-Krolia...-susurró Keith, mirándola con asombro. Ella miraba la mesita ratona como si fuera lo más interesante de la Tierra-. Yo...
-No digas nada -lo interrumpió-. Ya sé que no puedo ser más que tu amiga, pero serlo me es suficiente y me alegra muchísimo -dijo, bebiendo nerviosamente su jugo.
Keith sonrió chiquito, un tanto incómodo. No sabía qué contestar en situaciones como esas, aquellas en la que la reciprocidad no existía.
-Eres mi mejor amiga. Te veo como casi una madre. Yo... no puedo verte como más que eso -aclaró él, posando su mano sobre la espalda de Krolia y dando suaves caricias.
Ella levantó la vista hacia él y lo abrazó.
-Me alegra que no me odies -murmuró mientras apoyaba el mentón en su hombro. Keith la apretó suavemente y se quedaron en silencio unos segundos.
Luego, la separó lentamente de él, aún sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
-Creo que ya es hora de irme -dijo, aclarándose la garganta y dejando el vaso en la mesa, levantándose del sofá.
-¿Quieres que te lleve? -preguntó Krolia, levantándose también.
-No es necesario -contestó él, yendo hasta la entrada. Krolia iba atrás suyo-, buscaré un taxi -agregó, haciendo una sonrisa forzada.
Abrió la puerta y tomó dos cajas, las apoyó en el piso y tomó las otras dos que le faltaban.
-Te ayudaré a bajarlas -insistió Krolia, tomando las últimas dos cajas que Keith había apilado. Él iba a reprocharle pero ella le dio una mirada severa y calló. Las cajas no eran muy pesadas, pero Krolia, aunque no lo pareciera, era muy fuerte.
Se dirigieron al ascensor, cada uno con dos cajas en las manos. Keith, con su dedo índice, aún sosteniendo las cajas, tocó el botón y automáticamente las puertas se abrieron. Entraron y las cerraron. Krolia, como pudo, tocó el botón de planta baja y rápidamente descendieron hacia allí.
Ambos salieron del ascensor, dejaron las cajas en el piso y se miraron de reojo.
-Bueno... Nos vemos -dijo Krolia, rascándose la nuca.
Keith suspiró.
-Sí... Nos vemos -respondió, bajando la mirada. Era realmente incómodo.
Cuando volteó hacia la salida, su ceño se frunció. Giró sobre sus talones y volvió a tomar las cajas, comenzando a caminar hacia el ascensor.
Krolia lo miró confundida.
-¿Keith? ¿Qué haces? -preguntó extrañada, tomando las cajas que había cargado antes y acercándose a Keith.
-Nyma está sentada en la puerta desde que llegué -contestó, llamando al ascensor.
Krolia se asomó por el pasillo y observó la puerta de entrada con detenimiento, hasta que se percató de que sí era Nyma.
Llegó el ascensor, subieron y tocaron el piso al que se dirigían. Una vez arriba, en el piso de Krolia, bajaron nuevamente las cajas al piso.
-¿Qué demonios hace ella aquí? -preguntó Krolia, abriendo la puerta del apartamento.
-Debe estar siguiéndome o algo. Ella no sabe que me mudé y NO debe saberlo -respondió Keith, remarcando el no.
Entró al apartamento y dejó sus cajas en el piso. Krolia lo imitó y las pegaron a la pared, una encima de la otra.
-Ahora no sé qué hacer; si salgo, me perseguirá y eso lo último que quiero que pase -habló Keith, tomándose la cabeza con frustración y sentándose en el piso.
Krolia se cruzó de brazos, desviando la mirada. Suspiró.
-Quédate a dormir aquí, si quieres, hasta que se canse y se vaya -propuso ella.
Keith dudó al principio. Durante la espera iba a ser todo muy incómodo, pero terminó por aceptar. Debía proteger su privacidad.
-Debo llamar a Lance para avisarle -anunció, tomando su teléfono. Se fue del pasillo de entrada antes de que Krolia le contestara, y marcó el número de Lance.
Un tono.
Dos tonos.
No llegó ni al tercero y contestó.
-Hola, bebé -dijo animadamente Lance al otro lado de la línea.
Keith se sonrojó y rio por lo bajo.
-Hola, novio lindo -respondió sonriente, aunque no le iban aquellos apodos-. Escucha, no podré volver a casa. No sé por cuánto tiempo pero no volveré pronto.
-¿Por qué? ¿Qué pasó? -preguntó Lance con tono de angustia.
Keith se mordió el labio. Cuánto deseaba estar con él, maldita sea.
-Nyma está en las escaleras del edificio. Supongo que estuvo aquí desde hace mucho, no sabe que me mudé, y ahora no puedo salir. Cuando digne a irse, volveré a casa.
Escuchó a Lance resoplar y suspiró apenado, rascándose la nuca.
-¿Necesitas que me encargue?
Negó, aunque sabía que no podía verlo.
-No, sólo se ocasionaría más lío. Si no se va para dentro de tres días, voy a llamar a la policía.
Lance rio por lo bajo. Sin gracia, obviamente.
-Debes llamar ya. Debíamos haber llamado cuando se nos dio la oportunidad.
Keith suspiró.
-Es riesgoso.
-Tienes miedo.
-Lo tengo -afirmó Keith.
-Déjame que me encargue.
-Lance, no.
-Keith.
-No. Punto.
Lance guardó silencio.
-Está bien -contestó. Keith miró por la ventana, viendo el atardecer-. Te voy a extrañar, Mullet -dijo, suspirando.
Keith apretó los labios.
-Yo también. Créeme que yo también lo haré.