El 'Chico Malo' del Ballet (Gay) [Terminada] #3

Capítulo 12

—Entonces, ¿qué pasa con el rubio?

Me tomó unos segundos entender de qué hablaba Gabrielle. Había pasado cerca de una hora desde que vino a invitarme a cenar y ahora, cargados de paquetes, recién habíamos entrado en el apartamento más cool que había visto en mi vida. No estaba en un buen vecindario, era muy pequeño y viejo, pero tenía una personalidad increíble. Era como se supone que debe ser la casa de un artista. Los muebles, todos en estilos diferentes, tenían en común la riqueza de los colores vivos; telas, saris, chales, de las más distintas tramas y colores, cubrían las sillas, las mesas, las lámparas y hasta un pedazo del techo. Las paredes estaban llenas de cuadros, pero no enmarcados y dispuestos ordenadamente como en un museo, sino que muchos eran bocetos, pedazos de cartulinas coloreadas que, además de adornar, le daban textura a las superficies. Incluso una de las paredes del fondo era un mural, realmente vívido, de una calle de Montmartre. Estaba abrumado, maravillado y fascinado con el ambiente que me rodeaba, así que me tomó un minuto entero reaccionar y cuando lo hice no fue con palabras. La sobrecarga en mis sentidos era tal que solo pude esbozar una mirada confundida.

—No te hagas el tonto —dijo Gabrielle cargando las bolsas hasta la cocina, que era tan artística como el resto del recinto: ollas rojas de peltre colgadas con cadenas de unas barras de metal en el techo y una estufa antigua, de esas que son redondeadas y gorditas, que para colmo era de amarillo chillón. —Hablo del rubio al que le sujetabas la mano como si fuese a desaparecer ante tus ojos en cualquier momento.

—No lo hacía —protesté ofendido, apartando la vista del refrigerador al que alguien se había tomado la tarea de pintar como si estuviera cubierto de hiedra. —Se llama Bastian, es pianista acompañante en la Ópera y, para rematar, mi vecino. Créeme, me encantaría que desapareciera, pero parece estar en cualquier parte donde miro.

—Es muy guapo.

—Supongo —dije a regañadientes. —No lo veo de esa forma.

—¿Eres ciego o mentiroso?

Con una mueca burlona comenzó a sacar los comestibles. Me había prometido hacer cuscús y yo, como un comensal bien educado, tomé asiento en una de las dos sillas que estaban frente a una mesa de fórmica morada.

—Ni una cosa ni la otra —dije y me entretuve mirando por la pequeña ventana aunque, para ser honesto, no estaba viendo nada en particular. Bastian era guapo, sí, pero por lo general eso no era lo primero que me venía a la mente cuando estaba con él a menos, claro, que sonriera pero eso no ocurría con frecuencia. —No es mi tipo. Es demasiado serio, demasiado exasperante, demasiado... No sé. No tienes idea de lo odioso que es ese hombre. Siempre me está regañando, señalando mis faltas, creyéndose superior. Te juro que algunas veces me provoca...

—¿Callarle la boca? —completó sonriendo. Inmediatamente decenas de imágenes llenaron mi mente: yo besando a Bastian, enterrando los dedos en ese cabello grueso y dorado que, seguramente, se sentiría como seda en mis manos; marcando su piel con mis dientes con el único objetivo de que recordara quién le había hecho perder su perfecta compostura; despojándolo de esa ropa poco llamativa que usaba para descubrir lo que escondía debajo y sintiéndome en el proceso como un niño quitándole el envoltorio a un regalo de Navidad. —¿Kylen?

Levanté la vista y Gabrielle me miraba curiosa, con el rastro de una sonrisa pícara todavía en su boca.

—Bastian es un fastidio —dije decidido, tratando de obviar las imágenes que seguían danzando en mi mente. La maldita abstinencia era lo que me tenía imaginando cosas con cualquiera como protagonista. A estas alturas hasta encontraría sexy a una bolsa de patatas. —Mi interés es en su hija, Andrea.

—¿Un hombre casado? Eso es complicado, Kylen, además da mal karma.

—Créeme, lo sé —hice un gesto hastiado con la mano, recordando a Danny, a Cedric, al porqué estaba ahora en París. —Pero Bastian no es casado, es padre soltero, y, ya te dije, ni siquiera me gusta.