Epílogo

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Rubén conocía un edificio perfecto, lo suficientemente alto, lo suficientemente cerca y con un acceso lo suficientemente fácil como para colarse.

Estaba de pie en lo alto de aquella construcción en la azotea, mirando hacia la calle casi diez pisos por debajo con una seria expresión aparentemente neutra que no podía esconder el torbellino de tristeza y desesperanza que le abrasaba por dentro.

Sabía lo que debía hacer. Un único paso hacia el vacío pondría fin a su tortura, le alejaría de esta vida, de Iker, de esta vana esperanza que le habían puesto delante para destrozarle un poco más, para hundirle un poco más, para hacerle entender que nunca podría recuperar su vida, que nunca podría poner fin a aquel viajar entre realidades, que nunca podría aferrarse a nada ni a nadie porque todo se iría a la mierda en cualquier momento.

—¿¡Te diviertes?! —exclamó mirando hacia las nubes, temblando de frío y de rabia —¿¡Esta broma te parece graciosa!? Hijo de puta...

No era la primera vez que intentaba hablar con Dios, rezar, buscar ayuda espiritual o alguna clase de consuelo en la fe, pero nunca antes sirvió de nada ni ahora iba a tener respuesta. Si realmente había un Dios ahí arriba, estaba mirando para otra parte o no le importaba nada su problema. O quizá era un sádico.

—No voy a quedarme, cabronazo —siguió quejándose—. No voy a vivir unos pocos días, meses o un par de años feliz y enamorado para que puedas darte el placer de quitármelo todo en un instante. No te lo voy a permitir. Yo decido cuándo irme.

Su pie se adelantó...

—¡Rubén! ¡Espera! —La voz de Iker le llegó desde las escaleras que subían hasta aquí, y su rubia testa emergió por la puerta que accedía a la terraza y se miraron desde lejos. —¡Espera! ¡No lo hagas!

—¿Qué pasa? —El asturiano dejó que se acercase hasta unos pocos metros antes de decirle: —¿Tanto miedo te da quedarte solo?

—Me da miedo quedarme sin ti. Y no es únicamente porque seas una de las pocas anclas en este espacio tiempo a la que podría agarrarme para no seguir vagando, sino porque eres el único con el que quiero vivir una vida.

—¡Anda ya! —Rubén resopló con incredulidad. —Dices que no hay muchas posibilidades de que vuelvas a cruzarte con Ricardo, pero ¿y si mañana o en diez años volvieras a cruzártelo? ¿Sería él, o yo? Sé sincero, por favor.

—Seré sincero, terriblemente sincero —se comprometió el ilustrador—. Si en cualquier momento en que yo estuviera sólo me encontrase con él, intentaría volver a acercarme a él, tanto por la historia que tuvimos juntos como porque su cercanía traería consigo una estabilidad que, por mucho que me haya convencido de que ya no necesitaba, he ansiado desde siempre.

—Iker... —Rubén sonrió con tristeza antes de que continuase.

—Pero ya no estoy solo, tú estás conmigo. Y puede que Richy y yo tuviéramos una historia, que siempre vaya a querer a aquel jovencito con el que tuve una preciosa relación, pero ya no existe. El tiempo pasa, han pasado más de quince años. Yo soy una persona distinta y él seguro que también. A todos los efectos es... mi ex, y esperaba que tú y yo fuéramos más que eso ahora. Y por eso, si mañana o en diez años me lo encuentro estando contigo, le saludaría, le preguntaría cómo le va todo... pero ya está. La posibilidad de tener que elegir entre tú y él es remota, inexistente diría yo; pero si me llega, te elegiré a ti porque es esta historia la que estamos comenzando; es a ti a quien he encontrado ahora, con quien quiero comenzar una vida, a quien quiero conocer. Te elegiría a ti, por supuesto. Elígeme a mí.

Poco a poco, Iker se le había acercando y, al ver que le había conmovido, aprovechó para sacar la chaqueta de Rubén de la mochila que llevaba a la espalda y se la puso por encima, tras lo que aprovechó para atraerle levemente hacia el interior de la terraza, alejándole de la caída hasta la calle.

