Capitulo Diecinueve

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La habitación de Guan Ming era majestuosa e increíblemente espaciosa, pero claro, no se podía esperar menos de uno de los presidentes del mundo

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La habitación de Guan Ming era majestuosa e increíblemente espaciosa, pero claro, no se podía esperar menos de uno de los presidentes del mundo. Tenía una cama matrimonial tan alta que ni siquiera Guan Yin, que era un palo larguilucho, podía subirse sin ayuda de las escaleras de mármol (obviamente tenían que ser de ese material) a aquella cama. Había un gran sillón con una mesita de té en el centro, hecha totalmente de cristal refinado y totalmente funcional para usarla con su tableta de grafeno. Habían un montón de cuadros de él, solo y con Guan Yin, cuadros que iban cambiando la foto cada cierto tiempo. Calíope no pudo evitar abrir la boca de la impresión. Si esta era la habitación de Guan Ming, el presidente menos querido por todo el conjunto, no podía imaginarse como eran las otras habitaciones.

—Por aquí —les dijo Guan Ming, abriendo la puerta que Guan Yin recordaba vagamente haber visto en algún recuerdo guardado en el recodo de su cerebro. Calíope y la china fueron hasta donde él les decía. La mujer entró primero, con su amiga siguiendola por detrás, pero Guan Yin se detuvo porque había algo que tenía que preguntarle a su padre antes de que probablemente no lo volviera a ver nunca más.

Fùqīn —le dijo ella, volteandose para mirarlo a los ojos—. Antes de irme... Hay algo que te tengo que preguntar.

—Dime, hija.

—Wilma es... ¿Mi madre está en el cuerpo de Wilma? —preguntó finalmente. Se obligó a no apartar la mirada aunque quería, porque los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Si le decía que sí, toda la historia sería verdad, todo el sufrimiento de los que más amaba sería verdad y todo el mal que hizo Eloisa, también sería verdad y eso era una carga más grande que los frágiles hombros de la chica podían cargar.

Guan Ming se tensó notablemente y contuvo el aliento. Hubo un silencio de segundos, pero que para Guan Yin parecieron años.

—¿Quién te lo dijo? —respondió el presidente finalmente.

Fùqīn, ¿sí o no?

—Sí. Raiza vive en el cuerpo de Wilma. —el alivio de decir la verdad ocultada por muchos años a su hija provocó un considerable alivio a Guan Ming— ¿Quién te lo dijo? —insistió.

—Ella misma. Mamá. —se le quebró la voz al pronunciar la palabra "mamá" y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

Las fuertes pisadas de los Y.S ya se escuchaban cerca. Guan Ming echó una breve mirada hacia la puerta y volvió a mirar a su hija. Le limpió las lágrimas con el pulgar y le besó la frente.

—Ya deberías irte. Ya vienen —le advirtió su padre. Guan Yin asintió en silencio, agarrando con fuerza los bordes de su nuevo sueter rojo. Sus piernas estaban heladas por el fuerte aire acondicionado, ya que aún carecía de ropa en la parte de abajo, a excepción de su ropa interior, pero no fue por el frío por que le empezaron a temblar, si no por el miedo de no volver a verlo. No sabía donde rayos estaba Wilma, y ahora iba a despedirse de su padre de nuevo.

Kòngzhì (Control)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora