REM

Capítulo 7

Despertó con el cuello realmente dolorido y bastante jaqueca. No se encontraba en una cama sino sentado en una silla, con los brazos apoyados sobre una mesa y la cabeza desplomada sobre ellos. Tras enfocar la vista, descubrió que la noche anterior se quedó dormido sobre la mesa del pequeño despacho de casa y que tenía todo lleno de facturas, anotaciones y post-its. Incluso tenía uno pegado en la frente.

¡Ostia! ¡Hoy era el último día del Iva! Por eso se quedó hasta las tantas cuadrando las cuentas y, tras mirar la hoja ante él, gritó «¡Lo tengo!»

Había descubierto el asiento erróneo que descuadraba el balance y ya tenía las cantidades del Soportado y el Repercutido. Abrió de inmediato el Outluk y escribió un email para la asesoría informándoles del resultado y adjuntándoles el extracto con la anomalía marcada para que lo solucionasen de inmediato.

Resoplando tanto de alivio como por el susto de saber que había estado a las puertas del desastre, se dejó caer en el respaldo del sillón y movió cuidadosamente el cuello hasta que las vértebras crujieron. Por suerte, esta noche tenía clase de yoga y podría extraer toda la energía negativa para sustituirla por un soplo de aire fresco llegado de la mismísima Madre Tierra.

En una hora debía abrir la peluquería unisex, llegarían sus dos ayudantes y empezarían a acudir todas las señoras en busca de cardados, permanentes y tintes ecológicos. A él le hubiera gustado dirigir su negocio hacia un público más joven y exclusivamente más masculino, pero eran las mujeres (especialmente aquellas más mayores) las que tenían el dinero y necesitaban más cuidados capilares.

Así que debía desayunar, ducharse y...

Se rascó inconscientemente el brazo ante una súbita imagen. Había una ducha, él estaba bajo el agua, pero esta se teñía de rojo sangre.

Entonces lo recordó. Lo recordó todo.

Era Rubén Castillo, pero, aunque hoy tenía una peluquería a su cargo, también había sido abogado, yonqui, instructor de paracaidismo... y licenciado en periodismo.

Se levantó de la silla como por un resorte y, con los ojos de aquel que conoce la verdad, contempló lo que le rodeaba con admiración, como si ahora pudiera ver a través de la ilusión. ¡Era cierto! ¡Hoy tenía otra vida! En esta... estaba soltero, aunque tenía tres follamigos que también eran clientes de su peluquería, y su empresa iba bastante bien pese a las numerosas e inesperadas dificultades que nunca se planteó antes de montar el negocio.

Pero nada de esto importaba; ni el rico depresivo que fue ayer, ni el chapero drogadicto del día anterior... ¿Qué era «esto» que le sucedía? ¿Por qué le estaba sucediendo esto? ¿Cómo podía evitar que le siguiera sucediendo? ¿Podía estar soñándolo todo?

Se pellizcó con fuerza (tanta que más adelante le salió un hematoma), y el dolor le hizo entender que todo era cierto. Paseó las manos por la mesa sintiendo la temperatura y las rugosidades, encendió el ventilador y dejó que la brisa acariciase su rostro... Lo notaba todo. No podía ser un sueño. Estaba aquí, era peluquero, y no podía negarlo.

Inspiró, espiró con tanta calma como pudo y decidió que no podía concentrarse con el estómago vacío, así que se dedicó a ducharse, vestirse cómodamente y hacerse un par de sandwiches mixtos con un café cargadito.

Rememoró confusamente sus teorías de ayer (las del ayer como abogado) y sacó una hoja en blanco para comenzar a escribir.

Escribió en letras mayúsculas «Clon» y cogió su móvil. Realizó las mismas comprobaciones del día anterior. Nadie de las vidas anteriores que recordaba (cada vez más borrosamente) le reconoció al llamarles por teléfono (Jesús, Nani, Alan, Cristian... ¡Sus mejores amigos nunca habían oído hablar de él!), ya que en su vida de hoy tenía otros amigos y conocidos. Su padre, por el contrario, sí le reconocía, pero le preguntaba por la peluquería y de sus finanzas. Estaba claro que no recordaba que su hijo hubiera tenido un novio noruego, o que se hubiera casado y divorciado.