Keith salió del set mucho antes que los demás. La verdad estaba harto de compartir tanto tiempo con ellos. Suficiente con ver sus caras de estúpidos todos los días desde las 7:30 de la mañana hasta las 9 de la noche.
Cuando estuvo afuera, se puso la capucha y tiró la caja de chocolates completamente vacía. Lamió sus dedos y paró un taxi.
La película aún no había salido, por lo que no era muy reconocido por la gente. Y lo agradecía absolutamente. Gozaría hasta la última gota de su libertad y tranquilidad de ser humano común de la Tierra.
Subió al vehículo y le indicó al conductor la dirección de su casa.
Cuando el auto arrancó, agarró su celular y le escribió a su mejor amiga, Krolia, un:
"Estoy yendo a casa."
Él vivía con ella desde hacía unos años debido a la muerte de sus padres.
Había estado tan triste que ella le había pedido por favor que fuera a vivir a su casa.
Suspiró y miró por la ventana mientras se ponía los auriculares.
Krolia dejó su mensaje en visto y bloqueó el celular.
Unos minutos después, el taxi frenó frente a su departamento. Le pagó el dinero correspondiente y, mientras se ponía su mochila, bajó y cerró la puerta.
El auto se fue y entró al edificio. Subió hasta su piso y, ni bien abrió la puerta, vio a su amiga cruzada de brazos.
Cerró la puerta con llave y la colgó en el llavero. La miró a los ojos.
-Qué.
Ella lo fulminaba con la mirada.
-¿Por qué tardaste tanto?- preguntó, apoyando sus manos en su cintura.
Keith se sacó la capucha e intentó peinar su pelo.
-Perdona- dijo, pasando por su lado-, me fui lo más temprano que pude.
Krolia era 10 años mayor que él. Tenía pelo negro, medía 1,77m, sus ojos también eran morados y tenía un carácter fuerte.
La gente siempre les preguntaba si eran hermanos. Ellos se miraban y se burlaban en las caras de esas personas, porque no, ni en mil años serían hermanos.
Con suerte podían tolerarse siendo mejores amigos. ¡Siendo hermanos sería una locura!
Mas, conforme pasaba el tiempo, Krolia tomó ventaja de sus diferencias con respecto a las edades y lo trataba como un niño, ¡como si fuese su madre!
Keith caminó hasta la cocina y abrió la heladera. Agarró queso, pan y se hizo un sándwich.
-Así que, cuéntame- dijo Krolia, apoyándose en la isla que los separaba. Keith la miró mientras comía-. Al final tomaron mi nombre para la película, ¿verdad?- preguntó sonriendo.
Keith tragó la comida y asintió.
-Sí, tu nombre es genial para este tipo de películas. Omar dijo que es extravagante- contestó Keith, sentándose en la mesa. Se sacó la mochila y la dejó colgando en el respaldo de la silla.
Krolia tomó asiento al lado suyo.
-Supongo que gracias. Y, dime, ¿qué personaje lleva mi nombre?- preguntó sin dejar de sonreír.
Keith masticó lo más lento posible para tardar en contestar. Finalmente, con voz queda dijo:
-Mi madre.
No le gustaba hablar de sus padres ni mencionarlos. Cuando murieron, él apenas era un niño de 10 años, así que su mejor amiga lo acogió en su hogar para que no estuviera solo.
Habían habido más complicaciones pero explicarlo de esa forma siempre había sido la más simple, por lo que no daban detalles sobre las luchas constantes de Krolia por poder quedarse con Keith y que no se lo llevaran sus abuelos de regreso a Corea del Sur.
Un silencio incómodo carcomió la sala y Keith desvió la mirada. La sonrisa de Krolia se borró.
-Perdona, Keith, no fue mi intención- susurró.
Keith negó con la cabeza y la miró.
-No te preocupes, no es tu culpa- contestó con una sonrisa.
-Pero...
-Dije que no.
Intentaba ocultar aquel vacío que sentía en su interior con risas y sonrisas. Aunque cada vez le costaba más, mierda, era tan difícil.
Cada vez sonreía menos y las veces que reía eran tan escasas como sus ganas de ver a Lance todos los días.
Terminó el sándwich mientras hablaban de otras cosas y más tarde se levantó de la mesa. Caminó hasta el baño y se encerró ahí, apoyando la espalda en la puerta y rompiendo en llanto.
Cada vez que salía el tema de sus padres, se encerraba en el baño para recordarlos. O pensarlos. O lo que fuere.
Se lavó la cara y esperó a que sus ojos dejaran de estar rojos y vidriosos. Sonrió viéndose al espejo, pero vio la mirada muerta de sus ojos en el reflejo.
Salió y fue a la cocina para ayudar a Krolia a cocinar. Una hora y media después, la comida ya estaba en la mesa.
Cuando se sentaron a comer, ella se levantó y abrazó a Keith por los hombros.
-Lo siento, Keith- habló jugando con su cabello.
Keith la abrazó por la cintura y escondió la cabeza en el hueco entre su hombro y su cuello.
-Descuida- murmuró-, está bien.
Estuvieron así un largo rato, hasta que sus estómagos sonaron.
-Tengo hambre- dijo Krolia, separándose lentamente de él-, come así puedes irte a dormir. Debes estar muy cansado.
Keith asintió y comenzó a degustar su cena mientras que Krolia lo miraba con una sonrisa.
Cada cierto tiempo, ella hacía algún que otro chiste para levantar el ánimo de Keith. A pesar de todo, él sabía perfectamente que lo que demostraba por fuera no era lo mismo que sentía por dentro.