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La madera del banco hincándose bajo sus rodillas; la piel de sus dedos cosquilleándole el entrecejo al resbalar lentamente hacia su frente; un pequeño picor en el costado derecho; una punzada, fruto de la tensión acumulada, entre sus hombros; sus pies adormecidos con un hormigueo fantasma constante. Todas las sensaciones a la vez, todas demandando atención. Agoney era consciente de que todo aquello no era más que su mente intentando volver a tomar el control, intentando aferrarse al ego y evadirse del presente. Pero Agoney tenía años de experiencia en dejarse ir y conectar ignorando su cuerpo; y aunque en aquella ocasión estaba siendo más complicado que de costumbre, volvió a concentrarse en su respiración, dejando que los pensamientos que aparecían en su mente se fuera por donde habían venido; usando las palabras memorizadas como un mantra para conectar consigo, con el todo y con Él a un nivel más profundo.

Agoney pretendía acallar a su voz interior para poder escuchar la verdad y encontrar el camino a seguir. Sin embargo, en el momento en el que un pensamiento cruzó por su cabeza, se perdió en él sin remedio. Raoul. Él era, en gran parte, el causante de que Agoney hubiese buscado refugio en la capilla del seminario tras la misa matutina. Había ido en busca del padre Alonso, uno de los directores espirituales del seminario y suyo propio, con la idea de contarle de manera general lo que estaba experimentando y pedir consejo; pero al no encontrarlo, decidió quedarse un rato a rezar envuelto en el silencio del lugar.

Tras su conversación de hacía dos semanas, el joven sacerdote había percibido un cambio positivo en la actitud del seminarista, por lo que entendió que su charla le había ayudado a aclararse y aceptarse un poco más; lo veía más seguro y más presente, aunque seguía huyéndole la mirada fuera de clase.

Sin embargo, en él había surtido el efecto contrario, pues allí donde Raoul había conseguido liberarse, Agoney se había llenado de dudas.

No era la primera vez que se sentía atraído por alguien; ni siquiera la primera vez que se sentía atraído por un chico. En realidad, siempre habían sido chicos. Lo descubrió en la fiesta de cumpleaños de su primo, donde no pudo apartar la mirada de aquel chico de melena rizada y ojos negros como la noche y supo entonces que jamás sentiría ese cosquilleo en el estómago y la punta de los pies por ninguna chica. Lo discutió en casa con la naturalidad con la que su familia hablaba de todo, entre risas y abrazos, antes de cambiar de tema y seguir con la sobremesa como si nada.

Sintió su llamada poco después, ingresando en el seminario menor, deseoso de aceptar el don que Dios le había otorgado siguiendo el camino de la fe y el sacerdocio. Hubo más chicos durante todos aquellos años que le tentaron en el camino, pero él siempre se mantuvo impasible, pues su amor a Dios era más grande. Hasta ahora.

Con Raoul todo era diferente. Estaba claro que le había atraído desde el momento en que sus miradas se cruzaron, pero no se sorprendió; su belleza no era de este mundo y supuso que cualquier persona humana se sentiría atraída por un rostro tan perfecto. Y aunque el recuerdo de su imagen no le abandonó hasta que volvieron a encontrarse en su vuelta al seminario, no quiso darle más importancia.

Sin embargo, aquel chico perfecto se había convertido en una persona de carne y hueso; había empezado a conocer sus dudas, sus miedos, su fe, sus pasiones. Y Agoney se estaba dando cuenta cada día que pasaba que jamás había conectado con nada ni nadie de aquella manera. Y eso le aterraba. Era algo completamente nuevo; algo que estaba creciendo sin que pudiera hacer nada por evitarlo; algo contra lo que no sabía cómo luchar o si quería hacerlo.

Suspiró con fuerza, haciéndose consciente de que había dejado de rezar, completamente perdido en sus pensamientos, en Raoul y en lo que empezaba a significar. Gruñó frustrado, frotándose la cara con las dos manos, intentando espantar aquellas ideas. Se levantó con cuidado, estirando sus piernas entumecidas, concediéndole la victoria a su mente en aquella ocasión.

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