Thomas al habla

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Un día más sin noticias de ella. Por mucho que me resistiera a decirle algo, cada segundo que pasaba era un maldito infierno. Todo lo que había hecho estos últimos meses era pensar en ella, esperando el momento en el que me llamara y me dijera que se arrepentía de todo lo que me había dicho y que volveríamos a estar juntos, pero eso nunca pasaba, y mi orgullo no me permitía decirle todo lo que sentía por ella. Mientras tanto, acallaba mis necesidades emocionales con Carla, que cada vez me ponía más de los nervios.

-Cari, ¿Me pasas la sal? Me van a salir unos burritos deliciosos.-Dijo Carla mientras yo, sin realmente escucharla, seguía sumido en mis pensamientos.

-No ha sido buena idea.-Susurré de repente.

-¿Los burritos? ¡Venga ya, si estarán buenísimos!-Bromeó ella.

-No. Tú y yo. Volver.-Se le cayó entonces a Carla la cuchara de madera con la que estaba removiendo la comida y los ojos se le pusieron como platos.

-¿Cómo que no, cielo? Si estamos muy bien juntos.-Se me acercó, acariciándome la mejilla.

-No Carla. Lo siento mucho, pero no puedo estar con nadie en este momento.-Volví a contestar. Pude notar cómo empezaba a fruncir el ceño, a punto de enfadarse.

-¿Todo esto es por culpa de esa zorra, verdad? No creas que no sé todo lo que dicen por ahí, o que no he visto el video de cómo os besabais. Pero intenté olvidarlo, porque te quiero, porque soy feliz contigo, ¿y ahora me vienes con estas?-Me reprochó, ahora en un tono de voz más alto.

-Solo voy a hacerte daño, yo a ti no te quiero.-Dije ahora. Por mucho que mi confirmación hubiese sido cruel, era lo mejor que podía haber hecho. Sin embargo Carla rompió a llorar y recogió sus cosas, dispuesta a marcharse.

-¡Tú sabrás lo que haces Thomas, esa guarra no te va a querer nunca como yo, solo hace falta ver como tiene constantemente citas con el primero que pasa delante!-Gritó, dispuesta a marcharse.

-Lo siento, Carla.-Me miró una vez más, esta vez con desprecio, y cerró la puerta de un portazo. Me quedé pensativo unos instantes, hasta que Wesley, compañero de piso y aunque hubiésemos tenido nuestras diferencias también amigo, salió de su habitación dispuesto a servirse un vaso de zumo.

-Vaya con la chica esta, tiene carácter.-Se mofó.

-La he dejado tío.-Le expliqué, algo avergonzado a la vez que aliviado. Wesley me miró fijamente durante unos segundos, intentando adivinar el propósito de todo aquello. Dio un par de sorbos a su zumo y se dispuso a hablar.

-No te entiendo.-Dijo de sopetón. Lo miré durante unos instantes, confuso, y se explicó a si mismo.-La dejas, te lías con Ari, vuelves con ella, la vuelves a dejar. ¿Tú sabes lo que quieres, tío?-Reflexioné por un momento. No estaba dispuesto a darle información personal a alguien que meses atrás, había sido mi mayor rival en mi conquista de Ari.

-¿Qué pasa, te molesta que me liara con Ari verdad? Probablemente porque tu siempre lo has deseado y nunca lo has conseguido.- Wesley me miró de nuevo, ahora irritado.

-Eres un capullo. Lo único que sabes hacer es daño a todas las tías con las que estás.-Aquello me irritó también y me levanté de la silla sobresaltado.

-¿Y eso lo dice el gilipollas que se aprovecha de las tías y no las vuelve a llamar?-Grité notablemente enfadado.

-¡Al menos yo no les hago creer algo que no es, no como tú, que les haces pensar que son la mujer de tu vida y luego las utilizas como quieres, cabrón!-Gritó él en respuesta. Por un momento pensé que tenía razón, pero mi orgullo no me permitió reconocerlo.

Denis, nuestro otro compañero de piso y mejor amigo de los dos, salió de la habitación, alterado por los gritos.

-¿Eh, se puede saber qué os pasa?-Preguntó extrañado.

Lanzé una furtiva mirada de odio hacia Wesley y salí del piso de un gran portazo. Por mucho que me doliera reconocerlo, Wesley en cierta manera no se equivocaba.

Deambulé por las calles de la ciudad durante una hora, totalmente abatido ante los acontecimientos. Estaba enamorado de Ari, no había ninguna duda. Cada vez que la veía se me hacía imposible esconderlo y me dejaba llevar totalmente por mis sentimientos, sin embargo, después me avergonzaba y me producía temor el hecho de parecer un desesperado. Pensé en llamarla, en decirle lo que pensaba, pero nunca había estado preparado. Me resistía a reconocer que ella, con sus constantes sarcasmos y cambios de humor, había conseguido encandilarme, como nunca antes lo había hecho nadie.

Me senté entonces en un banco, rodeado de árboles sin hojas a causa del invierno, y un pequeño lago con patos. Sin ni siquiera proponérmelo, había acabado en el lugar en el que todo empezó.

-No me gustan los patos.-Soltó ella de repente.-¡CUACK!-Gritó, sorprendiéndome a mí y al resto de personas a nuestro alrededor. Sonreí ligeramente, totalmente hipnotizado por sus reacciones y su risa, que resonaba como campanillas a nuestro alrededor.

-Estás loca.-Le dije, aun mirándola fijamente. Ella me devolvió la mirada, sonriéndome también, y así permanecimos durante unos segundos. Hasta que ella volvió a agarrar su bolsa de patatas fritas.

-¿Quieres?-Preguntó, con la boca llena de patatas. Volví a reír ante aquella escena, y cogí un puñado de patatas, dispuesto a compartir aquel extraño momento.

-Me gustas. Me gustas mucho.-Impulsivamente pronuncié aquellas palabras, que dieron comienzo a una efímera pero intensa historia entre nosotros. Ella se quedó helada, e incluso se atragantó con las patatas que engullía a toda velocidad. No supo reaccionar, y empezó a tartamudear sin saber que decir. Entonces, al comprobar que su boca dejaba de estar llena de comida, me acerqué a ella, besándola suavemente. Alejé entonces mi cara nuevamente y le acaricié la mejilla, mientras ella no perdía ni en un ápice su habitual cara de sorpresa”

Aún después de tanto tiempo, no lograba entender como había pasado todo aquello. Fue tan rápido…Cundo la conocí, en el aula de ordenadores del edificio de periodismo, me enamoré desde el primer momento de su sonrisa, de su manera de usar el teclado cual ejecutiva agresiva, de verla hablar y refunfuñar sola por las esquinas. Toda ella era un desastre, se olvidada de las cosas, se enfadaba con excesiva facilidad, no callaba ni debajo del agua y comía cual monstruo de las galletas, pero a la vez toda ella me encantaba. Echaba tanto de menos aquello, que sentía que mi vida solo había estado completa durante las pocas semanas que duró nuestra historia. Por eso no estaba dispuesto a dejarla ir, ni siquiera después de todo el daño que nos habíamos hecho. Desperté de mis recuerdos del pasado y decidí presentarme en su casa por sorpresa y sincerarme con ella, para poder al menos sacarme un peso de encima. Me levanté del banco con decisión y caminé rápidamente hacia su casa, a unos pocos minutos del parque. Todo a mí alrededor carecía de importancia en aquel momento, que pareció ser por un momento el más importante de mi vida. Llegué a su portal, ignorando mi entorno, pero para mi sorpresa y desgracia las cosas no salieron como esperaba.

Ni contigo ni sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora