¿Te llevo?

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Nora empezó a caminar hacia casa después de despedirse de las chicas. Por desgracia, ninguna de sus amigas vivía cerca de ella. Le quedaba un poco lejos, pero —extrañamente— le apetecía caminar un poco y que le diera el aire. Después de tantas horas encerrada en un local atosigado de gente, de humo u de calor humano el aire de Madrid le parecía una salvación y una bendición. Y siempre tenía la oportunidad de coger un bus o un taxi si se cansaba o le empezaba a entrar alguna mala sensación.

Se abrazó a su abrigo y empezó a caminar.

En ese momento, cuando llevaba poco menos de cinco minutos caminado, vio como se le acercaba una moto que hizo que se pusiera alerta. Era una mierda que, simplemente porque una moto iba a pasar por su lado, se pusiera nerviosa. Asco de sociedad. Intentó serenarse y, por precaución, cogió con fuerza el móvil —el cual llevaba en el bolsillo del abrigo— por si tenía que llamar a alguien corriendo.

Siguió caminando con naturalidad y actuó como si no le afectara. Pero, cuando vio que la moto aminoraba la velocidad hasta pararse frente a ella, se le aceleró el pulso. El motorista llevaba casco y no podía ver quién era, aunque dudaba conocer a alguien. Nora intentó controlarse y no ponerse más nerviosa de lo que ya estaba. El motorista le frenaba el paso.

En ese momento el desconocido se desabrochó la tira del casco y se lo quitó.

Entonces Nora se puso aún más nerviosa. Pero por otros motivos. El pulso se le disparó, yéndole a mil, y su cabeza viajó a través de centenares de pensamientos en tan solo unos instantes.

Alejandro se quitó el casco y se removió el pelo con un movimiento de cabeza ya que se le había chafado un poco por culpa del casco. Aun así, a Nora le pareció que era una de las veces que más guapo lo había visto. Iba con un traje gris oscuro y con un jersey —o camiseta— de cuello alto negro. Le sentaba de muerte.

—¿Te llevo? —dijo él, sin pensárselo más de un segundo, con voz grave y sin poder evitar una sonrisa torcida apareciera en sus labios después de pronunciar las palabras.

Había sido toda una casualidad.

Alejandro había salido de casa de Cris, en la cual estaba celebrando su año nuevo con una fiesta que el anfitrión había organizado. Y aunque la fiesta no se había acabado, é había decidido irse ya a su casa. Ya había pasado suficiente tiempo desde que se había bebido la copa de cava para celebrar el año nuevo, por lo que cinco horas después era perfectamente capaz de coger la moto sin peligro. Él no era muy fan de esta época del año, así que no estaba con muchos ánimos. Pero ahora mismo le sonreía y agradecía al destino que hubiera decidido irse a casa en ese momento. En cuanto había visto a Nora subiendo por la calle por la que iba pensó que no podría haber deseado nada mejor para empezar el año.

Nora seguía, más o menos, en shock. Desde que se había quitado el casco, Nora no había podido apartar la mirada de Alejandro. Ya no era por lo guapo que iba, sino porque también le producía muchos sentimientos entrecortados. ¿Era cosa del destino? Madrid era muy grande y ella nunca había sabido donde él iba a pasar fin de año. Cuando habían entrado en la fiesta, e incluso desde el primer momento en el que empezaron a hablar de ella, Nora siempre había tenido una pequeña parte de ella que había pensado que quizá podría verlo una última vez... O una primera vez.

Y ahora estaba allí. Sonriéndole y con una propuesta difícil de rechazar.

Podrían haber pasado minutos, horas, días, años y milenios que ninguno de los dos se habría dado cuenta de que el tiempo había pasado. Él con una sonrisa imposible de esconder y ella con una lucha sobre qué hacer.

Pequeñas Historias y Pequeños momentos (SKAM España)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora