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Silencio. Todo lo que lo rodeaba era el mas puro y ensordecedor de los silencios. Sabía que los pájaros trinaban en el exterior, que el murmullo de las ramas agitadas por el viento llenaba el jardín trasero. Sabía que su corazón martilleaba en su pecho y resonaba en toda la habitación, mezclándose con su respiración alterada. Pero solo era capaz de escuchar el silencio. Los sonidos se habían esfumado tan pronto como puso un pie en aquella habitación y descubrió el estado en el que se encontraba.

Aún olía a Raoul, y si entrecerraba los ojos, podía adivinar el fantasma del seminarista caminando alegremente por el que había sido su dormitorio. Sin embargo, poco quedaba de él allí: la cama había sido despojada de sábanas y mantas, el escritorio estaba completamente libre de todas sus pertenencias y las fotos que decoraban la pared habían desaparecido. Pero lo que más le dolió fue la maleta junto a la puerta.

Agoney se sentó sobre el colchón desnudo, ahogándose en el silencio y sin saber muy bien qué hacer.

La puerta se abrió en aquel instante, desvelando a un Raoul apesadumbrado y exhausto; sus ojos enrojecidos desvelaban que había estado llorando.

Se paró en seco al encontrarse al sacerdote sentado en la cama. Su corazón dio un vuelco y el suelo desapareció bajo sus pies; se sujetó a la silla que tenía a su alcance, intentando no perder el equilibrio.

- Ago.

Su voz era apenas un susurro.

- Te marchas -dijo sin ninguna emoción en su voz. No era una pregunta, pues no cabía duda de que todo estaba preparado para su partida.

- Joder -maldijo Raoul, cubriéndose el rostro. Aquello no debía haber ocurrido de esa manera. Agoney no se merecía aquella escena.

- ¿Cuándo pasó esto? -preguntó el sacerdote con voz aguda y pequeña, levantándose de la cama y acercándose mínimamente.

- No quería que te enteraras así -confesó, buscándole la mirada con ojos llorosos, aunque asegurándose de no derramar ni una sola lágrima.

- Es que ni siquiera dejaste que me decidiera -se quejó en voz baja, dando un paso al frente.

- Lo estoy haciendo.

- ¿Yéndote y dejándome aquí? -le reprochó, aun sabiendo que no debería hacerlo.

- Dándote el espacio que necesitas para reflexionar y discernir -contestó algo dolido, endureciendo la voz ligeramente.

- Algo pasó para que estés así -reflexionó. No entendía aquel cambio repentino.

- Ayer me di cuenta de que es lo mejor -contestó bajando la mirada sin dar más explicaciones-. Para los dos.

- Vamos a hablarlo, a decidirlo juntos -rogó algo desesperado al darse cuenta que lo estaba perdiendo.

- No, Agoney. Es tu decisión, no la mía -le explicó con cariño-. Ya he hablado con el padre Oriol y con el padre Benjamín. Me dejan marcharme cuando quiera.

Agoney se quedó en silencio. Se marchaba. Raoul iba a desaparecer de su vida. Su mente no podía dejar de preguntarse qué habría pasado si no hubiese ido a su habitación.

- Y, ¿cuándo es eso? -acabó preguntando con voz temblorosa, temiendo la respuesta.

- Álvaro llegará en una hora, hora y media -susurró, pues era consciente del poco tiempo que les dejaba para despedirse.

- Raoul.

- Iba a despedirme de ti, de verdad -le aseguró, interpretando el tono de su voz.

- Ya.

PrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora