Capítulo 17

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Iker le puso una mano en el hombro para consolarle y le dedicó una sonrisa afectada.

—No sé cuánto hay de cierto en mis conclusiones, pero sé que eso fue lo que pasó. Lo que no sé es qué ocurrió cuando al día siguiente yo también abandoné aquella realidad. ¿Colapsó? ¿Dejó de existir? ¿Sigue ahí, en algún plano alternativo con las consecuencias de mi paso por ella?

—Bueno, acabas de decir...

—Sé lo que he dicho, pero mira más allá de mis palabras. —Iker no pudo evitar un suspiro. —Eso fue lo que yo viví, lo que vi, pero ¿Y si aquel mundo existía únicamente mientras uno de nosotros, Ricardo o yo, viviéramos allí? ¿Realmente sigue allí una versión mía, un camarero que tuvo una historia con un chico llamado Richy, o ya no queda nada?

—Pues... qué comida de cabeza. Pero, dices que notaste que ese Ricardo ya no era el tuyo, que algo se había perdido. ¿Cómo es eso?

—Había desaparecido la intensidad del sentimiento que nos unía; como si nuestro amor hubiera sido incrementado por el hecho de tener ambos este don.

—Yo no le llamaría don. Lo veo más como una maldición. —Rubén se quedó un rato callado, con los codos sobre la rodilla y la barbilla sobre las manos. —Entonces, estás diciendo que lo que... lo que siento por ti, el modo en que me has llegado tan adentro tan rápido ¿ha sido a causa de esta maldición que compartimos?

—No puedo decirlo con seguridad —recordó el madrileño—, pero hay un cierto límite de sentimientos que nunca antes crucé hasta encontrarme con Ricardo. Han pasado muchos años desde que le perdí, y sólo me ha vuelto a pasar contigo. Teniendo en cuenta que los tres tenemos este don, no sería descabellado pensar que ambos asuntos están relacionados.

—Y dale con llamarlo don...

—Rubén, ¿estás bien? Siento algo muy grande por ti y tú por mí; podemos por fin permanecer en una misma realidad más de un día, y da la casualidad (la maravillosa casualidad) de que es una realidad en que tanto tu vida como la mía son buenas, pues estamos sanos, tenemos un buen nivel económico, trabajamos en lo que nos gusta y estamos juntos. ¿No es algo así lo que has estado deseando desde que comenzó tu viaje por las distintas posibilidades de tu vida?

—Yo... sí claro, desde el primer momento, creo —admitió el asturiano, pero su ceño seguía ligeramente fruncido e Iker tuvo que apartar su flequillo y elevar su rostro acariciando su barbilla para hacer que le mirase. —Has dicho que Ricardo se fue; ¿no le has vuelto a ver? ¿No le has buscado?

—He visto a Ricardo muchas, muchas más veces —admitió el ilustrador —porque en uno u otro día, en una u otra de las variantes de mi vida he ido a buscarle. Sabía dónde estaban sus padres, sabía dónde vivía él; e incluso en alguna ocasión me he presentado a él, he intentado ser su amigo, su amante y hemos tenido sexo... pero desde el momento en que ponía mis ojos en su persona yo sentía que no era el mío. Su mente, su alma o lo que sea que contiene un cuerpo no era como nosotros, y obviamente en ninguna de esas ocasiones él me recordaba. Suponiendo como supongo que hay infinitas posibilidades y variaciones en la vida de una sola persona, ¿cómo lograr encontrarme con esa versión suya que posee nuestro mismo don? Mis esperanzas fueron perdiéndose con cada encuentro, con cada semana, mes y año, hasta los tres lustros que han pasado desde entonces... y ya no tengo. Fue casualidad encontrarle la primera vez, y ha sido otra casualidad milagrosa encontrarte ahora a ti.

—Entiendo —respondió Rubén, aliviado en gran parte por desterrar los celos que habían asomado desde el horizonte. Podía aceptar que Iker quiso a Ricardo, que le amó, y que la larga historia que compartieron (ahora idealizada por el tiempo que había pasado desde que se separaron) era mucho mejor que lo que ellos dos tenían ahora, pues acababan de conocerse. Pero también creía eso mismo, que los Ricardo e Iker individuales que se conocieron y que podían viajar entre realidades no volverían a cruzar sus caminos; era mera estadística.

Por otra parte, sí que había algo que le seguía preocupando, una espinita clavada en su costado cuyo escozor se iba intensificando.

—Entonces, Ricardo se «fue» porque quedó inconsciente estando lejos de ti, ¿verdad?

—Así es.

—¿Cómo de lejos estabais?

—No sé —Iker pareció sorprendido por la pregunta—, pues... como a unos cinco kilómetros.

—Ahá. —El asturiano asintió lentamente sin que su expresión se alegrase un ápice. —Y, según tu experiencia, ¿cuál es la distancia mínima que debe haber entre tú y yo para que podamos permanecer en esta realidad, en caso de quedar inconscientes o dormirnos?

—No lo sé —El hombre con la camiseta del Capitán América pareció confundido—, pero si dormimos juntos bastará.

—Si dormimos en la misma cama —Las manos de Rubén temblaban ligeramente—, pegaditos y tocándonos, despertaremos juntos, eso está claro. Pero, ¿y si dormimos separados por unos... diez centímetros, uno a cada lado de la cama?

—Bueno —Iker resopló con incredulidad—, obviamente no dormí manteniendo contacto físico durante todo el tiempo cuando compartí mi vida con Ricardo, así que uno a cada lado de la cama funcionará.

—¿Y si tuviéramos dos camas, pero en la misma habitación? Aún estaríamos cerca al dormir, ¿no? A menos de un metro el uno del otro quizá.

—Pues... —El rubio apretó los labios un segundo antes de ser sincero: —Supongo. Un metro debería ser aceptable; creo.

—¿Y si dormimos en dos habitaciones separadas por un muro, con una cama a cada lado del muro? ¿Una separación física lo fastidiaría?

—No lo sé. Sí... o no... seguiríamos igual de cerca.

—Ya veo. —Rubén asintió componiendo un puchero. —¿Y si estuviéramos en dos habitaciones separadas por, digamos, diez metros, pero aún en la misma casa? ¿Y Si estuviéramos en dos pisos distintos del mismo edificio? ¿Y si uno se durmiera sin pretenderlo en una hamaca de la playa y el otro se está bañando en el mar, a cincuenta o cien metros? ¿Y si fuera a mil?

—Rubén... —El madrileño tardó un buen rato en responder, y su expresión era de preocupación. —Obviamente hay un límite, uno entre el metro que pudo habernos separado en los días calurosos de verano que Ricardo y yo compartimos, y los cinco kilómetros que provocaron que se fuera; pero no sé cuál es ese límite. Cinco, Cien, Mil... sea cual sea, hay un límite, y es mejor no hacer pruebas para localizarlo porque, en el momento en que lo encontremos, será tarde y nos perderemos. Nunca volveríamos a vernos. La seria expresión del moreno y el brillo de sus ojos alarmó a su amante. —¿Estás bien?

Rubén negó con la cabeza sin poder mirarle a los ojos; sabía que, si lo hacía, dejaría para más adelante sus miedos, pero estos terminarían resurgiendo en el peor de los momentos. No podía seguir así.

—Cuando te vi esta mañana a mi lado, me creí en el cielo. Cuando hemos comenzado a hablar, estaba feliz, esperanzado, deseando comenzar esta nueva vida contigo... pero no me das muchas esperanzas.

—¿Qué yo no te doy...?

—Entiéndeme, tú lo has dicho: en cuanto suceda algo imprevisto, como lo que te pasó con Ricardo, te irás, o me iré, y nunca volveré a verte. —Se levantó lentamente y se desasió de la mano del rubio que intentaba retenerlo. —No puedo aceptarlo, es... es una mierda, un engaño, una tortura.

Y salió corriendo de su casa sin siquiera abrigarse, coger las llaves o cambiarse sus zapatillas de estar por casa por un calzado más apropiado.    

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