Capítulo once

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La mañana rompió con el canto silencioso de las personas que caminaban de un lado hacía otro, mientras sostenían unas cadenas invisibles para el ojo humano, era un hermoso domingo por la mañana pero el cielo seguía grisáceo y soporífero.

La taza de té como rutina ya no medraba en ella, su tostada con algo de mantequilla y su aura inanimada todo eso y más solo eran otros síntomas de su soledad. La de ojos cielo estaba sentada en la mesa redonda de la sala, sin ninguna expresión en su rostro.

"Tú se lo pediste, no finjas tristeza."

—¿Qué más podía hacer?—le dijo a la nada.

"Debiste abandonarlo cuando pudiste, mírate ahora, tan patética, solo quieres dar lástima."

Eso nunca, ¡nunca lo haría!

"¿Y por qué lloras, Amelia? El destino del niño siempre fue morir"

—¡Cállate!—volteó su cuerpo tirando la taza de plástico contra la pared del comedor.

—Pero era inevitable, Amelia.—una mujer exactamente igual a ella se asomó desde la penumbra del pasillo, mismo cabello corto, mismo cuerpo menudo, mismos ojos sin vida la misma mujer pero más descolorida. Amelia quedó petrificada—Nadie podía evitarlo, todo estaría mejor si lo hubieras matado cuando él no sabía que era vivir. Solamente era un estorbo.

Sus ojos se humedecieron con ira—¡No te atrevas a hablar así de mi hijo!

La mujer le vio con sorpresa—Ah pero yo no estoy hablando de tu hijo ¿Verdad Amelia?—ahora fue el turno de ella de sorprenderse—¿Tanto tiempo diciendo la misma mentira que ya te la has creído?—decía con veneno en su boca, acercándose a ella.

—No.

—¡Te sacrificaste por nada!

—¡No!

—Ya Amelia dilo, admite que todo fue en vano.—cada vez más cerca, decía ella.

—Cállate por favor, ya no quiero, ya no por favor, ya no...—Amelia sollozaba mientras se tapaba sus oídos fuertemente.

—Admite que ya no te sirve la esperanza.

—¡Cállate!

—¡Admite que no lo querías!

—¡Basta! ¡Déjame por favor!

—¡Admítelo!—gritaba más fuerte aún.

—¡Silencio!

—¡Admite que Samuel Breench no es tu hijo!—en su cara escupió.

—¡Sí lo es!

Su cuerpo se levantó de manera estrepitosa, resbalándose y por consecuencia cayendo al suelo fuertemente, su cara completamente empapada de sudor, su pecho subía y bajaba sin cesar. Tomando su tórax con ambas manos comenzó a llorar. Amelia lloraba desconsoladamente en el suelo de su sala, con una mano en su corazón y otra en su cabeza. 

Amelia Breench quería perdón. Pero ya no había a quien pedirle.

—Ay Thomas, ayúdame, por favor.

Amelia Breench quería a su hijo de vuelta.

Pero al pensar en Samuel de regreso en sus manos lloró de nuevo, Samuel ya no tenía vida en La Base, traerlo aquí era un deseo tan egoísta.

Amelia sintió que toda su vida fue regida por decisiones egoístas, ya sea que las tomara ella o alguien a su alrededor, pero ella ya no se podía permitir ser egoísta. Ella de verdad creyó que tenia todo bajo control, ella ya sabia que algo así podría pasar, ella ya estaba lista para todo y todos.

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