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Privados de un sueño reparador, sus ojos lucían rojos e inflamados; sus ojeras, más marcadas que de costumbre. Las lágrimas vertidas durante toda la noche habían contribuido a que los sintiera en carne viva, a punto de explotar ante el más mínimo roce. Pero aquel malestar no era equiparable al dolor desgarrador que se había instalado en su pecho.

Agoney se había pasado la noche rezando a los pies de su cama, de rodillas, sin permitirse un descanso. Pidió perdón y piedad. Quería volver a sentirse como lo hacía antes de que Raoul hubiese llegado a su vida, antes de que todas las ideas que creía ciertas pasaran a convertirse en dudas que no podía despejar.

Pero volver a su anterior yo, era olvidar a Raoul, o peor, no haber llegado a conocerlo. Ante aquel pensamiento, las lágrimas volvían a hacer acto de presencia, y Agoney solo podía rezar con más ahínco.

La alarma acalló sus pensamientos, y con un gemido quejumbroso, estiró las rodillas al levantarse. Se dirigió al baño evitando mirar su reflejo, pues sabía lo que le devolvería la mirada. Se lavó la cara con agua helada, esperando que bajara algo la hinchazón, y sin demasiada gana de meterse en la ducha, se vistió con la rapidez que su estado le permitía y se dirigió a la capilla.

Intentó por todos lo medios no encontrarse con nadie por el camino, y una vez en el templo, fue hacia el órgano sin pararse a mirar si había gente cerca. Esperaba tener suficiente energía para tocar con destreza durante la liturgia.

Una vez acabada la misa, el padre Oriol llamó su atención cuando estaba a punto de escabullirse por la puerta sin ser visto.

- Agoney.

- Rector.

Agoney no se veía capaz de sostenerle la mirada.

- ¿Estás bien? -preguntó preocupado.

- Sí, bueno... -le temblaba la voz. No quería mentir, pero no se sentía con fuerzas para contar la verdad. Aún no- No pude conciliar el sueño. Creo que estoy incubando algo.

- No hace falta que lo jures -comentó con media sonrisa-. Métete en la cama y descansa, nos apañaremos sin ti.

- Pero...

- Nada de peros -le cortó, agarrándolo por los hombros y dándole la vuelta para empujarlo hacia la salida-. Cuanto antes te recuperes, antes podrás volver a ayudar.

Agoney no se vio con fuerzas para rebatirle, sentía que podía desmayarse en cualquier momento de puro agotamiento. Así que decidió que lo más sensato sería obedecerle. Una vez en su habitación, se puso su pijama más cómodo y se metió directo en la cama; solo esperaba que su mente le diera algo de tregua y le dejase descansar. Ya tendría tiempo de volverse a preocupar de su realidad una vez despertase; en aquel momento no se veía capaz de enfrentarse a ella.

*

Nunca un órgano había sonado tan triste y desesperado a oídos de Raoul. Sentado en uno de los últimos bancos de la capilla durante la misa matutina, apretaba los ojos y estrujaba la tela de sus pantalones cada vez que el sonido del instrumento hacía acto de presencia. No quería llorar en público, pero cuando la melodía invadía cada rincón de la capilla y de su pecho, solo podía pensar en el músico que le hacía estremecerse.

Intentó quedarse rezagado tras la ceremonia, pero sus hermanos le instaron a seguirlos, pues no les quedaba mucho tiempo para desayunar antes de dirigirse a la primera clase de la mañana.

Le sorprendió no ver a Agoney en el comedor, pero quiso pensar que el sacerdote había decidido romper su ayuno una vez los seminaristas hubiesen abandonado la estancia. Sabía que Agoney muy posiblemente le ignoraría o intentaría evitarle después de lo ocurrido.

PrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora