Sorpresas y decepciones

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Una vez que me canso de dar de vueltas en la sala, me recuesto en el sillón y comienzo a observar el techo, mientras escucho el sonido que hacen las manecillas del reloj al avanzar lentamente.

- ¿Cómo permití que las cosas llegaran tan lejos? – Me pregunto, otra vez, sin poder hallar una respuesta.

Han pasado casi cuarenta y ocho horas desde que nos dimos aquel beso y yo no he podido sacarme al Sr. Grandchester de la cabeza por más que lo intento. Aún puedo sentir sus suaves labios presionados sobre los míos, moviéndose al compás de los míos, al mismo tiempo que su barba, a medio rasurar, rozaba mi piel.

- ¿En qué demonios estabas pensando, Candy? – Me pregunto, pero tengo que admitir que cuando él me besó, yo ya no estaba pensando en nada; de hecho dejé de hacerlo en el momento en el que él tomó mi rostro entre sus manos, o tal vez antes, no lo sé.

Trato de justificarme a mí misma, repitiéndome que yo intenté rechazarlo, que intenté alejarlo de mí – Jajaja, ¿a quién quieres engañar, Candy? Te rendiste en el mismo instante en que su boca se unió con la tuya – Sí, es verdad, mi cuerpo entero se rindió al sentir el calor que emanaba de su piel, al respirar su aroma y al probar el sabor de su saliva. En ese mismo instante mis manos se aferraron con fuerza a su camisa, en lo que él me envolvía delicadamente entre sus brazos y comenzaba a acariciar mi espalda con la yema de sus dedos.

Mi cuerpo entero tembló cuando él se detuvo por unos segundos, solo para susurrarme un "Te quiero" y mi corazón se aceleró cuando el volvió a besarme con más intensidad, con más ímpetu, mientras que nuestros pies comenzaban a moverse por el consultorio como si estuvieran bailando un vals. Cuando me di cuenta, mi cadera ya había topado con el borde de mi escritorio y fue entonces que sus manos se colocaron firmemente en mi cintura, para alzarme y sentarme sobre su superficie.

- Detente Candy, esto no está bien, esto no es correcto. ¡Aléjate! – Me gritaba mi mente, pero no la escuché y contrario a lo que me dictaba la razón, rodeé su cuello con mis brazos y lo atraje mucho más cerca de mí. Él se colocó rápidamente entre mis muslos y una de sus manos se situó en la parte baja de mi espalda, mientras que la otra se posaba sobre mi nuca, permitiendo que sus dedos se introdujeran entre mis cabellos, liberándolos de su amarre y posteriormente comenzaran a jugar con ellos, despeinándolos a su antojo.

Ignoro cuánto tiempo estuvimos besándonos, pero creo que se me fue una vida entera entre sus brazos y a pesar de que yo mantenía los ojos cerrados, pude percibir su sonrisa en más de una ocasión.

Por mi parte, me permití recorrer su rostro con mis dedos y tirar suavemente de su cabello repetidas veces, también me permití sonreír cuando se separó temporalmente de mí y comenzó a besar mi nariz, mi frente, mis ojos, para luego regresar a mi boca, atacándola con mayor ferocidad.

Mi rostro se enrojece al recordar cómo sus labios abandonaron los míos, avanzando lentamente hacia mi oído y dejando una estela de besos a su paso. Me derretí cuando sus dientes atraparon el lóbulo de mi oreja y lo estrujaron lentamente, para luego murmurar un "Me encantas, Candy, me fascinas". Y casi desfallecí cuando su boca se apoderó de mi cuello y posteriormente de mis hombros, sin darme tregua alguna.

No, no tienes ninguna justificación, Candice – Me recrimino a mí misma, sabiendo que yo lo dejé avanzar, sabiendo que yo permití que me besara y que me acariciara de esa forma – Sí, todo esto es tu culpa, Candice. Tú solita te metiste en este lío y ahora tienes que ver de qué forma vas a salir de él.

El timbre de mi celular interrumpe mis atormentados pensamientos, al igual que la alarma interrumpió nuestro momento íntimo, obligándome a poner los pies sobre la tierra. No sé de dónde saqué la fuerza para separarme de él, ni para mantenerme firme, cuando sus ojos azules me suplicaban que le permitiera seguir a mi lado, que le permitiera seguir besándome.

Acaricia mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora