Mi día volvía a comenzar, levantarme temprano e ir al Hanoi, aunque hoy no me encontraría con Ángel, sino con un abogado. Uno muy bueno que Sergio consiguió y que estábamos seguros ayudaría mucho.
Estuve un buen rato hablando con el hombre hasta que tuvimos que irnos. Lamentablemente yo tenía programado un vis a vis con Alberto, teníamos que hablar. O más bien él, yo sólo debía escuchar.
Llegamos a la cárcel en la que Alberto estaba preso. Los guardias de seguridad nos acompañaron dentro y, cuando por fin estaba cara a cara con mi exmarido, empezaron a moverse por el lugar para no interrumpir nuestras charlas.
- ¿Para qué querías verme? —pregunté, mientras me acomodaba en la silla.
Respiró hondo, cómo juntando fuerzas de algún extraño sitio para decirme lo que quería decir.
- No habrá juicio mañana.
- ¿Qué? —mi expresión cambió, mi semblante no era de los mejores y ahora que recibía esa noticia era peor.
- No lo habrá porque no me liberaran, sólo necesitaba hablar contigo y era la única manera que tenía para hacer que vengas a verme.
- ¿Qué coño quieres, Alberto? —mis manos se apoyaron sobre la mesa, mi postura de inspectora volvía a hacerse presente y mi ego crecía estando frente a personas cómo él.
- Están investigando cómo, pero he contraído una enfermedad incurable.
- Que pena, pero no tengo un euro para ti, si es lo que querías.
- No, Raquel. —aún me repugna que diga mi nombre. —Quiero que firmes unos papeles, quiero dejarle a Paula y a tu hija lo que mi padre me dejó a mi.
- A ver.. Alberto, déjame ver si entendí. ¿Quieres dejarle dinero a MI hija?
- También es mía.
- Me refiero a Amelia, la bebé de la que hablas. No puedes hacer eso, no eres nada suyo.
- Sí puedo, ya he preguntado. Raquel, quiero hacer esto porque si muero quiero que mi hija sea feliz, y sé que ella es feliz con su hermana.
- Alberto, no. No lo harás. Si quieres dejarle algo a Paula queda en tus manos, pero entre Sergio y yo tenemos suficiente para ambas.
- Raquel..
- No tengo nada más que decir. ¡Señor! —le llamé al policía que no trajo. Haciéndole señas para que me deje ir.
- ¡Te vas a arrepentir! —me gritó desde su mesa, cuando mi abogado, quien para colmo no había dicho una palabra, y yo salíamos del lugar.
Llegué a casa agotada, no creía que las cosas fuesen así. De haberlo sabido ni siquiera hubiese viajado, pero cómo siempre Alberto quiere tener la razón en todo.
Poco me importó su enfermedad, Paula ni siquiera debería enterarse y, si lo hiciera, se lo tomaría con calma. Conozco a mi hija cómo las bragas que llevo puestas.
Oí a mi madre bajar las escaleras. Cuando llegó a la cocina me miró tierna, cómo siempre lo hace, y rompió el silencio.
- Hija.. tenemos que hablar. ¿Puedes venir a la sala un momento?
Asentí con la cabeza y la acompañé hasta el sofá, donde nos sentamos y ella tomó mi mano.
- Esto.. no es nada fácil, para ninguna de las dos ¿vale?
- Mamá.. me estás asustando.
- Cariño.. esto es algo que yo quiero decirte hace años pero el Alzheimer no me lo ha permitido y ahora que estoy mejor quiero decírtelo. Tu estas mayor y.. y podrás entenderlo.
Asentí otra vez, insistiéndole con la mirada que me dijese la verdad.
- El coronel Murillo.. él.. él no se sabe si realmente murió, se fue al ejercito con algunos compañeros y nunca más supimos de él.
- ¿Qué? ¿Mamá de qué estás hablando? —dije, subiendo el tono de voz. No lo podía creer.
- Hace algunos años..
- ¡No! —no la dejé terminar. —No, no quiero.
Salí a mi cuarto cómo niña caprichosa. Odiaba que Paula hiciese eso, pero ahora yo no podía hacer otra cosa. Simplemente no quería asimilar lo que me dijo mi madre. Fue una noticia muy grande para decírmelo así, sin más.
Busqué en mi bolso y encontré mi móvil, no lo dudé dos veces, y le llamé, con las lágrimas escurriendo mi rostro.
Siete veces. Lo llamé siete veces y no obtuve respuesta alguna. Me empecé a alterar, tenía miedo de que hubiese pasado, si él y las niñas estarían bien o si simplemente estaba dormido.
Me senté en la cama, tiré el móvil, que rebotó en el colchón hasta caer al suelo. Seguía llorando, no podía parar.
Pensaba en mi padre, o no padre, que me acurrucaría en sus brazos hasta que me duerma. Pero él ya no está, y daría lo que fuese por volver veinte años atrás y abrazarlo por última vez.
Tengo la cabeza empotrada en la almohada. No oigo, no siento, nada. Quiero dormir hasta el día de la marmota y volver a casa, con mi familia.
Me acarician la espalda. No hay manos que conozca más que las de él, pasa sus dedos por toda la extensión de mi torso y para en mi cintura, para volver a subir.
Su cuerpo se hunde en mi cama, a mi lado. Yo no despego la cara de mi almohada, no puedo parar de llorar.
Sube su mano hasta mi cabeza, acariciando mi pelo. Da un beso en el topo de mi cabeza y se termina de acomodar en el colchón, aún abrazando mi cuerpo.
De repente el llanto cesa y todo se vuelve negro. Caí en un sueño profundo del que ni el más importante Dios podría despertarme.
Continuará..
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Nada calculado [La Casa de Papel Fic]
Fanfiction¿Y sí las cosas no hubieran acabado cómo nosotros las conocemos? Sergio Marquina, más conocido cómo "El Profesor", deberá pasar algunas semanas muy intensas para recuperar la vida de su amada. ¿Podrá hacerlo? Los personajes de "La Casa De Papel"...