Capítulo 10/parte 2 -Hablando con él.

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«Alex»

Al principio, creí que su nombre estaba simplemente en mi mente, pero cuanto más lo repetía en mi cabeza, más real se volvía el sonido de mi tía llamándolo. Parpadeé varias veces para intentar despertar de mi sopor, pero terminé por dejarme llevar por los sonidos que oía alrededor y mantuve los ojos cerrados.

De repente, Alex emitió un sonido por lo que separé mis párpados.

—Ven, levántate —dijo mi tía Margaret con un matiz de preocupación.

—¿Qué pasó? —preguntó Alex, intentando entender la situación.

—Ven a mi cama a dormir un rato. No puedes negarte, al menos dos horas.

Alex miraba a Margaret con los ojos entrecerrados, con la cabeza rendida a un  costado.

—He descansado bien —dijo él con voz ronca.

—No, vamos —protestó Margaret, tomándolo del brazo para ayudarlo a ponerse de pie. Él se levantó sosteniendose el rostro, Alex caminó titubeante hasta la puerta.

—¿Camila, se despertó? —preguntó de repente, deteniéndose en seco y mirando hacia atrás.

—Camila está bien.

Mi tía le sonrió con ternura y lo llevó consigo hacia su habitación.

Alex, mil veces Alex, estando en el hospital había empezado a sentir las gotas de la tormenta de pensamientos que terminó por hundirme en mi habitación esa mañana.  Sus expresiones, sus manos delgadas y suaves, sus cabellos oscuros, la curva de sus labios al sonreír, cada detalle en torno a Alex por más pequeño que fuera ocupó mi mente. Escuchaba su voz pronunciando mi nombre, su piel al mínimo contacto con la mí, sintiéndolo... Quería tenerlo cerca, tan cerca que la pared que separaba las habitaciones representaban un estorbo. Y un anhelo desesperante me asfixiaba al querer quemar sin tener ningún contacto físico, buscar una forma de expresarme que no fueran palabras, miradas o gestos, solo deseaba que él supiera lo que sentía, aunque yo misma no lo entendía del todo.

¿Qué era ese sentimiento impulsivo que me hacía sentir que necesitaba abarcar a Alex?

Desesperada, los minutos se hicieron eternos hasta que finalmente, me levanté y fui hasta el dormitorio de mi tía. Tomé un pequeño banco que reemplazaba la silla del viejo tocador y me senté frente a la cama, para observalo.

Un mar de emociones turbulentas me invadía al por no poder expresar lo que deambulaba en mi mente. Me preguntaba por qué esa sensación inquietante no me abandonaba corroyendo dentro de mí sin cesar. Ansiaba tocarlo, acariciar su rostro, o simplemente deslizarme entre sus brazos dormidos y dejarme envolver por un cálido abrazo.

De repente, Alex se levantó sobresaltado, me miró y se cubrió la cara con las manos soltando un bufido.

—Dios —exhaló. Él sonríe pero esta se desvanece al instante—, me asustaste.

—Así suelo levantarme a diario.

—¿Pasó algo? —preguntó, incorporándose apoyándose en su codo—. ¿Qué hora es? Solo iba a fingir un poco para entonces irme.

—Alex, creo que todo esto me está afectando —comenté después de un momento de silencio.

Él se sentó a un lado en la cama quedando frente a mí.

—¿De qué hablas? Es decir, por qué lo dices ahora, así de repente —miró a su alrededor—. No sé cuándo dejaré de andar sin mi celular ¿Más o menos qué hora es?

—No sé, Alex ¿Me estás escuchando? —él me miró a los ojos; en medio del silencio que llenó la habitación por un instante me di cuenta de que necesitaba encontrar la manera de comunicar mis sentimientos de una manera más efectiva y terminé por pronunciar con una voz que pretendía ser firme: —Un beso no puede cambiar nada.

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