Capítulo 17

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~Narra Gabrielle~

La maleta estaba hecha, el itinerario listo y los pasajes comprados. Las supuestas vacaciones de Jérôme no eran más que un viaje de trabajo que involucraba visitar artistas y comprar pinturas en Italia, Portugal y Grecia. No iba a protestar. A fin de cuentas, le debía mi compañía por todo el tiempo que lo descuidé y por todo lo que había hecho, aunque todavía me sorprendía lo fácil que había sido reclutar su ayuda.

La audición de Andrea estaba concertada. Tal y como había esperado, la petición de Kylen, refrendada por Jérôme Belmont, había logrado sortear un trámite burocrático extenso. En cualquier especialidad, y en particular en el mundo de las artes, importaba tanto el talento como la gente que hablara bien de ti.

A Kylen no lo había visto en un buen tiempo. Solo llamadas y algunos mensajes de texto. Todo su tiempo libre estaba consumido en entrenar a la niña, en estudiar para eso. Estaba completamente entregado a la tarea. Esa había sido mi intención. Sin embargo, no me parecía correcto irme de París sin despedirme, aunque, para ser honesta, normalmente las despedidas no eran lo que se me daba mejor. Dejé mi casa y a mi familia sin ni siquiera avisar de que me iba y, por mucho tiempo, cada lugar después de ese nunca fue algo permanente. Luego vino Holanda y, después de un tiempo a ese país y a Davy, el hombre que me enseñó que dar era mejor que tomar, también los dejé atrás sin voltear, para venir a París con Jérôme. Incluso todos y cada uno de mis «irreparables», como los llamaba Jérôme, se fueron cuando sus vidas estaban en orden con solo un beso de despedida y en algunos casos un «muchas gracias», haciendo así más fácil esa odiosa tarea de decir adiós. Sin embargo, con Kylen Deshawn todavía me quedaba ver el desenlace de la historia. Por eso sentía la necesidad de dejarle claro que aún no era momento de librarse de mí, de que nuestros caminos tomaran direcciones opuestas.

Al menos eso era lo que me decía mientras caminaba por las divertidas calles de Montmartre buscando el estudio donde, cada noche, Kylen y su protegida sudaban la gota gorda. Encontré el lugar antes de confirmar la dirección. La edificación tenía una vidriera permitiendo a los transeúntes ver lo que pasaba dentro. Mi plan era hacer una gran entrada, hablar un rato con Kylen y luego salir de allí rápidamente sin muchas explicaciones. Era mi forma usual, humo y lentejuelas, magia y espejos, ahora me ves y ahora no.

No obstante, el espectáculo dentro me dejó parada al otro lado de la calle imposibilitando cumplir con lo planeado. A simple vista, eran solo un hombre (uno tremendamente atractivo) entrenando a una niña y un hombre al piano muy atento a todo, pero si lo examinabas más de cerca, si habías vivido una situación donde la camaradería, el calor y el cariño eran la norma, podías casi ver la energía que los conectaba.

Mi mente voló a algún momento de mi niñez cuando aún no deseaba lo que no era para mí, cuando todavía no lo había tomado por la fuerza, mucho antes de que la decepción de no ser la elegida me impulsara a intentar, por caminos erróneos, volverme interesante, diferente, llamativa. El recuerdo me mostraba a dos jovencitas muy parecidas y a su secuaz montando tiendas de campaña y hasta una fogata controlada en una enorme terraza, en un intento por hacer una acampada en el Upper East Side de Nueva York. Geraldine y Josiah, como siempre, habían leído los manuales y hasta tenían un diagrama de los pasos pertinentes para instalar las tiendas; yo iba por instinto. Ellos siempre habían funcionado de esa manera, en perfecta sincronía, y yo me encargaba de alterarles el balance para crear unos cuantos imprevistos. Éramos felices en ese entonces, éramos una familia.

—Te extraño mucho, Geraldine, y lo siento —musité las palabras que nunca me atrevería a decir en voz alta mientras acariciaba el tatuaje en mi muñeca.

Era muy jodido ir por la vida a sabiendas de que te faltaba la mitad de ti. Solo esperaba que ella estuviese bien, completa, feliz con esa vida que yo había tratado de robarle.

Levanté la vista, limpié de mi cara una lágrima traidora que se había escapado y nuevamente vi la escena a través de la vidriera al otro lado de la calle. Andrea bailaba. Kylen, recostado en el piano, la observaba, aunque algunas veces, distraídamente, le echaba una miradita a Bastian. Él también lo hacía, aunque las miradas parecían tomar turnos previamente acordados. En algún momento esa coordinación perfecta que les permitía evitarse se perdió. Ambos se miraron al mismo tiempo y el chispazo, la corriente eléctrica entre ellos, fue tan fuerte que, a pesar de la lejanía, me sentí una intrusa en un momento privado, una voyeur de momentos felices. Por unos segundos nada pasó. Bastian se recobró primero, subió una ceja y dijo algo. Kylen estalló en una carcajada y Andrea protestó con las manos en la cintura.

—Son tan lindos... —dije aunque estaba sola, pero era como ver fotos de cachorritos en Instagram. No podía evitarlo. Luego miré al cielo. —Hola. No sé si hay alguien allá arriba o si una persona como yo ha perdido el derecho de hablar por línea directa, pero si no es mucha molestia, ¿podrías evitar que él lo arruine?

Un hombre pasó a mi lado y me miró con desconfianza. ¿Quién iba a culparlo? Era demasiado temprano para encontrarse a alguien en medio de la calle hablándole al aire, incluso en Montmartre.

—Soy así de religiosa —le dije al desconocido con un guiño. El hombre, tras estudiar mi escote, mi vestido más que ajustado y mis botas, negó con la cabeza y se alejó.

Era también mi momento de irme, sin decir adiós, como era mi costumbre. Me di la vuelta y caminé tranquila calle abajo. Tal vez mi trabajo aquí sí había terminado.

El 'Chico Malo' del Ballet (Gay) [Terminada] #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora