Que digan lo que digan (continuación "Y una lluvia en mi bolsillo")

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"Y una lluvia en mi bolsillo", pt. 2 

Tres semanas desde el accidente, dos semanas desde que se había despertado y una semana desde que lo habían enviado a casa. Alejandro empezaba a sentirse encerrado. Las heridas habían empezado a sanar y solo los moratones más grandes prevalecían en su cuerpo, aunque ya eran de un color amarillento. Seguía sintiendo dolor en el hombro derecho, pero ya le habían dicho que eso solo era cuestión de que el golpe —junto a los moratones— sanara. Todo había vuelto a su sitio. Lo mismo pasaba con las costillas, poco se podía hacer aparte de reposo para que sanaran bien y no le dieran más dolor a Alejandro. La mano había mejorado considerablemente, también ayudaba que no había sido una rotura, sino más bien un esguince. Ahora solo llevaba una venda de constricción que, pese apretarle, le permitía mover la mano al completo. Solo tenía que ir con cuidado de no hacer un mal gesto.

La putada era la rodilla.

Eso sí iba a ser una pesadilla.

La segunda operación había sido un éxito y todo el mundo parecía ser muy positivo respecto a los avances y la recuperación. Pero Alejandro empezaba a darse cuenta que no iba a ser tan fácil —si se podía considerar así— como las otras heridas. Llevaba unas vendas que rozaban el ser una escayola, aunque eran fácil de retirar ya que se las tenía que quitar cuando hacía rehabilitación. Y después, ya fuera por encima de la venda o por encima de la ropa, tenía que llevar una especie de cabestrillo de plástico que le aseguraba la rodilla en su sitio y no le permitía moverse con libertad. Como tampoco tenía cien por cien bien la mano, no podía utilizar las muletas que ya descansaban en el suelo de su habitación.

Fue Cris quien llamó a Merche, la mujer que a veces ayudaba a Alejandro con la casa y esas cosas, la cual puso el grito en el cielo al enterarse de lo ocurrido y que nadie la hubiera avisado. Ahora venía más seguido, mínimo un par de veces por semana, para prepararle comida y asegurarse de que estaba bien.

Cris prácticamente se había ido a vivir con él. Si antes ya pasaba tiempo en casa del susodicho, ahora ya rozaba la convivencia. Incluso Alejandro había empezado a bromear con que les pasaría parte de las facturas a los padres de Cris.

Aunque no lo admitiera en voz alta, estaba agradecido por ello. No se sentía tan solo, o casi nada. Cuando no estaba explicándole lo que habían hecho en clase —Cris se estaba esforzando en pedir los deberes y los apuntes para su amigo ya que sabía que no quería repetir otra vez— estaban jugando a la play en cualquier juego que encontraban.

Elias, Teo y Julian fueron a verle justamente la misma tarde que él volvió a casa. Se disculparon un millar de veces con Alejandro por no ir a verle al hospital, que sabían que habían actuado mal y prometieron ir a verle siempre que pudieran después de clases. No le dio mucha importancia —aunque la tuviera— porque eso había significado tener más tiempo con ella.

Nora.

Ella era la único bueno que sacaba de la situación.

***

Alejandro estaba concentrado, sentado en la mesa de su comedor, con la pierna alzada y sujetando el boli entre los dientes. Las manos las tenía enredadas entre su despeinado pelo. Nora sintió una cierta ternura al verlo fruncir el ceño ante los deberes.

—¿Son complicados? —preguntó Nora acercándose a Alejandro y haciendo referencia a los deberes que Cris le había traído este medio día.

—Ojalá me hubiera jodido la mano derecha, al menos así tendría excusa —contestó el susodicho levantando la mano izquierda, levemente vendada.

—Eres un dramático.

—Esto se me da fatal.

—¿Solo esto? —contestó Nora con cierto retintín.

Pequeñas Historias y Pequeños momentos (SKAM España)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora