Anyone

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"𝔸 𝕧𝕖𝕔𝕖𝕤 𝕝𝕠 ú𝕟𝕚𝕔𝕠 𝕢𝕦𝕖 𝕟𝕖𝕔𝕖𝕤𝕚𝕥𝕒𝕤 𝕤𝕒𝕓𝕖𝕣 𝕖𝕤 𝕢𝕦𝕖 𝕙𝕒𝕪 𝕒𝕝𝕘𝕦𝕚𝕖𝕟 𝕒𝕝 𝕠𝕥𝕣𝕠 𝕝𝕒𝕕𝕠 𝕕𝕖 𝕝𝕒 𝕝í𝕟𝕖𝕒..."


Los chillidos aún resuenan contra mis oídos. Ni tan siquiera creo poder pensar, su voz tan estridente y dentro de mi cabeza que ensombrece cualquier cosa que intente razonar.

Cierro los ojos con tanta fuerza que veo destellos detrás de mis párpados. Pero nada. Me paso una mano por el pelo y estiro levemente, deseando que las punzadas de dolor alivien esta presión que siento en el pecho, pero nada.

Doy tres pasos y me tropiezo con mis propios pies. El golpe en mis rodillas me arranca un jadeo de sorpresa y llanto. El corazón me late con fuerza en el pecho y duele hasta el punto en que quiero arrancármelo porque no puedo soportarlo más. No puedo más. El agobio crece y se esparce dentro de mí hasta ocupar cada centímetro de mí. Cierro las manos en puños y quiero chillar, me quema la garganta y temo ahogarme si no hago algo.

—¡Alejandro!

Siento el nombre como un cuchillo, perforándome lentamente y a punto de desangrarme de la forma más dolorosa posible.

No puedo quedarme aquí.

No puedo seguir así.

Con cada parte de mí en agonía, y recordándome a cada segundo que tengo que seguir respirando, me levanto y me pongo la chaqueta, una pequeña parte de mi cabeza —la cual aún no ha sido envenenada— me recuerda de coger el móvil y las llaves.

Necesito salir de aquí tan rápido como sea, como pueda, como me permitan.

Soy consciente que estoy dejando la seguridad de mi habitación a mis espaldas cuando me aventuro al pasillo. Aún me duele el hombro y la mandíbula. Pero no dejo que eso me afecte, al menos no hasta que esté fuera.

—¡Alejandro!

Está cerca y no tengo ningún lugar al cual escaparme, en el cual esconderme. Tampoco tengo fuerzas para enfrentarme —¿Para qué? — ya que sé que no va a servir de nada. No es como si yo pudiera hacer algo.

Los nervios laten dentro de mí y estoy decidido a salir de ahí, no puedo más y ni tan siquiera sé cómo sigo de pie. Decido bajar por las escaleras adyacentes que dan al jardín y de allí ya iré al garaje por fuera. Soy demasiado consciente de lo que me rodea y me quema la garganta. Tengo un dolor en el costado que no sé si es por el golpe o porque no puedo respirar, la cabeza me pesa y veo borroso a ratos.

El garaje está cerrado y empiezo a sentir verdadero pánico cuando veo a una sombra avanzar hacia mí. Por eso decido correr. No sé a dónde voy, pero tampoco quiero descubrirlo. Quiero alejarme, dejar todo atrás y quiero quemar el dolor. Pero no puedo, me persigue y me persigue y cada vez veo menos. El dolor en las piernas no es suficiente para que me olvide del que siento correr por dentro de mí y, no sé cuánto rato pasa, pero me rompo contra el suelo.

Me llevo una mano a la cabeza y otra al pecho. Siento frío, pero no me importa. El llanto no encuentra barrera para salir y me siento totalmente perdido, solo e invisible. Recuerdos del pasado se contraen en mi interior y vuelvo a tener seis años en una casa llena de gritos, reproches y daños. Odio sentirme así, sabiendo que no hay nadie, que nadie está ahí.

"Espera," susurra una parte de mí.

Con la mano empapada de lágrimas saco el móvil. Me arrepiento del simple gesto y sé que soy débil, que dependo y que no valgo por mí mismo —esa voz es demasiado parecida a padre—, pero no puedo evitarlo; necesito algo, cualquier cosa, un silencio me basta.

Marco el contacto y me clavo las uñas en la palma de la mano hasta que escuecen. Espero que quede algo, una memoria, un resquicio de sentimiento que pueda sostenerme, aunque sea por cinco minutos, no me importa.

Pero en el segundo pitido se corta.

Me ha colgado.

"Pase lo que pase, puedes llamarme a cualquier hora, te lo cogeré." Las palabras resuenan con amargor en mi cabeza hasta que se convierten en una cruel burla que no puedo soportar. Cuantos momentos y confesiones hemos compartido y que ahora parecen haberse quedado en la nada. Me siento en el bordillo de la abandonada calle que no reconozco y suelto un fuerte sollozo.

Me llevo las manos a la cabeza, pidiendo que todo pare, y chillo; chillo hasta que se me desgarra la garganta y me duelen los ojos, saturados de lágrimas.

La cabeza me va a estallar en cualquier momento, demasiado para mí. Imágenes buenas, malas y horribles se entremezclan hasta que no soy capaz de encontrar un solo punto de luz en el cual resguardarme hasta que la oscuridad deje de tragarme. Qué he hecho, dónde he fallado, cómo me he equivocado. Me prometí a mí mismo mantener y cuidar esto que teníamos, pero al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir. Siempre soy yo, soy el culpable y el veneno. No la merecía, no era perfecto.

Pero eso no hace que no me duela el pecho, o que no me encorve y me abrace las rodillas, cerrando los ojos con fuerza y enterrando la cabeza entre ese hueco.

No puedo respirar y quiero arrancarme el corazón del pecho. Todo duele y no sé qué hacer a continuación. Vuelvo a sollozar al darme cuenta de lo perdido y solo que estoy, sin nadie que se preocupe, sin nadie que se interese, sin nadie.

Solo necesitaba que estuviera ahí, aunque fuera un silencio.

Solo necesitaba saber que no estoy solo, que hay alguien al otro lado de la línea.

***

Un pequeño relato que escribí después de los acontecimientos del sábado... 

Siempre me he expresado mejor escribiendo. 

Pequeñas Historias y Pequeños momentos (SKAM España)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora