SEIS

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Mía

Llegué veloz como una bala y tras aparcar el carro ingresé con la misma intensidad a la clínica. Mis pies parecían superar la gravedad y separarse considerablemente del suelo, mientras volaba prácticamente al mesón de recepción. Entre jadeos y palabras entrecortadas pude obtener información del paradero de Emma. Estaba en un pabellón de urgencia.

Sin permitirme shockearme más de lo que ya estaba, tomé vuelo veloz sin parar de correr hasta llegar a la sala de espera donde la enfermera, me había señalado encontraría a la familia de Emma.

Mi corazón se encogió al reconocer a la distancia a Francia y sus padres, no había luces de Simón, pero pese al mar de dudas que tenía y respuestas que necesitaba sobre lo sucedido, primaba la urgencia de saber de Emma.

Ingresé como un tornado, liberando por fin la tormenta de emociones que llevaba dentro. Francia fue la primera en correr a mi encuentro hecha un mar de lágrimas y no dudé en unirme a ella nada más estrecharme a su abrazo, formando entre ambas un coro de llantos sin consuelo. Interminables fueron los minutos que estuve aferrada a sus brazos, negándome a soltarla pues sentía que mis piernas no me respondían y pasaría directo al piso. Sus brazos fueron reemplazados, casi sin darme cuenta, por los de su madre, quien compungida murmuraba agradecimientos por estar allí para su hija, dando lugar luego a su esposo para estrecharme entre sus brazos y confirmar los agradecimientos de su señora. Claro está que ellos daban por hecho que yo estaba allí en calidad de amiga de Emma, pero poco me importaba en ese momento la etiqueta en la que me categorizaran. Sólo deseaba saber de ella.

Tras sentir como lo brazos del padre aflojaban a mi alrededor, me separé intentando esbozar una sonrisa, gesto que quedó sólo en un intento pues me fue simplemente imposible. Con la mirada inundada aún en lágrimas busqué a Francia y dando pisadas lentas y temblorosas me acerqué a ella.

— ¿Cómo está? — logré formular finalmente la pregunta con mucha dificultad, debido a inmenso nudo que obstruía sin consideración mi garganta.

La mirada triste de Francia apretó sin piedad mi ya herido corazón. Y en ese momento sentí que Emma quizás estaba peor de lo que yo imaginaba o deseaba.

— Ven aquí — me dijo con voz conciliadora, que siendo sincera no cumplió su cometido.

Me aferré al brazo que me extendía y apoyada en ella comencé a dar los primeros pasos de lo que pareció ser la caminata más larga e interminable de mi vida, aunque en la realidad sólo habíamos salido de la sala de espera para sentarnos en una banca del pasillo, lejos de sus padres.

— Querida como lamento ser yo quien te de esta noticia — comenzó con un tono de voz compungido que unido al dolor que expresaban sus ojos, me hicieron morir lentamente — Unos diez minutos antes que llegaras estuvieron con Emma en quirófano, intentando hacerla despertar.

Sentí como mi corazón latió angustiado ante esas palabras.

— ¿Despertar? ¿Qué quieres decir con despertar? Acaso ella... — intenté tomar aire cuando sentí que mi vía de respiración se obstruía abruptamente y la miré con desesperación — Acaso ella está... ¿muerta? No... por favor dime que no, yo... ¡no puede ser!, no pued...

— ¡No! Por Dios Mía ten calma, Emma no está muerta... — me interrumpió Francia con el rostro más pálido que un papel — Pero pese a la reanimación e intervención que le han hecho ella no ha despertado, desde el accidente que no lo hace. Mía, Emma está en coma.

Sentí que el tiempo se detuvo en lo que Francia terminaba de hablar. Fijé mi vista en su rostro pero sólo observaba sus expresiones de preocupación y aunque ella movía la boca no lograba escuchar el sonido de aquellas palabras, producto del intenso silencio que inundó mis oídos. Me pareció sentir como el pasillo en el que estábamos se compactaba, convirtiéndose en la nada misma, nada en la que sólo reinaba la obscuridad.

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