Capítulo 14

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Era muy difícil hacer memoria de todo lo ocurrido desde que comenzó esta surrealista paranoia pues, tal y como ya había constatado, los mundos paralelos por los que pasaba eran completamente reales e intensos mientras estaba en ellos (incluso tenía acceso a toda la experiencia y memorias del Rubén de allí) pero, cuando los abandonaba, todo lo vivido se tornaba en su mente tan difuso como si de sueños se tratase, más y más borroso a medida que transcurrían nuevos días.

Por una parte, era frustrante, porque le daba la impresión de que no servía para nada el vivir esas vidas que terminarían desapareciendo en el fondo de su mente; pero por la otra, era lógico, ya que sería imposible para un cerebro humano el contener miles de vidas, con sus infinitos sucesos y sus incontables experiencias particulares, sin desbordarse. Quizá era una medida de auto conservación instintiva para no explotar, ¿quién sabe?

Sea como sea, guardaba una somera memoria de cada una, como quien ya no recuerda los detalles de una novela, pero aún es capaz de resumir su guion en un corto párrafo.

Había trabajado en cosas normales, cosas en las que en algún momento pensó que podría ser bueno: contable, peluquero, cocinero, sociólogo, psicólogo... La mayor parte de las veces, pongamos un ochenta por ciento de las vidas en las que había despertado, era una de esas u otra parecida. En ellas también incluía las que había sido modelo o actor ya que, por alguna razón, su físico y rasgos llamaban bastante la atención y parece que tenía una buena capacidad interpretativa.

También había sido cosas más extremas, cosas que nunca pensó que pudiera llegar a ser: bombero, doctor, profesor de salto, abogado, drogadicto, prostituto, ¡incluso se metió a cura! Pero esas habían sido las menos. Sobre todo le ocurrió al principio, durante las primeras semanas, como si todo fuera centrándose y asentándose con cada paso a otra realidad, como un péndulo cuyo impulso va perdiendo fuerza poco a poco y quedándose más cerca del centro.

Al menos un treinta por ciento de las veces había estudiado periodismo, aunque la mayor parte de esas acabó trabajando en algo distinto a su carrera. ¡Ese era un dato deprimente!

En cuanto a su situación sentimental, había experimentado mucha variedad. Rara vez coincidía en tener el mismo novio o marido en más de una misma vida (al menos de las que había recorrido hasta ahora), y parecía haber las mismas posibilidades de que su relación fuera viento en popa, se hubiera estancado o estuviera soltero. Incluso en dos o tres ocasiones estaba o había estado en un trío sentimental. El verdadero Rubén provenía de un mundo en el que ni siquiera tenía pareja y debía reconocer que, su estado anímico en los días en que había estado felizmente casado o ennoviado, era de lo mejorcito. ¡Ah, el amor!

Suspiró entristecido y avergonzado por dejarse llevar de nuevo por algunos de los pensamientos que se había autocensurado: «Me gustaría poder tener un novio, uno mío de verdad, uno para siempre; uno que permaneciera a mi lado cada día para completarme y hacerme feliz...» Era una línea de razonamientos prohibida porque Rubén no tenía solución para eso, y siempre que se permitía meditar sobre ello le ocurría igual: se deprimía.

Nada permanecía. Todo era fugaz.

Sabía (lo había leído en un par de libros de autoayuda) que uno debía sentirse completo por sí mismo sin depender de nadie ni necesitar a nadie, pero... ¿y si había gente que necesitaba una pareja para sentir que era verdaderamente feliz? Al fin y al cabo, cada uno es un mundo y los psicólogos no lo saben todo de todos, ni tienen de su lado la razón irrefutable.

Trató de sustituir esa melancolía por indignación al recordar que, en algunas de esas vidas (tres veces concretamente) había amanecido creyéndose bisexual debido a que en algún momento anterior de tales mundos cedió a la tentación de comprobar si podía follarse a una chica y sí le era posible.

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