VEINTIUNO

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Emma

Meses después...

Giré la llave en la cerradura y respiré profundamente al ingresar a nuestro hogar, era una delicia cada tarde llegar a casa y saber que allí estaría ella, el amor de mi vida.

Me dirigí a la mesa para dejar allí mi cartera y la bolsa de las compras que sostenía entre mis manos, un perfume delicioso y familiar no tardó en llegar a mi nariz e inundar agradablemente mis sentidos, a la vez que esos brazos amados me estrecharon con afecto desde mi espalda, acariciando mi vientre. Me giré sobre mi eje en 180 grados hasta encontrarme con sus hermosos ojos, llevé una de mis manos a su cabellera oscura para acariciarla, mientras ella a su vez me atraía aún más hacia ella en busca de mis labios.

Un beso largo y entregado nos dejó sin aliento, pero aún estaba dispuesta a perderme entre sus labios de no haber sido porque el segundo amor de mi vida brincaba a nuestros pies, chillando por un beso también para ella.

Sonreí entrecerrando los ojos, nuestra pequeña consentida siempre se las arreglaba para hacer notar su deseo de no compartir nuestro cariño, que deseaba única y exclusivamente para ella.

— Nina es mi turno — se quejó Mía mientras fruncía la boca en un puchero — Ayer me la robaste toda la tarde.

— Sólo saludaré a mi pequeña y ya está — le sonreí antes de agacharme para tomar a Nina entre mis manos y hablarle con cariño — ¿Cómo está la consentida de mamá?

— Y después te preguntas cómo es que está tan mimada y consentida — Mía sacudió la cabeza divertida.

Reí con ganas mientras acariciaba la pequeña cabeza de Nina, era divertido hacer enfadar a Mía sabiendo lo poco que le gustaba compartir mi cariño incluso si se trataba de Nina.

Pero promesas eran promesas y haciendo gala de mi palabra llevé a nuestra pequeña hasta su cama, junto a su juguete favorito y una de sus galletas preferidas. Se quedó feliz allí, olvidándose de nosotras al instante, en su mundo la felicidad completa y máxima era la suma de su juguete y una galleta de su agrado.

Con una sonrisa traviesa y una ceja sugerente Mía tiró de mi mano por el corredor, no hacía falta ser adivina para identificar sus movimientos felinos y seductores, el recorrido directo y sin pausas ni desvíos hacia nuestro dormitorio daba la razón a mi hipótesis.

— Amor tengo hambre — señalé sintiendo el pequeño pero potente rugido de mi estómago.

— Y yo tengo hambre de ti — se abalanzó sobre mí cuando finalmente ingresamos a nuestra habitación, mientras sus labios se anclaban a mi cuello provocando que un profundo y ronco suspiro emergiera desde mi interior, finalmente empujó la puerta con su pie suavemente para cerrarla.

Durante la siguiente hora sucumbí al paraíso que me brindaban sus caricias, labios y cuerpo, toda ella era el alimento no sólo para mis ansias sino también para mi alma. Nunca era suficiente cuando de entregarnos al placer se trataba, éramos dos piezas que encajaban con perfección y armonía, sólo para nuestro deleite.  El paraíso se instaló una vez más tangiblemente para nosotras, y en sus labios encontré nuevamente la sensación máxima de plenitud sublime con forma de deseo carnal. A su vez ella encontró en mis labios la puerta de acceso para su cielo propio, habilitado solamente para ella y su deleite a través del amor que podía entregarle de la manera más entregada y real en la que me era posible.

Jadeantes y satisfechas nos dejamos caer rendidas en nuestra cama. La pronunciada sonrisa y el brillo insistente de los ojos revelaba que nuevamente la sangre corría por nuestras venas de manera normal, éramos nuevamente humanas, accediendo al latido de nuestros corazones tras semejante subida a otro mundo.

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