Entre las llamas de la explosión, Eloisa abrió los ojos. Al instante decidió no haberlo hecho. Tosió como si su vida dependiera de ello. Le ardía todo el cuerpo; estaba segura de que si el infierno existía, esa sería la sensación al estar allí. Se sentó en el suelo con dificultad, sentía que la piel se le iba a rasgar de tanta presión que sentía en la cara y las extremidades. Se miró los brazos y las manos. Estuvo en silencio un momento por el horror que sentía al mirarse, y luego gritó, lo más fuerte que pudo, pero no escuchaba nada. Se asustó aún más; su respiración comenzó a acelerarse al igual que los latidos de su corazón, sentía las lágrimas en la garganta y una sed increíble que nunca antes había sentido. Se había quedado sorda. Meneó la cabeza de un lado a otro, se golpeó los oídos con las palmas de las manos, se metió el dedo hasta donde podía dentro del oído, pero nada. El sonido no volvía. Había sido condenada a vivir en el sufrimiento, con toda la piel tan quemada que se le veían los huesos en algunas partes y sorda sin remedio. Este era su castigo por haber causado tanto daño en su pasado; vivir. ¿Cómo se sobrevivía estando en el centro de una explosión? Vaya suerte que había tenido. Dentro de todo su caos interior, Eloisa rió. Trató de levantarse pero las piernas le fallaron. La mayor parte de su ropa estaba quemada; se le veía un pecho, los brazos estaban todos al descubierto y las piernas también. Los zapatos habían desaparecido y los calcetines estaban tan quemados que parecía que los pies llevaran un cinturón negro, cuando en un principio estos eran blancos.
Una mano le tocó el hombro, que inmediatamente le provocó un dolor que le recorrió todo el cuerpo. Se volteó sobresaltada. Había un hombre corpulento, que llevaba una máscara de gas y guantes negros. Cuando Eloisa hizo un gesto de dolor, el hombre retiró la mano. Aquel hombre parecía hablarle, incluso gritar al hablar pero Eloisa no podía escucharlo. Hizo un gesto señalando sus orejas y negando con la cabeza. El hombre pareció entender y le hizo un gesto con la mano, como diciendo que la ayudaría a salir de allí. Eloisa se negó, movió la cabeza de lado a lado rápidamente. El tipo se agachó hasta quedar a su altura en el suelo y la miró a través de los cristales y asintió lentamente con la cabeza. La agarró con cuidado de los brazos y la cargó, pasandole una mano por debajo de las piernas y la otra tomándole la cabeza. Eloisa hundió el rostro en su pecho ya que el fuerte humo le estaba impidiendo respirar. Seguramente estaba gritando de dolor porque el simple hecho de que la tocaran ya era un sufrimiento, y que él la estuviera agarrando para llevarla afuera era una agonía. Finalmente salieron de Bi Fang. Eloisa levantó la mirada y vio que el hombre estaba corriendo hacia un auto que se veía bastante antiguo, era como una chatarra vieja. Eloisa dudó de su funcionamiento. El tipo la metió dentro en el asiento del copiloto y cerró la puerta. Pero se la quedó viendo a través del cristal mientras se sacaba la máscara. El hombre era de piel oscura y tenía unos profundos ojos negros. Su cabello era un montón de rastas. Sonrió a través de la polvorienta ventana. La científica no sabía como reaccionar así que simplemente se limitó a miraro. Él escribió algo en el polvoriento cristal:
"Hola, soy Sergio"
Le costó un poco escribirlo al revés y las letras no eran del todo parejas, pero ella pudo entender lo que decía. Así que el nombre de aquel desgraciado era Sergio, el que la había sacado del lugar donde podría haber buscado algo para morir, o simplemente meterse en alguna de las llamas, o bajo el humo para acabar con el sufrimiento. Pero no, él la había sacado para seguir sufriendo aún más.
Tosió con fuerza y le comenzaron a entrar espasmos. Sergio no sabía muy bien que hacer, no podía tocarla y no tenía nada contra la tos. Así que hizo la única opción que le quedaba: subirse al auto y conducir a toda velocidad hasta su refugio.
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Kòngzhì (Control)
Science FictionYù, así se nombra al planeta Tierra hoy en día, donde la mayoría de los países se han vuelto casi inhóspitos después de la tercera guerra mundial. Un nuevo mundo regido por chinos; los ocho inmortales, los ocho presidentes de Juko. Juko colocó un c...