Prólogo

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Madrid. Restaurante Mac Ronald's de la Calle Monforte, 13:35 h.

¿Qué es la realidad?

¿Es lo que verdaderamente ocurre, o únicamente importa lo que percibimos?

Rubén entendió por primera vez aquella frase tan enigmática que le hicieron memorizar en una lejana clase de filosofía y que siempre le había parecido tan estúpida: «Si un árbol cae en lo profundo del bosque, y nadie lo escucha caer, ¿ha caído de verdad?»

Para todos aquellos que le verían dentro de un minuto en la cocina del restaurante, este joven empleado de agraciado rostro se había pasado los últimos minutos encerrado en el aseo debido a un nuevo apretón de su delicado estómago...

...pero él sabía la verdad: acababa de ser nuevamente presionado por el encargado del establecimiento para que le acompañase en secreto hasta los mingitorios y le realizase sexo oral. Esta vez ya no habían sido necesarias las apenas veladas amenazas de despido; estaba clara la consecuencia de no acatar tal orden.

Entonces, ¿cuál es la realidad? volvió a preguntarse. ¿He sido chantajeado por un cabronazo sin escrúpulos, o no? Puesto que nadie sabía la verdad excepto el encargado y él mismo, puesto que nadie le creería (y si lo hacían, simularían ser ignorantes para no que no peligrasen sus propios empleos), quizá podría pensarse que no había habido acoso sexual, que se lo había imaginado todo.

Cuando sucedía una situación así, solía imaginar que había sido un sueño (más bien una pesadilla), y eso le permitía evadirse y así continuar trabajando. Hasta ahora le había funcionado.

—Rubén, no te retrases mucho; se acerca la hora de punta —le recordó Genaro con un guiño de ojo antes de salir de los aseos y volver a su despacho con una orgullosa sonrisa satisfecha.

El empleado se pasó otro pedazo de papel higiénico por la boca y, como no le bastó para sentirse limpio de nuevo, volvió a meter la cara bajo el chorro del grifo durante un par de minutos. No le ayudó demasiado, pero tenía que volver a su puesto de inmediato, así que se secó con la toalla, se colocó el delantal, la gorra del uniforme y retornó hasta su lugar en la parrilla.

Odiaba su vida. Si se le concediera un deseo, un único deseo, lo gastaría gustoso en ser capaz de volver atrás y cambiar alguna de las decisiones que le habían llevado hasta este punto.

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