Bajar la escalera requirió un esfuerzo titánico. Ni pensar que hacía apenas unas cuantas horas corrí por esos escalones con la avidez de un necesitado. Ahora mis pasos eran los de un condenado hacia el cadalso.
Después de mi conversación con Gabrielle comprendí que el problema no era lo que dijeran de Bastian. Lo que hubiese hecho con su vida en el pasado no me importaba. Yo no tenía, precisamente, un record impoluto. Lo que hacía que cada escalón descendido fuese tan difícil era el temor de que las cosas cambiaran irrevocablemente en un sentido o en otro. Los grandes cambios nunca habían sido lo mío. Me sentí nuevamente como aquel niño de trece años que enviaron solo a Londres: temía moverme y hacer algo mal, arruinar lo que tenía y, aun así, sabía que debía continuar para poder abrazar ese futuro que necesitaba, pues las cosas en su estado actual, por alguna razón, se sentían insuficientes.
Bastian abrió la puerta y todas las dudas y los temores desaparecieron como por arte de magia. Él tenía ese extraño efecto en mí. Su rostro se iluminó al verme por un pequeño espacio de tiempo y eso fue suficiente. No era algo nuevo. Las primeras veces que esos cambios en su expresión ocurrieron fueron tan breves que no estaba seguro de que el gesto hubiese existido realmente o si era una invención de mi mente confundida, pero me había vuelto un observador de sus expresiones tan experto que ya podía darme cuenta de cuándo esos pequeños cambios se presentaban. Incluso si no los estaba buscando, un temblor casi imperceptible dentro de mí me notificaba su aparición. Lo que ahora sí era más que evidente era que esos pequeños gestos no eran sustituidos por una mueca de disgusto, como cuando nos conocimos. No, ahora cuando desaparecía esa pequeña emoción era suplantada por algo muy parecido a la calma que él me generaba.
—No sabía que vendrías hoy —me dijo y no sonaba contrariado. —Andrea está en casa de una de sus amigas del instituto.
—Bien —dije sin moverme del umbral. —Quería verte a ti.
Esa pequeña expresión sin nombre afloró por unos segundos y luego quedó solo un poquito de curiosidad.
—¿No vas a entrar?
—Sí, claro.
Finalmente entré sintiendo que estaba dando el primer paso del resto de mi vida y cuando cerré la puerta supe que nunca volvería a ser el mismo. Obviamente estaba en un estado de ánimo bastante ominoso.
—¿Qué pasa? —me preguntó preocupado.
Obviamente mi rostro no hablaba de buenas noticas. ¿Por dónde comenzar? ¡Ni siquiera sabía lo que me pasaba a mí, por todos los cielos! Esa necesidad, esa urgencia, no formaba parte de mi comportamiento habitual, a menos que hubiese una botella o una fiesta involucrada. «Limítate a los hechos», me dije, porque esos eran más fáciles de explicar que esa otra cosa que estaba allí casi al alcance de mi mano pero que no conseguía asir para examinarla y darle un nombre en voz alta.
—Van a negarle la beca —dije finalmente.
—¿Por qué? —preguntó un poco indignado —Ni siquiera la han visto bailar...
—No se trata de Andrea. Hicieron un estudio de tus estados financieros — me miró confundido —Y encontraron unas cuentas de inversión.
Bastian abrió los ojos y creo que dejó de respirar. Dio unos cuantos pasos hacia atrás hasta que sus piernas chocaron con un sillón cercano en el que se dejó caer.
—Andrea no puede saberlo —escondió la cara entre sus manos. —No debe saberlo.
No lo negaba, pero esa respuesta que vine a buscar no fue lo que me rompió algo en el medio del pecho, lo hizo la visión de ese hombre tan fuerte, tan decidido, doblado sobre sí mismo escondiendo el rostro.
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El 'Chico Malo' del Ballet (Gay) [Terminada] #3
RomansaKylen Deshawn, conocido también como "el chico malo del ballet", vive su propiamente impuesto exilio en París intentando mantenerse lejos de sus vicios: las fiestas, el alcohol y el sexo. No obstante, este nuevo comienzo que tenía planeado para su v...