Londres.

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Narración normal.

— Preciosa. — Habló — Alguien toca la puerta. — Seguía adormilado.

— Alguien tira la puerta, lo voy a matar...

— ¿Cómo dormiste? — preguntó.

— Bien, creó qué era lo que me hacía falta... Prepararé la comida y seguiré trabajando, supongo que Tsunade Sama, me mandó e-mail y debo trabajar.

— Te ayudo con el trabajo de la preparatoria, sirve qué también me pongo al corriente.

— Sí. — Se sentó en la cama — Mataré al idiota que sigue tocando la puerta.

— Claro que lo harás, pero primero ponte ropa... No quiero que nadie te vea. — le pasó su camisa.

— No pensaba salir así... — se puso la camisa, le quedaba grande. Busco su ropa interior entre las cobijas.

— Preciosa... — le habló con dulzura — ¿Ésto es lo qué buscás? — le daba su ropa.

— Sí... Gracias. — Se levantó y buscó sus pantuflas.

— Ya te oí, idiota. — le gritó desde la puerta del cuarto.

Kakashi se rió.

Caminó hasta la puerta, al abrirla.

— ¿Interrumpí algo?

— ¡Itachi !

— ¿Puedo pasar?

Narra Elena.

— Madre mía... ¿Qué hace esté aquí? — pensé, lo que me faltaba, que él viniera y me jodiera la vida.

— ¿Entoces...? — volvió a preguntar.

— Pasa, quédate en la sala. Ahorita salgo y te muestro el carro qué anunciaremos el sábado. — me hice a un lado y cerré la puerta.

— ¿Tienes visitas? — seguía con su interrogatorio.

No respondí, no era de su incumbencia saber mi vida.

Lo ví sentarse y yo corrí para mi cuarto.

— Bonitas piernas. — lo alcance a escuchar, sí, mi límite lo había sobrepasado. Me quedé quieta en el umbral de la puerta, respiré hondo.

— Gracias. Me he ejercitado con Kakashi. — le sonríe. Eso podría sonar a albur pero tenía un 50% de verdad, había empezado a hacer ejercicio con él y bueno el otro 50% era que él es muy bueno en la cama, sí estaba enfermo y era así, no quería esperar a que se recuperará y ver qué tan bueno es.

Su cara valía oro, era entre un poco de odio y asombro.

Entre y lo ví a él, seguía acostado. — ¿Quién era el idiota que tocaba la puerta?

— Itachi, — Respondí.

Vi que su cara cambió, se le veía molestó.

Tomé unos shorts de mí ropero. Le daba la espalda — Trabajaré con él en la sala, esperó que se vaya rápido — me acomodaba su camisa y mi cabello.

Sin respuesta.

— ¿Quieres qué te dé algo de comer? Puedo preparar algo para que no tengas hambre.

Su silencio me mataba.

Me dí la vuelta y lo ví ponerse sus pantalones, estaba a la orilla de la cama. — ¿Qué diablos haces?

— También trabajaré en la sala. — Ahí estába la respuesta.

— Estás delicado, no puedes tener mucho movimiento.

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora