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Se tropezó con el portón al entrar al edificio, más por el cabreo que por el alcohol en su cuerpo; se libró de la caída al sujetarse al marco con fuerza, pero no pudo evitar el estruendo anunciando su llegada. Aquello solo sirvió para que su enfado subiera un nivel más, al igual que el rojo de su rostro. Maldiciendo por lo bajo, se dirigió hacia la zona de los dormitorios.

Las lágrimas, aun negándose a dejarlas caer, le nublaban la visión; tampoco quería encender las luces, pues aunque sus hermanos seguían fuera, el rector y los formadores descansaban en sus habitaciones. Así que iba apoyando la mano en la pared del pasillo intentando darse seguridad.

Un tirón de la manga le hizo perder el equilibrio; se le había quedado enganchada en el pomo de una de las puertas. Gruñó frustrado, por no gritar, deshaciendo el agarre. Parecía que el universo se había vuelto en su contra. Apoyó su espalda en la pared entre dos puertas y apretó sus ojos con sus puños, intentando en vano detener las lágrimas que finalmente comenzaban a caer. Se dejó vencer con un sollozo salido de lo más profundo de sus entrañas; flexionó sus rodillas y se deslizó por la pared hasta quedarse sentado en sus talones. Su habitación estaba a apenas un par de puertas de distancia, pero se sentía incapaz de llegar a ella.

- ¿Raoul?

Alertado por el ruido y los sollozos, Agoney había salido de su dormitorio para comprobar lo que pasaba, encontrándose al joven seminarista hecho una bola al lado de la puerta de su cuarto.

«No, por favor.»

Lo último que Raoul necesitaba era que el sacerdote lo viera así. Se enjugó sus lágrimas con fuerza, demasiada, haciendo que miles de virutas de colores flotasen a su alrededor. Se levantó apoyándose en su rodilla izquierda con una mano y en la pared con la otra. Fingió una sonrisa intentando esconder su desasosiego antes de levantar la mirada y dirigirla a aquellos dos ojos negros cargados de preocupación.

- ¿Qué pasa? -Agoney dio un paso al frente sin querer acercarse demasiado, luchando contra sus ganas de arroparlo entre sus brazos.

- Nada, no te preocupes -le quiso tranquilizar. Su voz sonaba nasal y temblorosa; intentaba por todos los medios no romperse delante de él-. Ya me iba a mi cuarto. Buenas noches, padre.

Cuadró sus hombros y elevó el mentón intentando proyectar una entereza que no tenía. Se tropezó con sus propios pies al segundo paso y no se dio de bruces contra el suelo porque Agoney lo cazó al vuelo, agarrándolo con firmeza de sus brazos.

- Cuidado, que te matas -comentó mientras le ayudaba a recuperar el equilibrio. Una vez erguido, solo dejó ir uno de sus brazos, llevándolo consigo hacia delante. Su cercanía le hizo percibir el olor a alcohol que desprendía, comprendiendo un poco mejor su estado-. Te acompaño a tu habitación, anda.

- No hace falta -respondió Raoul en voz baja, demasiado concentrado en el contacto de los dos cuerpos.

- Bueno, así me aseguro de que no te vuelves a caer.

Raoul suspiro cansado, pero no se quejó.

Abrió la puerta de su dormitorio con el brazo de Agoney aún alrededor de su cuerpo. Las palabras de Dani resonaban en su cabeza y no podía dejar de preguntarse si al igual que el resto de sus hermanos, Agoney también conocería lo que pasaba en las salidas nocturnas y cuál sería su opinión al respecto. Un pequeño gruñido salió de su garganta, regañándose por siquiera pensar aquello.

Agoney lo sentó a los pies de la cama, sentándose a su lado.

- ¿Quieres contarme lo que te ocurre? -no pudo evitar volver a preguntarle ahora que la luz de la habitación le permitía observar los surcos que las lágrimas habían dibujado en sus mejillas al bajar por ellas.

PrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora