Capítulo 1

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El humo ayudaba a disimular la acentuada palidez de las mejillas de Rubén mientras este apretaba fuertemente la tapadera de la plancha para aplastar aquella carne que conformaría la comida de docenas de personas. Los marcados músculos de sus brazos temblaban por la tensión, único síntoma visible de la rabia interna que le inundaba, de la impotencia que sentía.

Estaba acostumbrado a actuar, a disimular, ya que Genaro no era el único que le exigía sexo a cambio de concederle lo que a cualquier otro le correspondería sin más. Su casero, el propietario del estudio alquilado de Rubén, le hacía una rebaja considerable en el importe mensual debido a las puntuales visitas semanales que le hacía los miércoles por la noche.

Cierto que con el propietario Honesto (curioso nombre para alguien que actuaba de esta manera) el sexo comenzó por acuerdo común, como una relación de «follamigos» que facilitó al joven cocinero recién salido del cascarón el acceso a este alquiler y que le había permitido mantenerse independiente de sus padres gracias a la consecuente minora en el precio del piso. Sin embargo, con el tiempo, cuando se cansó de este pacto que nadie había asentado por escrito, se encontró con que su casero no parecía querer ceder en los derechos carnales conseguidos y sintió la muda pero innegable sensación de que, si se negaba a seguir con este jueguecito, se vería de patitas en la calle. Había perdido el control, y ahí fue cuando dejó de tener gracia usar su físico como moneda de cambio. De eso hacía ya un año.

Había habido otros antes: un matón del insti, el profesor de gimnasia, un rector de la universidad... Todos habían querido un trozo del pastelito que era Rubén, y él se los había concedido felizmente a cambio de las ventajas que ello le reportaba sin darse cuenta de que, cada vez que cedía, perdía un pedazo de su autoestima. Por suerte todo eso había sido pasajero, experiencias puntuales que llegaron y se fueron. Pero Genaro y Honesto estaban aquí, ahora, en su vida actual, y no podía quitárselos de encima. Puesto que él cedió en un principio, la culpa era suya, pero ¿cómo sería su vida si no hubiera cedido? ¿Tendría este empleo, uno mejor o uno peor? ¿Tendría piso, uno más pequeño, uno compartido? Fueron sin duda malas elecciones que ahora tenían sus consecuencias, y preguntarse por el modo en que habría cambiado su vida si no hubiera accedido a ello no tenía sentido.

Cualquier elección distinta en su vida podría haber cambiado todo, desde el modo en que replicó a su padre cuando este le dijo que la carrera que pretendía estudiar no le llevaría a nada, hasta el móvil Blackbarry que escogió comprar en su día y que tantos problemas le había dado. Es conocido que el aleteo de una mariposa puede cambiar la historia de una persona, o de un mundo.

¡Bah! ¡Ya se estaba comiendo la cabeza de nuevo con chorradas filosóficas! Lo usaba como vía de escape cuando no soportaba su propia vida, pero ahora mismo no estaba de humor para elucubrar.

Sonrió fieramente al imaginarse a sí mismo como el protagonista de una serie de artes marciales, dándole de palos a su jefe: ¡Puñetazo en la boca! ¡Codazo en el estómago! ¡Patada en los huevos!... Eso siempre le relajaba.

En realidad, no le importaría dejar su hogar actual y volver a Asturias con sus padres si no fuera porque estos se quedaron hace tiempo en paro al perder el negocio familiar, no pudieron pagar la letra de la hipoteca de la casa y el banco se la embargó. Ahora malvivían junto a la hermana de su madre. Todos serían aún más desgraciados si él se les unía en aquel pequeño piso añadiendo nuevos gastos a los de ellos. Además, no quería preocuparles ni decepcionarles por no poder valerse por sí mismo. Al menos en Madrid tenía trabajo, aunque fuera en el sector de la comida basura.

Sus progenitores asturianos siempre le vieron como a una extensión de sus sueños, como la última posibilidad de alcanzar las metas que se propusieron, deseándole éxito y felicidad. Rubén estudió periodismo, se licenció, se había independizado, y ellos por fin estaban orgullosos de él, así que no iba a tirar la toalla. ¡No podía volver atrás! Tenía que haber otro camino.

Había pensado en dejar el pequeño estudio de diseño que habitaba en la actualidad y buscarse uno más grande cuyo pago pudiera compartir con otros muchachos, pero todos los arrendadores le pedían un par de meses de fianza, y él carecía de los ahorros necesarios para algo así. ¿Cómo iba a ahorrar con su mierda de sueldo?

¡Puta crisis! Que le impedía acceder a un mejor puesto de trabajo pese a sus estudios.

¡Puto gobierno! Cuyas reformas laborales le impedían rebelarse o denunciar a sus acosadores sin verse directamente en la cola del paro o malviviendo bajo un puente.

¡Puto mercado inmobiliario! Que desahuciaba a las personas honradas que se quedaban sin trabajo, pero que no disminuía el precio de los alquileres.

Puta vida.

¡Odiaba su vida! Se había equivocado en tantas cosas...

Ahora Rubén sólo quería olvidarse de todo. Necesitaba llegar a casa y sumergirse en la trama de alguna serie de Netflinx para poder ignorar la putrefacta realidad que le rodeaba.

El latigazo de dolor que le recorrió desde el omóplato le obligó a disminuir la fuerza que aplicaba en la plancha. Apretando los dientes, elevó la tapadera y empezó a extraer las rodajas redondas de aplastada carne tostada y a sustituirlas por otras semicongeladas.

Meneó el hombro de forma circular y se dio cuenta de que la tensión le había llevado a lastimarse de nuevo allí donde aquel anónimo policía cabrón le golpeó con la porra. La autoridad no se andaba con chiquitas a la hora de reprimir las manifestaciones de indignados, y Madrid era el escenario de varias protestas diarias desde hace meses. Rubén estaba claramente en contra los recortes que el corrupto gobierno conservador y liberal imponía por decretazo, exprimiendo los ahorros de la población, desterrándolos de sus casas, robándoles la sanidad pública, limitando su educación y arrebatándoles cualquier avance en derechos laborales con tal de satisfacer a la dirigente no electa de Alemania que regía Europa en beneficio propio con la connivencia de los mercados y del resto de políticos. A los gobernantes actuales les daba igual el bienestar y la voluntad de los ciudadanos una vez tenían el poder en sus manos, burlándose y condenando cualquier manifestación en contra de sus intereses.

Quizá, se dijo Rubén, la culpa era suya por haber estudiado periodismo pese a las advertencias de su padre. Podría haberse metido en Derecho, ya que los abogados suelen tener un trabajo muy bien pagado.

Rubén cada vez estaba más harto. Por eso sintió hace días el impulso de unirse a aquella pacífica aglomeración de gente clamando por sus derechos. Entonces llegó la ilegal carga de la pasma, precursora de su lesión.

¡Puto Mac Ronald's y puto Genaro!

¡Puto piso de alquiler y puto Honesto!

¡Putas fuerzas del orden, tan crueles como violentas!

¡Puta genética que le había dotado de un físico agraciado... provocando que unos putos sádicos se aprovechasen de él gracias a una posición de poder!

Y puta realidad, ésta en la que le había tocado vivir.

Cuando Jesús le pasó la mano bajo los brazos y le ayudó a levantarse se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo, gimiendo y pegando puñetazos en las baldosas; tenía los nudillos sangrando.

—¡Rubén! ¿Qué te ocurre? ¿Te duele algo?

Estuvo a punto de contarle a su compañero lo que de verdad le ocurría, pero él era demasiado buena persona, demasiado buen amigo como para decírselo. Jesús tomaría partido por él, le animaría a denunciar a su gerente, testificaría y... se quedaría en el paro junto a él. No podía hacerle esto; no cuando su marido y su hijo adoptado de cinco meses dependían del sueldo del muchacho. El resto de compañeros le estaban mirando con preocupada curiosidad.

—Nada, yo... aún me duele el golpe de la espalda.

Tras darle un ibuprofeno y un vaso de agua, el chico le insistió a Rubén para que se sentase en la silla del ordenador de contabilidad durante unos minutos, pero él se negó. Si Rubén dejaba de trabajar, su compañero tendría que ocuparse también de la plancha, y ambos se meterían en un lío si a Genaro se le ocurría salir del despacho en esos momentos y se daba cuenta de que el asturiano estaba descansando en hora punta.

Pese al silencio, este incidente le obligó a aceptar que estaba llegando a ciertos límites peligrosos. Debía hacer algo más allá de sufrir a en silencio por su situación y evadirse de la realidad con estúpidos sueños.

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