23. Emboscada y nerviosismo

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-¿Está seguro de que conmigo será suficiente, amo bonito? -le preguntó Jaken mientras Genbu se acercaba a ellos con el dragón de dos cabezas.

Solo basto una mirada asesina de Sesshomaru para que no formulará más preguntas y comentarios, pues no estaba de humor para escuchar las ocurrencias de su pequeño sirviente. Necesitaba encontrar a la sacerdotisa, sentía una pesada inquietud en el estómago desde que desapareció. No estaba tranquilo, y dudaba de que consiguiera estarlo sino la encontraba. Yako se reía entre-dientes en su interior, consciente de la ansiedad que embargaba al Lord.

Sesshomaru, después de haberlo sopesado, en su despacho, bajo las curiosas miradas de sus sirvientes, que lo contemplaron extrañados, ya que raramente veían a su amo tan tranquilo y sombríamente pensativo con los dedos entrelazados, había decidido buscar a la pelinegra personalmente. Y como Jaken había regresado de tierras lejanas, él lo acompañaría.

-Te a consejo que no hagas nada que pueda molestar al amo. Si es posible, durante el recorrido, no hables -musito Genbu al sapo, una vez llegó a su lado. Con sus grandes ojos saltones, Jaken lo miró de reojo preguntándose por qué tenían que buscar a una mogrosa humana que podría convertirse en una gran molestia en un futuro cercano-. Y evita decir cualquier insulto hacia la miko, en su presencia -agregó Genbu, haciéndolo fruncir el ceño.

-¿Cómo que evite? -protesto Jaken.

-Si quieres seguir con vida has me caso -le dijo Genbu- es por tu propio bien.

Al escucharlo el sapo tragó grueso y observó la figura de su amo alejarse, lo que significaba que el viaje estaba en marcha.

No muy lejos de ellos, dos mujeres yokai los contemplaban esperando que volvieran con bien y la sacerdotisa, mientras otra de ojos carmesí los miraba serena.

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Se habían alejado mucho del monte de las ánimas. Pero, bajo el sol, Kagome sentía que era consumida por la intensidad de un doloroso ardor que recorría todo su cuerpo haciéndola jadear durante el viaje. No sabía que más seguiría. Primero fue secuestrada por un yokai que resultó ser alguien importantísimo y después su cuerpo fue nuevamente quemando por el brazalete. Tanto dolor para nada. Lo único que faltaba era que le cayera un rayo y quizá podría descansar en paz como los muertos.

De pronto, miró el suelo por el que cabalgaba balancearse y se llevó una mano al rostro perturbada. Mierda, comenzaba a marearse y el ardor que sentía no ayudaba en nada. Maldijo su vida de porquería y pensó en Kikyo. ¿Estaría buscándola preocupada? Quizá sí, y ese pensamiento era a lo único que podía aferrarse.

-¿Kagome, estás bien? -le preguntó Kaede, encaramada en otro caballo a su izquierda.

-Estoy mareada... -jadeó. Aquello era una tortura, debía estar en reposo hasta que su cuerpo sanará, pero, en lugar se eso, estaba en movimiento. El ardor cada vez era insoportable, deseaba poder desaparecer el vendaje que cubría todo su cuerpo, pero no podía. Además, la vista no sería muy agradable.

-Descansemos aquí -dijo Kaede bajando de su caballo.

La ayudó a bajarse del suyo y a apoyarse en el tronco de un árbol, posteriormente la contempló cerrar los ojos con culpabilidad.

La brisa sopló balanceando las ramas y hojas de los árboles, relajando un poco a la mayor ya que estar allí podría reconfortar algo a la azabache.

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Cerca de las tierras del sur el grupo de Kikyo avanzaba por un territorio arbolado hasta que de pronto Inuyasha dejó de andar extrañando a los demás.

-¿Que pasa, inuyasha? -inquirió Miroku.

-Estamos rodeados -dijo serio el mencionado.

El monje y las dos chicas miraron todo su alrededor y no vieron nada.

😈Gemelas pero distintas😇| PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora