Contrario a lo que todo el mundo cree, el vodka sí da resaca. En lo que abrí los ojos la mañana siguiente con dolor de cabeza, aún ahogado en humo de cigarrillo y con una sed que solo podría ser saciada luego de acabar con las reservas mundiales de agua mineral, me pregunté por qué en esos momentos en que el alcohol baja por tu garganta solo puedes pensar en que quieres más y ni por casualidad se te ocurre considerar cómo te sentirás la mañana siguiente y mucho menos dónde vas a despertar.
Hablando de eso, estaba en una cama, no quedaba duda. Sin embargo, la habitación no me recordaba a ningún lugar en el que hubiera estado recientemente. Parecía la suite de un hotel de lujo. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que me fui de fiesta de esa forma. Si la memoria no me fallaba, fue en Londres y un puente estuvo involucrado, además de la policía y decenas de periodistas.
Con la lentitud y la pereza que da una resaca del tamaño del antiguo Imperio Alemán, traté de incorporarme un poco al tiempo que instaba a mi cerebro a despertarse y darme alguna pista de lo que había hecho la noche anterior y el lugar donde me hallaba. Una fiesta, sí, definitivamente fue una fiesta monumentalmente divertida con la chica que conocí en la Ópera, Gabrielle, y su amigo, Jérôme Belmont, quien era, según entendí, un millonario coleccionista de arte con un gusto irreprochable por el whisky de malta.
Belmont era como una versión de mi amigo Cedric pero en un mundo paralelo, un dopplegänger malvado pero definitivamente carismático, como todo buen malvado debe ser. Y Gabrielle, Gabrielle... Esa chica parecía ser el remedio perfecto para el deprimente estado de ánimo en el que París me había sumido, una vacuna contra la soledad y el tedio. «Gabrielle Campbell. Artista del tatuaje, vagabunda y, con toda seguridad, una mujer que recordarás por el resto de tu vida», me dijo cuando, maravillado por las luces, el ambiente y, sobre todo, por ella, le pregunté quién era esperando algún tipo de revelación trascendental. Por alguna razón me pareció la más acertada de las presentaciones.
La celebración, cuyo motivo desconocía, fue en una casa enorme en las afueras de París. Había un famoso DJ pinchando discos en una tarima, gente hermosa que parecía amarme instantáneamente, Grey Goose repartido como botellas de agua y hasta artistas que fingían ser estatuas o ejecutaban rutinas tipo El Circo del Sol en pequeñas jaulas suspendidas desde el techo. Todo se asemejaba a una especie de decadencia irreal que me engulló haciéndome parte de ella hasta que me fue imposible diferenciar la realidad de la fantasía. Incluso a la luz del día no estaba seguro de qué parte había sido un sueño y qué parte real. Hasta donde recordaba Gabrielle y yo bailamos, bebimos, nos reímos como idiotas y fingimos ser parte de ese mundo fantástico hasta que nos lo creímos mientras Jérôme nos observaba con una sonrisa perversa en los labios a la cual no le di mucha importancia porque había demasiada vodka en mi sistema linfático.
—Buenos días. —la voz provenía de algún rincón de la habitación y la brusquedad con la que moví la cabeza para encontrar el lugar del que salía me generó un dolor que me tuvo viendo puntitos blancos y brillantes por unos cuantos segundos. En lo que enfoqué la vista allí estaba Gabrielle, sentada en una silla, tan fresca y despierta como si se hubiese acostado a las ocho de la noche después de comer una ensalada. —¿Me recuerdas? —preguntó con una sonrisita de suficiencia.
La preocupación sobre dónde estaba y lo que había hecho la noche anterior desapareció como por arte de magia. Ella era divertida, hermosa, un poco loca y completamente desinhibida. En fin, era Kylen Deshawn en versión femenina y nada podía ser mejor que jugar un rato con alguien que pudiera seguirme el paso.
—¿Gabrielle, verdad? —dije haciéndome el desentendido, apenas mirándola.
—Me alegra que lo recuerdes —respondió sin dar la más mínima evidencia de haber acusado el golpe de mi supuesta indiferencia.
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El 'Chico Malo' del Ballet (Gay) [Terminada] #3
RomanceKylen Deshawn, conocido también como "el chico malo del ballet", vive su propiamente impuesto exilio en París intentando mantenerse lejos de sus vicios: las fiestas, el alcohol y el sexo. No obstante, este nuevo comienzo que tenía planeado para su v...