Capítulo 8

532 75 9
                                    

La esencia deforme de su sombra se desvaneció en la nada, como si se hubiera disuelto en el vacío delante de mis ojos.

Permanecí sentada contra mi cama. Estaba cansada de llorar, por eso tan solo dejé de reprimir mis lágrimas sin emitir ningún sonido.

—Sí acepto que todo es cierto, que es real, pero hasta cuándo... —no retuve mis comentarios y cuestiones en mi mente; recostándome, me abstuve de dirigirme a Dios directamente al preguntar por qué merecía pasar por aquellas experiencias.

En ese instante, mi boca comenzó a emitir palabras incomprensibles, mientras que en mi mente la claridad seguía presente. No obstante, mi cuerpo se entregó al sueño y me dormí profundamente.

La claridad del día inundó mi habitación, pero no fue hasta que Margaret llamó a mi puerta que me desperté de golpe. Un dolor agudo recorrió mi cuerpo, haciéndome permanecer quieta por un instante, mientras mi tía seguía llamándome con pausas intermitentes.

A pesar de mis esfuerzos por levantarme antes de que ella entrara, todo fue en vano, mi tía me sorprendió justo cuando intentaba incorporarme.

—¡¿Qué te pasó?!

—Estoy bien —expresé con un matiz de embriaguez en mi voz.

—¿Pero por qué? —me ayudó a sentarme a un costado de la cama—. ¿No será que te demayaste? No puedo creer que Alex no me haya avisado antes de irse anoche...

—No me pasó nada —dije mientras deslizaba la mano por mis ojos y mejillas.

—De todos modos, hoy iremos al hospital.

—No, no es necesario.

—No fue una pregunta, iremos al hospital. Entiende que estoy preocupada por ti, y si bien te quedaste dormida ahí por gusto, lo que pasó ayer no me deja permitirte elegir.

—Me siento cansada...

—Iremos en taxi —me interrumpió—; te harán unos análisis, espero que hoy mismo sepamos qué tienes.

—Lo que me pasa nada tiene que ver con medicina, médicos, ir al hospital —me mostré un tanto enojada—. No quiero perder el tiempo.

—Pierdes el tiempo todos los días, hice el desvío desde ayer, no hay manera de que nos devuelvan el dinero, iremos. Supongo que necesitas una hora, no más —se dio la vuelta—. Nos iremos a las ocho en punto —entró al baño—. Cuando regresemos voy a lavar, si tienes ropas sucias sobre el sillón puedes ponerla en el cesto, que vendré en veinte minutos a buscarlo.

Dejándolo junto a la puerta, Margaret salió de la habitación.

Me acomodé de lado, esperando mientras volvía por la canasta que ni siquiera había tocado. Al escuchar unas palabras de reproche, me incorporé y me vestí rápidamente, cepillando mis dientes antes de salir hacia la sala.

—Me tranquiliza que aún me obedezcas —dijo desde la cocina.

—¿Qué vas a decir en el hospital?

—Lo qué sucedió.

—¿Les contarás que experimenté una parálisis del sueño y que mi reacción fue tan brusca que parecía estar bajo una posesión demoníaca? —dije con ironía.

—Es probable.

—No estaré ahí cuando eso pase, porque también es más que probable que te miren como si estuvieras loca.

Sentándome en el sillón, encendí la televisión, a lo que ella me dijo que en veinte minutos nos iríamos. 

Reconocía que mi actitud era incorrecta, que no había manera de justificar la forma en la que me dirigía a mi tía. Aceptaba que mi conducta me mostraba como una persona cruel e ingrata.

IN cubus ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora