Capítulo 1/parte 2 -Sueño recurrente.

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Estoy despierta.

Sentir mis sábanas envolviendo mi cuerpo y mi cabeza hundida en la almohada me reconfortó, me decía que estaba en casa, a salvo. Aquel no era mi comportamiento habitual, en mí no había tal calma que proyecté esa mañana. Solía abrir los ojos, ponerme de costado, ver la hora y a partir de ahí intentaba mantenerme despierta hasta que mi somnolencia cedía y me ponía de pies; pero ese día fue diferente. No emití ningún sonido, no abrí los ojos, tampoco hice ningún movimiento; hasta que, inhalé y exhalé suavemente en varias ocasiones mientras sentía el calor del haz de luz sobre mi rostro que me despertaba todas las mañanas.

A pesar de que las palpitaciones de mi corazón eran fuertes y constantes, mi cuerpo deseaba quedarse ahí. No cuestioné mi actitud, acepté sus exigencias  hasta que me volví a quedar dormida.

En una avenida.

Estaba de pie, en medio de una calle perpendicular, no había nada alrededor, solo aquellas carreteras. Podía verme pero no había farolas ni ninguna otra fuente de luz, me hallaba desnuda mirando a todos lados. Aquel era un lugar frío, sin fin, sin horizonte, solo oscuridad.

Quería salir, pero no sabía cómo. Incapaz de cuantificar el tiempo en que estuve ahí, mirando a todos, asustada. No grité, no me adentré en ninguna de las calles, solo divisaba la oscuridad a mi alrededor, hasta que volví a despertar.

Con una bocanada de aire, volví en mí. Abrí los ojos y giré la cabeza casi de inmediato para ver que estuve ahí cuatro horas.

Días después recordé ese sueño al volver a aquella misma avenida, en las mismas condiciones.

Me puse de costado, no quería levantarme. Me cuestioné si tal vez estaba por enfermarme. Durante varios minutos fijé la mirada en el movimiento de las agujas del reloj, mis ojos se cerraban por sí solos, me ponía boca arriba y volvía a ponerme de costado para evadir el sueño, aún así estaba a punto de volver a quedarme dormida por segunda vez. Abrí
los ojos de par en par y, esta vez, intenté levantarme pero mi cuerpo me obligó a volver a la posición anterior; había dormido once horas pero hacer cualquier movimiento me hizo darme cuenta de lo exhausta que me encontraba.

Sentía mi cuerpo extraño, mi mente me presentaba muchas imágenes difusas en forma de recuerdos. Despacio, me senté. Todo fue un proceso, porque una vez sentada a un costado de la cama, permanecí allí una hora como si me hubiese apagado, con la mirada fija en el suelo.

Todo ameritó un esfuerzo esa mañana, me desvestí frente a la cama para entrar directamente a la ducha, sin detenerme a ver mi reflejo en el espejo como acostumbraba a hacer.

Levanté la mirada para ver el agua caer, pero antes de girar la llave algo salió de mí. No tenía el periodo así que miré de inmediato, pasé mis dedos en el líquido espeso que se deslizó por mi entrepierna.

Mi cuerpo se estremeció. Y solo lo tomé como la señal definitiva de que me enfermaría, o que ya lo estaba.

Me duché.

Ese día me encerré en mi habitación, no comí y me impuse a no tomar ninguna siesta.

En el transcurso del día tuve muchas  sensaciones invasivas.
Próximo a entrar la madrugada, recordé cuando me había enfermado de repente a los doce años, el mismo día de mi cumpleaños... No hubo manera de bajarme la fiebre, gritaba desesperada que se me saldría el corazón...
A partir de esa madrugada que empecé a reconocer lo que él era, pero no quién era.
Cinco horas antes, exactamente a las siete de la noche de ese día, fue la primera vez que alguien me tocó dejándome ver en una mirada todo sus deseos carnales. Acorralándome, me brindó una sonrisa falsa; extendiéndome la mano mientras me miraba a los ojos.

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