Lo primero que su mente procesó fue que estaba babeando sobre la almohada. ¿Es posible que ayer salvase a un niño de las llamas? ¡Qué subidón! Se palpó el costado con algo de aprensión, pero lo notó sano y firme. Eso fue ayer, y hoy... era otro tema.
Abrió los ojos y se irguió lentamente para asegurarse de cual era hoy su situación. ¡Por favor, que Genaro no fuera su novio otra vez! Debió estar loco en aquella vida para aceptar eso.
Estaba en un pequeño cuarto de tonalidades blancas y verdes, y el mobiliario parecía típico de hospital. Es más, él mismo llevaba una bata, pero no de paciente sino de médico. Leyó la placa de su bolsillo («Doctor Castillo») y sonrió orgulloso. En realidad, había terminado la carrera hacía pocos meses y estaba en prácticas para obtener un puesto fijo más adelante, pero su licenciatura ya le permitía ser llamado «doctor». Su tía Anselma siempre quiso que él siguiera los pasos de su difunto marido, el tío Paco, y parece que en esta vida él le había hecho caso. Nunca creyó tener madera para cursar esa carrera, pero parecía haberle ido muy bien.
No estaba solo en la pequeña cama de este cuarto reservado para el personal (allí donde aquellos que llevaban demasiado tiempo de guardia podían echar una cabezada de un par de horas, y él llevaba más de veinticuatro horas trabajando), pues a su lado empezaba a despertar Diego, uno de los enfermeros de Preventiva al que echó el ojo nada más llegar. Gracias demos al destino, el muchacho había resultado ser gay y corresponder a su interés.
—Buenos días, doctor —le deseó aquel con una sonrisilla atontada, y se besaron unos segundos antes de levantarse y terminar de arreglarse, pues pronto se les acabaría el descanso y les echarían de menos en planta.
—Espero que esa inyección te mantenga feliz el resto de la mañana. —Y es que, además de lecho y siesta, también habían compartido un tórrido fornicio prohibido (pues el personal no podía mantener ninguna clase de relaciones corporales en horas de trabajo en las instalaciones del HUCA, «Hospital Universitario Central de Asturias»). Romper esa regla siempre le parecía morboso.
Bueno, por una vez tenía su vida asentada en su tierra natal.
—Más me vale, porque no nos veremos hasta esta noche... si sigue en pie lo del cine.
—Ummm... —Rubén entrecerró los ojos y lo recordó. —¡Claro! Que hemos de aprovechar el domingo. Te espero en mi coche a las siete y te llevo a tu casa para que te cambies. Luego a cenar, al cine, y a dormir...
—A dormir... previo masaje con aceites e incienso, ¡que te gané la apuesta!
—Previo masaje —accedió el doctor con una sonrisa, y es que habían apostado por el diagnóstico de uno de los pacientes. Ambas posibilidades podían haber sido acertadas según los síntomas, pero el enfermero había tenido más suerte, o un mejor ojo. Diego llevaba aquí ya dos años y Rubén no llegaba a medio; aún tenía mucho que aprender.
El asturiano respondió al cómplice guiño del enfermero y se deleitó en su bien formada silueta conforme se alejaba por el pasillo, sorprendiéndose por su propia sonrisilla feliz. ¿Era posible que estos polvos dispersos, cenas, salidas al cine... significasen algo más que una amistad con derecho a roce? Lo cierto es que se notaba ilusionado con la posibilidad de que surgiera algo más firme entre los dos, y quizá iba siendo hora de dar el paso y proponerlo.
Se estaba tomando un café cargado en la cafetería cuando su móvil comenzó a vibrar. Era un número interno del hospital.
—¿Doctor Castillo?
—¿Sí?
—Acaba de entrar un hígado sano y ya hemos llamado al paciente que lo esperaba. Sabemos que tan sólo lleva dos intervenciones de este tipo y siempre supervisado por un interino, pero no podemos localizar al cirujano de este turno.
—Emmm... es que...
—Como sabe, el tiempo es vital, Doctor.
— No puedo hacerme responsable —tuvo que objetar. No tenía suficiente práctica, y desde luego que no se había hecho a la idea de hoy tomar las riendas de algo así... aunque lo cierto es que se sentía preparado. Sabía la teoría, había participado en la práctica, aunque nunca dependiendo todo de él.
— El director le espera en su despacho. Le ruego se apresure en acudir.
Acudió y el mandamás del HUCA fue muy claro: no había otra opción más allá de que Rubén operase al paciente o el órgano se echaría a perder; y se trataba de un paciente importante cuya situación era terminal si no adquiría un hígado nuevo. Se le facilitó un contrato eximiéndole de la responsabilidad si algo salía mal (firmado por la familia del necesitado) y se le conminó (bastante insistentemente) para que aceptase. No le quedó otra.
—Que lo preparen todo; voy para allá.
En menos de cuarenta minutos se encontraba al mando de cuatro enfermeras en el quirófano tres, con un paciente completamente anestesiado y el órgano recién extraído de un donante.
Rubén (el cocinero de comida rápida, el periodista) creyó que las manos le temblarían, que vomitaría ante la visión de entrañas y sangre, que le sobrepasaría la situación... pero las memorias de sus largos años de carrera, estudios y recientes prácticas acudieron en su ayuda y fue como si supiera exactamente qué hacer.
La operación fue un éxito. La señora a la que trasplantó el hígado viviría sin infecciones ni rechazos, pero eso se supo más adelante; hoy tan sólo se supo que la cirugía había salido bien y pudo celebrarlo a lo grande con Diego según el plan que habían pactado, pero en un restaurante de mejor calidad. Había tenido su primera cirugía exitosa como doctor principal. Había salvado una vida.
Pasaron la noche juntos y antes de dormir el sexo fue genial, lleno de picardía, complicidad y pasión. Al acabar, hablaron del día siguiente, de la vida, del universo, de lo a gusto que estaban y... una cosa llevó a la otra: Rubén (empujado por las necesidades de aquel doctor cuya mente ahora manejaba como un barco ajeno en un océano nuevo) se declaró.
—¡Sí! —respondió el otro, y fueron novios desde entonces.
Tras muchos besos y una ilusionada conversación, terminaron durmiéndose abrazados.
Antes de irse, el asturiano lloró en silencio cobijado por la oscuridad. Mañana no tendría a Diego con él. En su nueva vida, este precioso muchacho ni siquiera le conocería y esta posibilidad maravillosa se perdería para siempre.
¿Cómo iba a poder vivir con esto? Perder a Diego, ahora que le había dejado entrar, significaría tener que lidiar con un corazón roto.
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REM
ParanormalSinopsis: Asqueado con su vida actual, Rubén se plantea cómo de diferente hubiera sido todo si hubiera tomado alguna decisión distinta en el pasado. Lo extraño sucede cuando despierta en una versión alternativa de su vida: Nuevo novio, nuevo empleo...