Capítulo dos

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Y el amanecer llegó y con él, yo, un muchacho pelirrojo que salía de un agujero.

Mis ropas estaban desgarradas, tenía algunos rayones y raspones que sangraban; mi cara, buzo y cabello, llenos de tierra y mis ojos empezaban a humedecer por las inmensas ganas de llorar.

¿Cómo era posible?

Hace poco tenía alimento, una madre que me amaba, un techo que me protegía.

Y ahora ni siquiera tengo la mitad de mi camiseta.

Aquella camiseta morada estaba desgarrada dejando un poco expuesta la espalda del muchacho, el código siempre se podía ver en la parte superior derecha del pecho.

—¿Esto es la Metrópolis?

El pelirrojo se cuestionó cuando alrededor solo vio escombros, bloques, arena y algunas paredes agrietadas.

Era como un desierto.

Pero aun así recordando las palabras de su madre, el de ojos azul cerúleo, siguió caminando.

Llevaba casi una hora caminando. Sus pies dolían y su pelo empezaba a calentarse gracias a la temperatura que empezaba a ascender. Pero allá en la lejanía vio algo que parecía un poste de color naranja fluorescente.

A medida que se iba acercando más postes se divisaban. Al estar ya cerca de los postes pudo observar a la gran ciudad en su esplendor.

Los grandes edificios con ventanas enormes, las casas lujosas, los autos encerados que brillaban cual diamante pulido.

Él nunca había visto algo así.

Con asombro el pelirrojo se dispuso a pasar los postes cuando un punto rojo se posó en medio de sus pies. Dos brazos fuertes oprimieron al joven y a este no le quedo otra más que arrodillarse, otra mano lo tomó del cabello obligándolo a levantar la cabeza.

—¡Es un humano comandante!

—¡Tiene el uniforme de La Base!

—¿Qué hacemos, comandante?

Estaba mareado, no entendía lo que ocurría. Solo escuchaba los gritos perforando mi cabeza.

En eso una mujer mucho más alta se posó frente a mí, su cabello castaño cortado en "V" caía abajo de sus anchos hombros, su ojos claros me intimidaron y su piel tostada me dio a entender las horas bajo el sol que ella debía pasar. El uniforme que ella portaba era un pantalón de tela verde oscuro que traía cintas de cuero, las cuales sostenían ciertas fundas para armas y demás cosas, con un cinturón grueso del mismo color y botas negras de cuero grandes y robustas, todo con una camisa manga larga del mismo color que el pantalón y lo que parecía ser un chaleco en su pecho.

—¿Qué hace alguien como tú aquí? Este solo es lugar para híbridos.

Su suave pero imponente voz me hizo temblar. ¿Por qué mamá me traería hasta aquí?

La mujer al ver que el pelirrojo no respondía, levantó su ceja.

—Ya saben que hacer con él.—le dijo la mujer a su equipo.

El escuadrón que acompañaba a la mujer tomó al de ojos oceánicos y con una fuerza atroz lo empujaron hacia una camioneta amarilla y negra con detalles en naranja.

Samuel entró en pánico, personas que no conocía lo estaban lastimando, la muchedumbre le estaba asfixiando y la ansiedad lo ahogaba. Tenía miedo.

En momentos de peligro los seres humanos actuamos por naturaleza. Peleamos o huimos.

Algunas veces escapar es más tentador que confrontar.

¿El correr es algo cobarde? Supongo que no cuando la única manera de pelear es huir.

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