Una plegaria al cielo

348 40 5
                                    

Los primeros claros del sol comienzan a iluminar la habitación, indicándome que ya es hora de levantarme. Para mí buena suerte, todavía no suena mi alarma, lo que me permite aprovechar de algunos minutos extras para despabilarme por completo.

La sensación de que algo me está oprimiendo el pecho me hace girar la cabeza y al hacerlo, descubro que se trata del fuerte brazo de Terry que reposa, inerte, sobre mi tórax. Antes de intentar mover un músculo, me quedo observando el sexy rostro de mi novio, el cual mantiene esa expresión pícara que tenía hace unas horas, y mis labios se curvan en una enorme sonrisa de satisfacción al recordar lo que hicimos anoche.

Cuando considero que ya he pasado suficiente tiempo escrutando el perfecto y varonil rostro que tengo enfrente, retiro cuidadosamente su brazo de mi cuerpo, tratando de no despertarlo y me incorporo de la cama para dirigirme al sanitario. En el trayecto, me distraigo de nuevo observando su espalda desnuda y sí, también ese glorioso trasero, firme y redondeado, que se asoma por debajo de la sábana; y luego de un par de minutos, tengo que obligarme a mí misma a dejar de verlo para poder continuar mi camino hacia el baño.

En lugar de meterme a bañar, me quedo sentada sobre la tapa del excusado, repasando cada escena de nuestro apasionado - Y bastante divertido - encuentro sexual y me estremezco por completo al evocar sus largos dedos recorriendo mi piel, acariciando mis pechos, frotando mi centro... así como esos candentes besos que deposito en cada centímetro de mi cuerpo. Conforme mi cerebro continúa repasando esas ardientes escenas, no puedo evitar preguntarme si hice lo correcto al cruzar "esa línea".

De repente, un flashazo de él incitándome a gritar me viene a la mente – ¡Oh, por Dios! ¿De verdad hice eso? – Me cuestiono, para luego llevarme las manos al rostro y sacudir mi cabeza al percatarme de lo escandalosos que fueron mis gritos de placer - ¡Qué vergüenza! - Exclamo al imaginar que más de uno de mis vecinos debió haberme escuchado.

Mientras intento borrar esos bochornosos pensamientos de mi mente, la imagen de mí misma aferrada a su cuerpo, disfrutando de esa sensación de confort que me brindaron sus brazos después de haber tocado el cielo con las manos, asalta mi mente. Estaba tan cansada, que no me di cuenta en que momento dejé de prestarle atención a su conversación; la cual, si no mal recuerdo, trataba de lo maravilloso que sería si tuviéramos un hijo – ¡Un hijo suyo y mío! – La sola idea me hace sonreír como una tonta, pero me obligo a poner los pies en la tierra, recordándome que aún no estoy lista para esa clase de responsabilidad.

De la nada, la puerta se abre de golpe, pegándome un susto de muerte.

- ¿Qué haces aquí? – Me pregunta Terry, observándome con curiosidad, mientras que yo contemplo su cuerpo de dios griego, completamente desnudo.

- Yo estaba... haciendo pipí.

- ¿Sobre la tapa del inodoro?

- ¡Mierda! - Intentó buscar una justificación a mi estúpido comportamiento, pero al no encontrar ninguna, decido decir la verdad.

- Estaba... pensando.

- ¿En qué?

- En ti...

Una sonrisa presuntuosa se hace presente en su rostro, al mismo tiempo que comienza a avanzar de forma pausada hacia donde me encuentro sentada.

- ¿Y se puede saber qué pensabas de mí?

Yo me encojo de hombros, ya que no estoy segura de querer agrandar más, su ya enorme ego masculino.

- Estaba pensando cosas...

- ¿Qué cosas? – Indaga, acercándose como un felino, para luego hincarse frente a mí sin dejar de escrutar mi rostro con esos ojos azules, tan seductores, que me vuelven loca.

Acaricia mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora