cual, si, no acabó como al final de esas películas "¡Amigos por siempre!", pero del que tuve igual buenas y malas experiencias, risas y llantos y, lamentablemente, unas cuantas despedidas; con ellas pude seguir dando amor, pero en menos cantidad, pequeñas dosis de cariño entre otras personas y yo, lo suficiente para no ahogarme del que no era correspondido.

¿Cómo es eso? ¿Acaso es necesario mencionarlo? Me separé de ti, no tenía nada que hacer en medio de ti y la malintencionada esa que gozaba de mi sufrimiento como su plato favorito en el desayuno ¡No, qué horror! Prefería que la tierra se abriera y me tragara, me llevara al otro lado del planeta y me escupiera en donde tendría que hacerme fuerte si quería darte la cara de nuevo, lavada y sin nada que ocultar de tus ojos.

Así es, si debía enfrentarte otra vez, me aseguraría de darte mi mejor aspecto, puesto que "Pude ser débil, pero me volvería el doble de fuerte", eso se volvió una ley, un lema y algo que seguir el resto de mi vida.


Recuerdos de un amor perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora