Capítulo 16: Ángeles terrenales.
Es increíble como a veces nos pasamos toda la vida buscando algo que nos llene por completo. Que nos haga saber que estamos en el mundo por una razón, una razón que nos haga querer seguir vivos únicamente por eso. Algo por lo que valga la pena seguir aguantandolo todo con tal de poder mirarle una vez más. Aquello que en el caso de tener que dejar este mundo, nos siga atando a el.
No entiendo ese afán de la vida de darte las mejores cosas, para luego quitartelas sin piedad. No estaba perdiendo al amor de mi vida. Estaba perdiendo algo peor, mucho peor. Estaba perdiendo a mi mejor amigo. A mi verdadera familia.
Siempre había sido una niña que por fuera podría estar llena de ilusiones pero por dentro estaba rota en mil pedazos. Pero desde ese día que lo conocí mi vida cambió por completo. Porque todos los pedazos que se caían, él conseguía armarlos de alguna forma u otra.
Asi que sí, yo había encontrado ese algo en mi vida. Había encontrado a Chandler.
Recuerdo el día que lo conocí. Ese podría ser catalogado como uno de los peores días de mi vida, claro para una niña de tan solo siete años, pero que a la larga se convirtió en mi favorito. El mejor día de mi vida.
—¡Mamá! No encuentro la pala. —Recuerdo haberle gritado eso desde el piso de abajo.
Nos habíamos mudado a una nueva casa, un nuevo vecindario mucho más bonito que el anterior. Un nuevo comienzo para nosotras. Por suerte mi padre no estaba en casa porque lo único que hacían ambos era discutir todo el día. Era horrible cuando él estaba aqui.
Asi que ese día era maravilloso. Nada podría arruinarlo, ¿verdad? Fue lo que pensó mi yo de siete años. No tenía ni idea que ese día iba a ser un desastre... Pero al final sería el mejor.
Mi madre se había encargado de conseguir mi pala y ayudarme a tener todos los instrumentos para sembrar una plantita en el enorme patio que teníamos en la entrada. A ella le gustaba mucho la jardinería, y siempre que la veía haciéndolo, la ayudaba a sembrar y plantar; me encantaba.
Por fin hoy me dejaría hacerlo sola. No era algo realmente peligroso de hacer. Solo tenía que cavar un hueco en el patio, limpiar la zona, plantar la semilla, humedecerla y cuidar todos los días de ella. Darle vida a más vida. Asi que con la ilusión brillando en mis ojos y dando brincos hasta la entrada, salí al patio para buscar un lugar bonito donde plantar mi semilla. Había encontrado junto a las cercas de la entrada que daba con la calle un lugar perfecto, asi todos los que pasarán podrían ver mi hermosa plantita.
—¡Mira mamá, este lugar es increíble! —Me había girado hacia la entrada únicamente para ver a mi madre de pie ahí, observandome con una encantadora sonrisa en el rostro, con ese largo cabello castaño cayendole por los hombros hasta llegar casi a su cintura. Su curvilinea figura estaba siendo delineada por un suelto vestido veraniego de color amarillo. Cuando ella se acercó a mi y acarició mi cabello supe que estaba haciendo las cosas bien.
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Los nueve siniestros
FantastikEl pueblo de Tinseltown está embrujado. Las historias que le cuentan a los niños para que no salgan a caminar de noche por los alrededores del muro que divide la ciudad son reales, aunque Emeline pensara toda su vida que solo se trataba de un mito...