—¿No me oíste antes? —Rubén aún miraba al suelo. —Esto no tiene sentido; es inútil. En cualquier momento uno se dormirá sin pretenderlo, o quedará inconsciente... Un año, diez, veinte... ¿crees que podremos evitarlo durante toda la vida?

—Haremos lo que podamos —deseó el rubio—. Te cuidaré, me cuidarás, y lo intentaremos de la mejor manera posible.

—¿Y la muerte? Uno podría enfermar y morir. ¿Qué solución hay para esa?

—¡Ja! —La risotada de Iker casi molestó al asturiano. —¿Y qué solución tiene cualquiera para algo así?

—¿No lo ves? —Rubén lo apartó y lo miró extrañado. —¿Qué esperanza tenemos? Moriremos, o cualquier otra estupidez hará que nos separemos. No hemos solucionado nada, no hemos averiguado cómo detenerlo para siempre. Esto es únicamente un engaño, un parón temporal.

La calidez de la sonrisa del rubio cuando volvió a cogerle de los hombros impidió que volviera a poner distancia.

—¿Esperabas ser inmortal, volver atrás en el tiempo o que te dieran la seguridad de que podrías tener la vida que quisieras, eternamente y sin riesgo? Vale, no es así. Esto que estamos iniciando tiene sus peligros, sus límites, como le pasa al resto de seres humanos del planeta. Si uno muere, se va y deja solo a los que se quedan. Y quizá ellos no corran peligro por dormir separados... pero tú y yo hemos salido de vidas muy, muy malas, y nos hemos encontrado en una que nos gusta. Nadie más tiene oportunidades así. ¿Por qué no aprovecharla? ¿Por qué no tratar de ser felices, con nuestras circunstancias? No tenemos otras. Es lo que somos y hemos de aceptarlo... o estaremos huyendo de lo único que podría traer paz y felicidad a nuestra existencia, aunque sea por un tiempo.

—¿Y cuando termine sucediendo y ya no esté yo aquí? ¿Qué harás?

—Seguiré con mi vida, con la que me toque cada día, como hace todo el mundo. Y si vuelvo a encontrarte, te recibiré con los brazos abiertos. Y si no, te llevaré para siempre dentro, en mis recuerdos y en mi corazón, y habrá merecido la pena conocerte y disfrutarte.

—Vaya... —A Rubén se le escapó media sonrisa irónica. —Desearía poder conformarme y ser tan pragmático como tú.

—Tú dame tiempo. Todo se pega, o eso dicen. —Se abrazaron.

—Oye...—El moreno le susurró al oído: —y, ¿qué pasará cuando nos enfademos? ¿Y cuándo discutamos? Las parejas normales están juntas porque quieren, porque tienen la posibilidad de irse y deciden quedarse. Nosotros no podremos o comenzará de nuevo el viaje entre realidades. ¿No terminarás odiándome, viéndome como un carcelero, como un mal que has de soportar para poder seguir estable en una vida? ¿Seremos prisioneros de esta circunstancia que nos obliga a querernos y a seguir juntos?

Rubén sabía que estaba ganando la partida.

—Seré tu prisionero con gusto, y si alguna vez dejamos de estar a gusto juntos... nada nos obliga a seguir estándolo. Podrás irte, podré irme, y cambiar de vida será algo que nos parecerá incluso atractivo en ese momento. Pero ahora mismo, lo que más me apetece es esta vida junto a ti. Tenemos por fin la posibilidad de vivir una vida, una única vida como todos los demás.

—Una vida juntos, como cualquier ser humano... —susurró el asturiano.

—¿No quieres intentarlo conmigo?

Nadie puede saber si estos dos hombres serían o no felices juntos, si algún accidente o enfermedad los separaría, o si la propia vejez llegaría junto a la verdadera muerte que terminaría por dejar solo al que restase... pero ¿acaso no nos puede pasar eso a todos?

Por fin, Rubén sonrió abiertamente y besó a su amante, a su nuevo amigo, a su nueva esperanza.

—Joder, sí.

FIN

Copyright © 2014 — Ibrael

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