Capítulo 12 (Gritandole a la soledad) parte 2 -Arranque.

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Repentinamente, un estruendo atronador sacudió el cielo, arrancándome de mi sueño. En ese mismo instante, con el corazón dándome palpitaciones rápidas y con el cuerpo frío del sobresalto, alcé la mirada hacia la ventana.  Sin embargo, enseguida volví la cabeza hacia atrás, apretando los párpados, consciente de que cualquier movimiento sería una tortura. Consideré que lo más eficaz sería levantarme de un solo movimiento, pero al intentar alzar la espalda, un dolor agudo se apoderó de mis extremidades, obligándome a recostar nuevamente mi cuerpo sobre el suelo.

Evidentemente, la lluvia había comenzado a caer con intensidad hacía horas. Las cortinas ondeaban violentamente, empapadas por el espesor del agua que se deslizaba de ellas. Las gotas golpeaban implacables el cristal, como si intentaran penetrar en el interior con su persistente tamborileo.

Debía levantarme y cerrar la ventana, pero permanecí allí un tiempo.

Los días lluviosos me envolvían en una calma más insondable; la lluvia provocaba que el silencio fuera más profundo en el pueblo, la calma más real y palpable.

No divagaba entre pensamientos que no me llevarían a ninguna parte; tampoco los estaba evadiendo o huyendo de ellos al mirar la luz de los relámpagos o la lluvia que se deslizaba por la pared. Simplemente existía, observando despreocupadamente algo tan sencillo como eso.

De manera efímera, me asaltó la idea de una vida sin mi tía, un futuro incierto, desolador y carente de esperanza. El pensamiento me entristeció profundamente, tanto que permanecí inmóvil, dejando que esa sensación me envolviera, abrazándola en mi interior, pero no lloré; por primera vez en esa mañana, anhelé ser fuerte.

Aplaqué cualquier indicio de pesimismo y me levanté.

4:38 am.

Dejé el celular sobre el pasamano después de haber llamado varias veces a Alex sin que este me respondiera. Tomar la desicion de ser fuerte no implicaba reprimir a toda costa mi tristeza y menos el deshacerme del temor de haber perdido para siempre a Alex.

Me puse un pijama y regresé a la sala envuelta en una cobija. Desplacé el sillón junto a la ventana de manera que pudiera ver el exterior.

Seguía lloviendo cada vez más fuerte. Mientras observaba, me quedé dormida.

Con el transcurso de cada día, el temor de dormir se desvanecía paulatinamente. Fue entonces cuando comprendí que esto tan solo implicaba haber perdido el miedo de encontrarme con él, de compartir un mismo espacio. Tal certeza erradicó por completo la perspectiva de volver a ver a los demás.

Con cada ajuste en mi posición, agradecí la paz con la que volví a sumergirme en el sueño.

—No debiste estar sola en una noche como esta.

Su voz provocó que me espantara pero antes de ponerme de pie, él me sostuvo de los hombros.
—Tranquila —dijo, después de hacer un silbido suave.

—¿Qué haces? 

—Nada —me mostró las palmas de sus manos alejándolas de mí.

Miré el cielo a través de la ventana. Las nubes se habían retirado levemente, apenas lo suficiente como para que el amanecer pareciera aún distante.

—¿Qué? —me levanté algo desorientada por la somnolencia—. ¿Tendré que soportar que aparezcas a cualquier hora en mi casa?

Me sostuvo con su mirada, desencadenando en mí una sensación de ridiculez y desorientación que parecía querer extenderse sin límites.

—Nunca debo, me lo has dado a entender mil veces.

—Y ni de mil maneras lo entiendes —respondí con amargura, apartándome de él.

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