Domingo, 10:24 a.m.
Con Margaret en casa, los días pasivo-agresivos que me estaban aniquilando parecían haber terminado.
El silencio entre nosotras era denso, casi palpable, y yo tampoco hice ningún esfuerzo por romperlo. Margaret no pronunció ninguna palabra, ni siquiera al conductor. Durante todo el camino, no tuve una mirada directa de su parte; ella se limitó simplemente contemplar el exterior, podía ver su perfil endurecido reflejado en el cristal, mientras nos acercábamos a la casa.
Cuando finalmente llegamos, se detuvo en la puerta.
—¿Crees que no me gustará lo que voy a encontrar? —preguntó, con su mano rozando la manija como si pesara más de lo que debería.Cuando estuve a su lado, ella no me dio tiempo a responder y cruzó el umbral.
—No te gustará —murmuré detrás de ella, casi para mí misma.
Margaret no se detuvo a observar nada hasta que llego al umbral de mi habitación, echó un vistazo rápido, y luego se devolvió hacia su dormitorio, cerrando la puerta con la misma calma glacial con la que había entrado.
Trece horas después, la puerta seguía cerrada. Margaret no había vuelto a salir.
12:01 am
—¿Puedo entrar? —pregunté, mientras la puerta cedía bajo mi mano. Mi tía dejó su libro y se acomodó, mirándome por encima de sus lentes.
—Por supuesto.
—Te traje jugo —dejé el jugo sobre la mesa, esperé verla dirigirme la mirada pero no lo hizo—. No hay nada en la despensa...
—Mañana... —empezó a decir en tono pasivo.
—¿Por qué estás actuando como yo? —la interrumpí de la misma manera en que ella lo hizo.
—¿A qué te refieres? —se quitó los lentes.
—No has salido de aquí, ni te has preocupado por comer... Ya limpié todo...
Se quedó callada.
—¿No dirás nada?
—¿Podemos hablar mañana? —dijo, forzando una sonrisa que apenas logró curvar las comisuras de sus labios—. Gracias por el jugo.
No sabía si enojarme o aceptar ese sentimiento de tristeza que quería abrazarme mientras salía de su habitación.
A la mañana siguiente, alrededor de las nueve, escuché su voz llamándome desde la habitación.
—¿Necesitas algo? —pregunté al abrir la puerta.
—Necesito hablar con Alex —dijo firmemente.
El peso de sus palabras me mantuvo en silencio unos segundos, incapaz de procesar el brusco cambio. Margaret nunca había sido autoritaria, no así.
—Hay que hacer la compra, iré por la tarde —agregó, como si quisiera disipar el aire conflictivo—. ¿Puedes venir conmigo?
—Puedo ir contigo al supermercado, pero no a visitar a Alex. Ni siquiera deberías salir, me refiero a que no deberías ir a comprar nada; quedarte en casa es lo mejor.
—Entonces, ve a casa de Alex y dile que quiero verlo.
—Todavía funciona el celular, puedes llamarlo.
—No quiero llamarlo, quiero invitarlo a que venga. Es lo mínimo que puedo hacer por él.
Margaret dejó el libro sobre la mesita y se levantó con dificultad.
—No le debes absolutamente nada.
Mi tía me miró mal.
—¿Cómo puedes decir eso? Si aún me consideras alguien a quien le debes respeto —dijo, poniéndose las pantuflas—, entonces harás la lista de lo que vas a comprar, me la mostrarás, y en la tarde irás caminando hasta la casa de Alex. Le dirás que quiero verlo hoy mismo si es posible, y luego tomarás el medio que prefieras para hacer las compras —tomó el pomo de la puerta—. Esta no es una familia, pero soy tu familia, ¿entiendes lo que digo? Sufro tu situación, pero Alex es como un nieto, un hijo para mí... Ese muchacho no ha hecho más que soportarte y querernos.
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IN cubus ©
BeletrieLa desordenada y estancada vida de Camila se ve irrumpida por sueños recurrentes que distorsionan su realidad. Las imágenes difusas de quién se mostraba en sus sueños pasaron a tener carne, huesos y un rostro. Un demonio, un Incubus, Azael... Vesti...