Capítulo 15

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No sabía si podría sacar de su cabeza durante el resto del día al treintañero de la camiseta del Capitán América, pero tenía que intentarlo.

Aunque esa calleja atajaría su camino hacia casa, al levantar la vista frunció el ceño constatando que su salida estaba bloqueada por dos personas; dos tíos con mala pinta que se apoyaban en la pared. Le miraban fijamente conforme se les acercaba.

Sabía que no podía morir, así que no tenía miedo. Cierto que algún día moriría de viejo (o eso suponía, pues los días sí transcurrían), pero ya había comprobado que fallecer por enfermedad o violencia tan sólo aceleraba su paso hasta otra realidad paralela. Sin embargo y por algún motivo, sintió lástima al pensar en no apurar al máximo esta buena vida del día de hoy; así que retrocedió por donde había entrado para ir por el camino más largo e iluminado, evitando líos.

¡Sorpresa! Por allí también había dos malhechores más que le impedían escapar y que debían haberse metido tras él. Se le estaban acercando. En la mano de uno de ellos le pareció distinguir el brillo de una navaja.

Suspiró con resignación y fastidio recordando que se había propuesto en varias ocasiones aprender a pelear para defenderse, pero siempre le entraba la vagancia cuando se planteaba que en realidad no tenía sentido esforzarse en algo así debido a que al día siguiente no importaría ninguna desgracia que sufriera hoy. Todo era tan fugaz como un copo de nieve en el desierto.

Y claro, ahora se arrepentía de tal conformismo porque estos cuatro individuos le tenían a su merced. No sería tan grave si se limitasen a robarle simplemente. Cierto que el Rubén de hoy perdería el portátil, el móvil, la cartera con las tarjetas y algunos euros sueltos... pero obviamente al Rubén de dentro no le apetecía sufrir una paliza ni ninguna otra clase de abuso.

—Tomad —pidió adelantando el maletín con el ordenador y su cartera. ¿Qué más daba si se lo llevaban? Sentía rabia, pero, si se conformaban con el botín, en un cuarto de hora Rubén estaría en su salón viendo alguna buena peli y cenando comida italiana (hoy le apetecía).

Uno de ellos, uno con el rostro algo amarillento por la hepatitis y el cabello castaño cortado a trasquilones, le arrebató el premio y lo tiró hacia atrás, al suelo.

—¿Te crees que te vas a ir de rositas después de tu artículo merdero, niño bonito?

—Artículo. ¿Qué artícu...? —y lo recordó. El Rubén de este mundo había ido (a plena luz del día y con un par de amigos) a un barrio peligroso hace dos meses, entrevistó a varias docenas de personas (incluido al de cara amarilla) sobornándoles para que le hablasen del tráfico de drogas en ese lugar y asegurándoles que nadie sabría que habían hablado; también encontró serios indicios de trata de blancas y almacenes de objetos robados en otras partes de la zona. Como consecuencia del revuelo mediático que se levantó ante su historia, desde entonces habían arreciado las detenciones en el lugar. Normal, era época de elecciones y el consistorio actual tenía que dar buena imagen.

Entonces, ¿le habían encontrado allí de casualidad, o esta pandilla de majaderos le había estado preparando una emboscada?

—Ahora es un niño bonito —se mostró de acuerdo otro que apenas tenía ya dientes, siseando al hablar como una serpiente—, pero dentro de un rato sólo será un guiñapo sangriento.

—Ahora —el tercero, el de la navaja sonrió con sus finos labios amoratados y elevó su arma—... vamos a rajarle la cara.

Recibió un golpe en el estómago que le dejó sin aire y vio venir hacia su ojo aquel corto filo con aspecto de haberse manchado de sangre muchas veces antes. Por reflejo ladeó la cabeza, lo que provocó que el corte apareciera en su hombro, rasgando su ropa y un par de capas de piel.

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