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2009
Gyda estaba en los jardines del palacio, llevaba un vestido azul celeste y muchas pulseras de oro en los brazos, su cabello rubio se movía con el viento, lo llevaba suelto con un par de trenzas. Aquel día era importante, era su fiesta de compromiso, iba a casarse con uno de los más valientes guerreros de Asgard, pero no estaba contenta, solamente lo hacía porque así lo habían mandado sus padres y ¿cómo podía decirles que no a los reyes de Asgard? Como princesa era su deber hacer lo que fuese mejor para el reino, ya fuese en el combate o en la diplomacia.
—¿No deberías estar preparándote? —Su corazón se detuvo un instante al escuchar aquella voz.
—Loki —dijo mirándolo con perplejidad—. Volviste.
—No iba a perderme tu gran día.
—¿Cuál gran día? —Comentó con amargura.
—Lo dices como si te pesara tanto casarte con Tyr —empezó a decir el ojiverde—. Es lo que siempre quisiste —le recordó.
Cierto, desde que era una niña ella fantaseaba con Tyr, quien era increíblemente alto y fornido, y tenía una larga cabellera castaña. Además era el mejor guerrero del reino, salvo Thor, por supuesto.
—Tal vez ya no quiera eso.
—¿Y se puede saber la razón? —Gyda lo miró como si la respuesta fuera obvia, luego sonrió con amargura y se encogió de hombros.
—No lo amo, sabes que mi corazón es de alguien más. —Loki suspiró.
—Y tú sabes que eso no puede...
—Aquí estás. —La reina la había encontrado—. Te he estado buscando, tenemos que prepararte para tu ceremonia.
—Aún falta mucho, madre.
—No tanto como crees —dijo Frigga—. Debemos arreglar ese cabello, asearte y arreglar el vestido. —Gyda puso los ojos en blanco y resopló mientras Loki la miraba divertido.
—Nunca te cases —le dijo negando con la cabeza. Aunque fue más como una súplica disfrazada de broma.
—Créeme, hermana, en mi boda yo no seré al que tengan que dejar radiante. —La rubia forzó una sonrisa, detestaba cuando Loki le decía "hermana", sobre todo porque sus sentimientos le habían jugado chueco. Si no quería casarse con Tyr era porque a quien en realidad amaba era a su hermano. Era algo realmente ridículo y absurdo, se sentía desesperada porque sabía que eso nunca podría pasar y por eso prefirió tomar distancia.
—No estés tan seguro —le advirtió su madre entre risas—. Andando, Gyda, hay mucho por hacer.
Ambas entraron al palacio y se dirigieron hacia la habitación de la chica, ahí la esperaban varias doncellas dispuestas a embellecerla, más de lo que ya era. Mientras la preparaban para su boda no pudo evitar pensar en lo que había ocurrido un par de años atrás.
